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No sé cuál, pero uno de estos días, sin poder precisarlo, por eso que como ustedes saben me la paso pensando, se me cruzó como un relámpago en la cabeza la ocurrencia de que cuando más ignorantes y negligentes somos, actuamos parecido a los gatos. Esos animalejos, a los que los brutos e ignorantes se parecen tratando como ellos de tapar sus macanas, y lo hacen dando muestras de una astucia incomprensible en ellos, ocultando la prueba de que son burros diplomados o descuidados peligrosos, buscando esconder esas macanas empleando palabras difíciles pero que suenan a hueco, como pareciendo explicar aquello que no es siquiera disculpable.

Pero debo confesarlo: no fue una idea que me iluminó la cabeza de repente, sin que hubiera otro pensar de cualquier especie, que me llevara a toparme con esa ocurrencia, porque la verdad es que en ocasiones como en esta se me escapan mentiritas, solo entendibles por mi malsana tentación a mostrarme suficiente, de lo que casi no tengo que disculparme una porque son pocas e inocentes, y otra porque me ayudan a pretender hacer pasar como graciosas, cosas que no son estupideces.

Mi pequeña mentirita, porque de eso se trata, se hizo carne en mí, cuando de lo que me anoticié escuchando como al pasar un programa de radio, ya que trato de no escuchar radio ni ver televisión, para evitar eso que llaman estar siempre conectado. Me llamó entonces la atención al parar la oreja, el enterarme que una compañía de seguros no daba cobertura (pregunto: ¿está bien dicho así?), lo que un locutor ejemplificaba de una manera que daba malsana risa.

Un primer ejemplo: si un señor necesita una operación de rodilla derecha y no se toman medidas en la clínica para identificarlo debidamente con una pulsera clara al llegar a la habitación, hacer los estudios en la rodilla de la cirugía, marcarle con un fibrón esa misma rodilla para que en la sala de operaciones los médicos la individualicen, y volverlo a revisar cuando entra al quirófano y chequearlo cuando está en el quirófano se lo opera de la rodilla sana… no hay cobertura.

Segundo ejemplo: si en una habitación hay dos señores, uno para una operación de hernia y otro de tobillo y no se los identifica correctamente y no se cumplen los pasos de detección y se lo apera del tobillo al que tenía hernia; y de la hernia al del tobillo complicado… no hay tampoco cobertura .

En dos palabras: que en casos como esos los hospitales, sanatorios y facultativos que se las arreglen solos, y por mi parte, dado que soy tan comprensivo, es mi deseo que se las arreglen mejor de lo que seguramente trataron de hacerlo sus respectivos pacientes, palabra que -dicho sea de paso- no estará nunca mejor aplicada.

Claro está que como no pueden preverse todas las situaciones de este tipo, que si no se presentan, Dios nos libre, a diario no por eso desgraciadamente no dejan de ocurrir, porque como diría mi tío, que lo disculpa todo, “son cosas que pasan”. Y es por eso que la ya mentada compañía, después del agotamiento imaginativo de uno de sus creativos, terminó de seguir buscando casos posibles que se sumen a la ristra, logró en una de sus pocas genialidades englobarlos a todos los que ya se habían dado y otros que se presentaran en algún momento, dejando en claro que quedaban exentos de la famosa cobertura los EVENTOS ADVERSOS EVITABLES…

Cuando hubiera sido más fácil hacer referencia a las “malas praxis”, dejándome con la duda de si no hay dos tipos de malas praxis. Unas las que son solo malas, y por otro lado las que son peores, cuáles son esos malditos eventos adversos evitables. O es que en estos casos no se trata de malas prácticas, sino de vaya a saber qué otra cosa. Porque hablando en criollo, en uno y otro caso, nos encontramos con los que no son otra cosa que “meteduras de pata”, unas más graves que otras, pero de todos modos con meteduras de pata grosas.

Y aquí sí que mi tío metió la cuchara afirmando que no hay errores “adversos” y otros que no lo son, ya que de lo que se puede hablar con propiedad es de “consecuencias” adversas del error. Agregando, él que es tan leído, que debe preguntarse si el error evitable no deja de ser error para convertirse en una metedura de pata mayúscula, de esas que llevan a los jueces a hablar de algo que suena como dolo, pero no como dolo del todo, como si fuera eventual. Y al que se le dice así, según mi tío, porque son casos como el de un borracho que conduciendo un coche por la calle a toda velocidad, sin querer queriendo, atropella a alguien.

¡Qué feo es ser médico, sobre todo cuando le pasan esos eventos evitables!, me dije. Agregando que mucho mejor es mi vida de pensador siruela, como lo llamaban a Sarmiento, según dicen, que se pasaba la vida pensando como yo.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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