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La actual pandemia se ha convertido, entre tantas otras cosas, en una prueba de ese pecado tan humano de comenzar por no escuchar las advertencias -casi diríamos, especialmente las que son sino sabias, al menos sensatas- que se nos efectúan.

A lo que se le agrega la circunstancia, que lo que fue una advertencia se consuma, haciéndose realidad y convirtiéndose de ese modo en hechos concretos, viéndonos permanecer firmes “en nuestras trece”; y de ese modo, tratando de mantener oculta la realidad, hasta que la misma nos desborda, y al aparecer en su plenitud, resulte imposible el seguir mintiendo.

Es que ahora ha tomado estado público, la advertencia que la Comisión de Supervisión de la Preparación Mundial (GPMB, en sus siglas en inglés), un grupo convocado por el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud con el objeto de anticiparse a “emergencias de carácter mundial”, el cual hace de esto aproximadamente un año, en su momento hizo en esta materia un específico llamado de alerta, que era a la vez una convocatoria a la acción a nuestra dirigencia mundial.

Ocurrió ello entonces mucho antes que los primeros contagiados, por el hasta ese momento desconocido virus que apareció en China, cuando ya se señaló que existía una amenaza acerca de que se desencadenara “una pandemia de rápida propagación debido a un patógeno respiratorio”.

La alerta de los gobiernos, era con el propósito que estos se comprometieran e invirtieran en su preparación inmediata ante lo que era entonces tan solo una probabilidad y que terminó siendo cierta.

Reclamaban se comenzase por el fortalecimiento de los sistemas de salud. Para que, en forma paralela, se avanzase en la planificación de los riesgos financieros, que resultaba la consecuencia ineludible, en el caso sobreviniera aquélla.

Ahora vuelve ese grupo sobre el tema, señalando que la falta de liderazgo mundial, por parte de los jefes de los gobiernos, está exacerbando la pandemia. Luego de lo cual, advierte que no hay margen para comenzar a prepararnos frente a la amenaza de otros acontecimientos similares, de no actuarse desde ya con los recursos y compromisos indispensables. Añadiendo que estos “seguramente ocurrirán”, y serán todavía “más perjudiciales”.

A esa señal de incompetencia, traducido en haber echado en saco roto esas señales de alerta, se añade el doble ocultamiento inicial, de la información sobre ese acontecimiento emergente, por parte de los líderes de las dos principales potencias mundiales.

Es que fue primero China la que se demoró en dar a conocer al mundo lo que estaba sucediendo en su territorio. A lo que se añade la circunstancia de que si bien el presidente Trump habría sido puesto en conocimiento de la situación en forma anticipada por su colega chino, o sea previo al momento en que se hiciera pública, se lo vio actuar de una manera displicente.

Reacción de esas características, en la cual se entremezclaba su convicción de que era exagerada la información que recibía de China, con su opinión de que había que callar lo que sabía, como forma de evitar cundiese la alarma en la población estadounidense.

En tanto, se ha dicho que la actual crisis sanitaria ha servido para desnudar lo mejor de nosotros, algo de lo que es un ejemplo un conglomerado al que cuesta describir, a pesar de su esforzada entrega -inclusive hasta la muerte-, cual es el que conforman todo el personal de salud, al que se ha visto comportarse dando muestras hasta de heroísmo a lo largo y a lo ancho del planeta.

A lo que habría que agregar la meritoria labor de lo que de una manera no del todo correcta cabría designar como “voluntariado social”, que tanto ha hecho en el ámbito de la asistencia alimentaria, y el acompañamiento a las personas de edad que viven en soledad, y que quedaron confinadas en la misma forma en esta coyuntura.

Pero a la hora de mostrar nuestras desnudeces, también lo ha hecho la peste con sus habituales falencias y egoísmos de todo tipo. No se trata tan solo de quienes, como en todos los tiempos de crisis, buscan en ese río revuelto con el que se las procura graficar, aprovecharse para “sacar su tajada”, que no importa no sea siempre suculenta.

La circunstancia que cabe considerar de mayor gravedad que ha dejado en evidencia las actuales circunstancias vividas, es que no se ha mostrado un esfuerzo coordinado entre todos los Estados de nuestra Tierra, a la que sí se la ha visto como la Casa común, como tantas veces se la designa, es la de una familia con sus integrantes no del todo -y en describirlo de esa manera nos quedamos cortos- bien avenidos.

Es que lo que exigían los actuales momentos es por sobre todo la existencia de un esfuerzo no solo común y coordinado en lo que se muestra como la única salida para superar el azote que significa el coronavirus, sino lograr su eliminación veloz -todavía existen personas a las que sorprende la posibilidad que la poliomielitis, e inexplicablemente el sarampión, para dar tan solo dos ejemplos, puedan recomenzar a convertirse en un problema- de la única manera que en la actualidad se presenta como posible, cual es fabricando una vacuna eficaz.

Y esa tarea que, como acabamos de decir, debió haber sino el logro de una comunidad global a la que se la viera unificada y coordinada, ha servido en cambio para refirmar conocidos nacionalismos con pretensiones hegemónicas.

Al mismo tiempo que en lugar de una labor de creación y elaboración coordinada internacionalmente que pusiera una o varias vacunas a disposición en forma gratuita, garantizando de esa manera el acceso universal a la vacunación, hemos asistido a una puja entre intereses de los Estados nacionales, entremezclados con otros de naturaleza comercial de grandes grupos empresarios, cuya única excepción pareciera ser hasta este momento, la de los científicos de la Universidad de Oxford.

Y que no se diga que para actuar del modo correcto y a la vez apropiado, existía el obstáculo que significan “los problemas de financiamiento”. Es que, careciendo de certezas, pero sí atendiendo a intuiciones, nos animamos a señalar que el dinero que exige la inversión en todo el proceso descripto, vinculado con la inoculación de la vacunación universal contra ese virus, implica una inversión de menor cuantía en comparación con todo lo que los Estados por separado destinan a las distintas etapas de accionar defensivo-ofensivo, en un mundo que no cesa de estar en guerra.

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