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Alberto Fernández en zoom con gobernadores
Alberto Fernández en zoom con gobernadores
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La parodia, es antes que nada un género literario. Y como tal ha sido definido como aquel en el que se asiste a la elaboración de un texto que “desvaloriza el contenido o la forma de una obra existente, escrita con un propósito serio o dirigido a fines estéticamente superiores”.

Lo mismo se puede decir de otra manera, señalando que con ella se caracteriza o interpreta humorísticamente otra obra de arte, un autor o un tema, mediante su imitación o alusión irónica. Debiendo aclararse que en los tiempos modernos, a diferencia de lo que sucedía en la antigüedad clásica, la parodia no implica necesariamente la burla del texto parodiado.

Y es desde esa perspectiva, y extrapolando al plano institucional lo que se acaba de indicar, que cabría señalar que nuestro sistema federal de estructuración del Estado, ha tenido siempre “ingredientes paródicos”, si se lo compara con el “modelo” del mismo que en su momento elaborara Alberdi, circunstancia que lo lleva a aparecer casi como una caricatura de lo que debe ser.

Todo ello, a pesar que con una dosis variable de hipocresía – y por qué no, sin que ello signifique una manera de justificar ese estado de cosas, por una no pequeña dosis de ignorancia- no se puede dejar de constatar hasta qué punto se vuelven sospechosamente huecas, y por ende tediosas, las loas y la profesión de fe en el federalismo, no solo en boca de muchos de nuestros gobernantes, sino también en nuestra dirigencia, e inclusive entre los que somos personas de a pie.

Ya que a todos esos niveles no se observan –al menos con la intensidad necesaria- acciones encaminadas a revertir la situación señalada, que habla de un centralismo, que para hacer las cosas peor, se torna malsano.

Es por eso que no estaría demás, antes de continuar, introducir un hecho completamente anecdótico; el que más allá que su contenido pareciera ajeno a nuestro tema, puede sin embargo servir para avanzar en el mismo.

Una anécdota, en la cual se hace referencia a un grupo de adolescentes que conversaban acerca de la necesidad de que en estos nuevos tiempos la juventud debería deshacerse radicalmente y de una vez por todas de la autoridad paterna; hasta que se escuchó a uno de esos muchachotes opinar: “Todo lo que se dice suena muy bien, pero lo que no hay que olvidar es que la única independencia que para nosotros debería valer, porque es la base de cualquier otra, es la independencia económica”.

Llevada esa consideración al plano institucional y dentro de él, al plano del federalismo, luego de recordar que esa “forma de Estado” –que eso es lo que es, y no una “forma de gobierno”, como no es raro que así se la confunda- implica la existencia de “estados provinciales” ‘autónomos’ dentro de un “estado nacional”. Y que la “autonomía” significa la potestad de “auto gobierno”, lo que es lo mismo que la de “gobierno propio dentro del ámbito de las facultades no delegadas constitucionalmente al gobierno federal”. A lo que cabe agregar, por último, que no existe verdadera “autonomía” si no existe “autonomía financiera”, la cual es la base de todas las demás.

Es decir, lo que el adolescente de la anécdota entendía en forma contundente aunque en forma nada precisa como “independencia económica”, queriendo con ello significar que cada provincia necesita contar con recursos financieros necesarios para que le sea posible ejercer su autogobierno, con la única limitación que tanto en los montos obtenidos y su aplicación en gastos, deben legalmente tener el límite de lo razonable.

En tanto, ese armazón constitucional del Estado, viene a contrastar con la imagen invertida que nos devuelve la realidad que encontramos en nuestro entorno.

En la que vemos a gobiernos provinciales exhibirse como “ mendicantes” de distinto tipo y tono; todo ello con el objeto de poder “recibir fondos” que el gobierno “central” y no “federal” está – dejando a un lado el caso de los recursos tributarios coparticipables- en condición de suministrarles de una manera más o menos discrecional, por no decir arbitraria, entre ellos.

Cabe advertir que esta situación no tiene nada de novedosa, ya que fue hasta cierto punto al menos una prolongación de la que se vivía en los “tiempos del caudillismo”, aun en pleno centralismo del “rosismo”. La cual ni siquiera pudo ser sofrenada en circunstancias que se vivieron entre nosotros a fines del siglo XIX, donde se asistió a ese intento a la vez ambiguo y fallido de vincular la Presidencia de la Nación con una “Liga de Gobernadores”.

Una descripción de nuestra realidad institucional, que no impide que a lo largo del tiempo, no se haya asistido con una suerte diversa en lo que hace a su duración temporal, de una manera excepcional pero de cualquier manera con “emergencias” persistentes, a lo que en un lejano momento se las designaba como las “situaciones” provinciales, y que en la actualidad siguen vigentes desgraciadamente. Por más que ahora sean conocidas como expresiones de la “feudalización del estado provincial”.

Por su parte, desde poco antes de los tiempos actuales, en los que en medio de esa “nueva normalidad” en la que hemos ingresado se ha vuelto casi común hablar de “olas”, se está asistiendo a la presencia de una novedosa mutación de esa anomalía naturalizada, cual es la aparición de legisladores nacionales, que lo serían, “de un gobernador de provincia”. Ello, en la medida que a él “responderían” a la hora de votar en el Congreso de la Nación, acerca de proyectos de ley y en relación a otras decisiones de su incumbencia.

Que es lo que ocurre en estos momentos de “quorum” difíciles de reunir, o de la fragmentación de las bancas en varias minorías relativas. Ya que esa es la principal manera con la que cuentan muchos de ellos de hacerse valer; y, como consecuencia, poder negociar exitosamente el desvío a su favor de fondos complementarios a los legalmente preestablecidos. Un comportamiento, el cual, de una manera que equivocadamente cabe que consideren les permite dejar a salvo su dignidad, en el caso de la obtención de limosnas de diversa cuantía. Cuando la dignidad nunca debe considerarse que puede vinculare al mayor o menor volumen de lo que se recibe, acudiendo a estos procederes.

De allí la pregunta, acerca de hasta qué punto somos consciente del hecho, por el cual tantos de nuestros legisladores han dejado de ser de una manera sistemática representantes del pueblo de las provincias, para pasar a ser mandatarios de “sus” gobernadores.

Podríamos utilizar la manera en que se ha efectuado entre los distintos distritos de nuestro país la primera remesa de “vacunas rusas” que utilizaremos para defendernos de la peste, como un ejemplo más para ilustrar lo hasta aquí indicado, pero ello debería ser materia de una nota especial.

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