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Hoy seré corto, es decir breve, seguramente para alivio de quienes todavía me siguen leyendo; no por falta de tiempo, porque si hay una cosa que me sobra es eso, sino porque estoy muy disgustado y cuando me disgusto entro en una etapa de mutismo, o casi.

¿Qué es lo que me causó tanto disgusto? Ustedes me dirán que es una pavada, pero yo la tomo muy en serio. Se trata de algo que me acaba de contar, y quien lo hizo es una “fuente confiable”, aunque hoy en día todo es desconfiable, no solo por eso de las noticias falsas, de las fake news como lo dicen algunos insoportables soberbios, que se las tiran de saberlo todo, sino porque la verdad, la pura verdad es que hoy en día no se sabe a quién creer.

Pero yo a mi amigo le creo, como si hablara Jesús, Moisés o Mahoma, aunque no estoy tan seguro en el caso de Cristina, la que por otra parte con humildad conmovedora así lo reconoce.

Y lo que me contó mi amigo es que por televisión se había enterado y visto por sus propios ojos, que en ocasión de un partido de fútbol que les aclaro que quienes juegan no sé, porque de fútbol no sé nada, pero debe haber sido internacional, porque sucedió antes de que empezara y cuando estaba escuchándose -una manera de decirlo- a la canción patria, todo era como si nada. Se los veía a los jugadores del equipo argentino mudos, pero eso sí muy calladamente bien parados, como gente que busca comportarse, aunque eso si no se ponían la mano derecha sobre el corazón izquierdo, como me dicen que lo hacía Maradona, aunque no sé si lo sigue haciendo todavía.

Y mientras se escuchaba el Himno, nuestro Himno patrio, el Himno Nacional Argentino, de una jerarquía que debería ser la misma que nuestra bandera sacrosanta (del escudo no hablo porque casi no se lo ve -salvo en la puerta de un edificio público- y de la escarapela menos) desde las tribunas se escuchaba a todos los presentes cantar, gritar o decir cualquier cosa. Hay que aclarar que, según me dijo mi amigo, hasta ese momento no escuchó a nadie que se refiriera a Macri como un gato, mientras se bamboleaban como si todos se hubieran vuelto barras bravas…

Me puse a pensar y me dije: primero, para qué tocan el himno si lo ensucian de esa manera; segundo, para qué lo tocan si cuando no lo ensucian tanto, lo ensucian un poquito cuando lo tararean (tararear el Himno, parecería un chiste, pero es casi una blasfemia); tercero, si lo tararean es porque no saben la letra y si no la han aprendido es porque no han querido, porque en cambio, según me dicen, la saben toda la de esa canción que por allí afirma aquello de “esta barra… no te deja de alentar”.

Pero continué diciéndome: “Ya no tenemos Himno, ¿pero tenemos Patria?”. Y fue ahí cuando casi me puse a llorar.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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