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Desde muy chico me encantan los cohetes y todo lo que tenga que ver con la pirotecnia en acción. Cuando era poco más que un bebé, me hacían temblar de emoción esos cohetecitos que se encendían raspando una cajita como si fueran fósforos.

Estaban también las cañitas voladoras, pero tenían el inconveniente que había que colocarlas, en una botella que funcionaba como una especie de mortero, no del lado de la caña, que quedaba abajo sino del lado del cohete, por lo que en mi caso y en mi casa, a los chicos nos estaba prohibido ni siquiera acercarnos a las botellas. Será por eso que solo tomo agua, y solo agua que no haya sido previamente embotellada...

Pero sigo con los cohetes. Porque hubo una época en la que me volví loco con los rompe-portones, la verdad que no me acuerdo bien si así se llamaban.

Para que se lo entienda, esos artefactos que arrojados con fuerza contra el piso, o contra una pared, o contra un portón explotaban con un ruido tremendo, como si estuviéramos en medio de un combate. Debo admitir que cuando escuché estallar el primero me asusté mucho, pero no tanto como el perro que tenía en esa época, que lo veía como un compañero fiel, pero que se volvió infiel cuando escuchó la misma explosión que yo, y salió rajando tan rápido que no lo he vuelto a ver desde entonces.

Pero lo que es súper, lo que se dice súper, son los fuegos artificiales, a los que cuando se los prepara en grande no hay con qué darles. Salvo escuchar las bandas militares. Músicos uniformados que son unos verdaderos héroes, de los pocos que le van quedando a unas fuerzas armadas, no en retirada, sino casi desmanteladas.

Digo un disparate, pero es que todo lo que pienso no puedo frenar de largarlo: ¿no se podrían ofrecer los servicios pagos de esas bandas para que animen acontecimientos sociales privados, así como ahora que contratan edificios de cuarteles para fiestas de boda?

Pero como siempre, me estoy yendo a la banquina. En la que seguiré si me pongo a hablar de los chinos que inventaros la técnica, que no sé si ellos u otros, llamaron pirotecnia y que ahora parece tener más de ciencia que de técnica, aunque siempre es un jugar con fuego, como dice mi amigo Rocinante y si es necesaria, una prueba la tenemos en los chinitos de hoy de en día que ha inventado un cohete que les ha permitido ver la cara oculta de la luna.

Pero en realidad sigo en la banquina. Porque cuando me desperté y me puse a pensar, aunque eso es un decir porque pienso hasta cuando duermo, si a algún economista se le habrá ocurrido pensar en la relación entre el precio de los engendros pirotécnicos y la generalización de su empleo. Pensamiento que me apareció en la cabeza cuando me di cuenta que las últimas fiestas no fueron silenciosas, ya que estuvieron llenas de bocinazos, de autos que pasaban vomitando música estridente y hasta se escuchó alguno que otro disparo de pistola o de revolver, pero el ruido y la luminaria de los cohetes fue desacostumbradamente escasa.

Me dicen que es porque poco a poco nos estamos volviendo más educados y sensatos. Algo en que descreo porque para mí es cuestión de guita, sino de lo que una vez me explicaron que en lunfardo significa “miciadura”. Porque si la cosa fuera tan fácil la mejor forma de educar estaría en cortar el chorro de guita. Y así se acabarían los problemas en los estadios futboleros, de aumentarse todavía más el precio de las entradas. Una solución que no me convence, porque los barras bravas son los dueños de la guita. Esa guita fácil que para unos pocos tanto abunda, mientras cuesta más encontrarla en los bolsillos de los que somos laburantes.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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