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Cuarentena en las villas, uno de los dilemas
Cuarentena en las villas, uno de los dilemas
Cuarentena en las villas, uno de los dilemas
Si por dilema se entiende una situación difícil o comprometida en que hay varias posibilidades de actuación y no se sabe cuál de ellas escoger porque ambas son igualmente buenas o malas; no puede ponerse en duda que la actual pandemia es generadora de un número casi infinito de ellos, al mismo tiempo que ha servido para desnudar graves falencias sociales.

Comenzando por estas últimas, la quizás principal reside en el hecho que el “aislamiento social”, recomendado, no es nada más que un enfoque que no resulta aplicable al gran número de “excluidos” que viven hacinados en asentamientos precarios. Ya que, en el caso de estos -por representar un caso cuya solución es harto difícil, por no decir casi imposible- se exige la aplicación de un paquete de medidas especiales, distintas de los protocolos de actuación en la materia, que son concebidos para quienes viven en otras condiciones.

A ello se añaden reacciones que sacan la atención de esta calamidad de alcance mundial, de lo que debería ser el foco en la cual debería concentrarse, cual es la de dar respuestas efectivas a los problemas que en estos momentos deben enfrentarse.

Los que no son otros que el contar con un número suficiente de respiradores para atender a todos los contagiados cuyos estados de salud exijan su empleo, como manera de superar la necesidad de priorizar la atención de una persona infectada, sobre otra que también la necesita. A la vez que a ella se agrega el prestar atención a la necesidad de que resulte suficiente el personal médico y de enfermería realmente capacitado para utilizar en la forma adecuada el indicado instrumental.

A lo cual, por razones que no terminamos de comprender del todo quienes somos profanos en este tipo de saberes, se hace presente la necesidad de efectuar el mayor número posible de “testeos”, algo que implica contar con la cantidad indispensable en materia de reactivos e instrumental necesario para su realización.

Todo ello con el objeto -así lo suponemos-, por una parte, de contar con un cuadro que se acerque lo más posible a la realidad de la situación -el saber “dónde se está parado”-, a la vez que poder descartar rápidamente lo que hemos aprendido a considerar como “falso positivo”.

De donde, frente a lo hasta aquí dicho, suenan a una mezcla de impotencia, pánico e ignorancia, no solo el “amurallamiento” rudimentario de muchas localidades, a lo que se ha visto entre nosotros proliferar; como ese debate interminable, y en apariencia sin sentido, acerca de la necesidad de utilizar barbijos por parte de personas que no integran el sector de servicios sanitarios, y a las que se las puede ver a muchas de aquellas, directa o indirectamente apelando a la televisión, “circulando” por calles y avenidas.

Pero, además de esa serie de circunstancias a las que acabamos de hacer mención, nos encontramos ante “dos dilemas” cruciales, igualmente acuciantes, aunque estimamos sea del que pasamos a ocuparnos, el que exige una inmediata respuesta.

Es así que este primero de los dilemas, el que puede señalarse con denominaciones diferentes, tiene que ver con el de optar por colocar a la mayoría de la población en situación de “aislamiento” con desmedro de la “producción” y de la “prestación de servicios”, en ambos casos no esenciales.

Una cuestión que tendría una solución simple, de no hacerse presente “el factor tiempo”, es decir el lapso de duración de esta situación de posibilidad de contagio masivo. Ya que la extensión de ese lapso es lo que nos lleva a que no sean pocos los que argumenten, de una manera exageradamente simplista -más allá de tratarse de un planteo que “prenda” por partir de un fondo extremo de verdad-, que de prolongarse este estado de cosas, ese dilema se volverá falso, ya que tanto el virus como el hambre a la postre pueden llevarnos a terminar en un estado similar.

Y aquí queda desnuda una falencia nuestra, cual es la de la “falta de resto” para soportar una situación prologada de este tipo, circunstancia que se ve potencializada por nuestra inclinación por la “avivada”, que en las actuales circunstancias se ha hecho ver en el reclamo de auxilio financiero a los desocupados de 11 millones de personas, mientras desde el gobierno nacional y en base a la disposición, se manejaba una cifra de tres millones.

El otro dilema que, por aparecer como menos urgente no deja de tener una importancia igual o mayor, tiene que ver con la incidencia de características irreversibles, que puede tener la ineludible concentración de poder, en desmedro de nuestros derechos y libertades, que trae aparejado el actual estado de cosas, una vez que el mismo sea superado. Ello en el caso que desde los gobiernos se sucumba a la tentación de no volver atrás a ese respecto.

Un temor nada fantasioso si se tiene en cuenta, por una parte, el deterioro en la imagen puesta de manifiesto por los regímenes de la democracia representativa en la actualidad. Ello así por la mediocridad de su dirigencia, la que la muestra incapaz de estar a la altura de los desafíos de la hora. Al mismo tiempo que se la ve jaqueada desde lados opuestos por “el populismo” y “la autocracia”, concepciones del poder ambas, que se caracterizan por el menosprecio, cuando no la eliminación, de los derechos y libertades individuales.

A ese respecto, se da el caso especial que representa China -lo mismo, aunque con un acento de reproche se señala de la autocracia iraní-, a la que por una parte se la elogia por la manera en que su régimen autocrático ha actuado frente a la epidemia -eficacia que se vincula con la forma más que expeditiva de actuar de esos regímenes- y que tiene como contrapartida, cuando menos, la sospecha de desinformación que se da no solo en este tipo de situaciones, también propia de ellos.

Es por ello que existen fuentes autorizadas que apuntan a la supuesta demora de las autoridades de ese “estado continental” en hacerse una exacta comprensión de la gravedad que representaba la epidemia, con la consiguiente dilación en tomar las medidas adecuadas frente a ellas.

Es así como se ha podido escuchar decir que “si China hubiera sido responsable y hubiera actuado una, dos o tres semanas antes, el número de afectados por el virus se habría reducido en un 66%, 86% y 95%". De donde “su negligencia ha desatado un contagio global que está matando a miles de personas".

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