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Cuando los árboles ya habían brotado, y se escabullía algún día caluroso en el final invierno, nos tocaba recordar a Sarmiento. Estaba ese himno majestuoso, y los guardapolvos tan blancos de maestros y alumnos. Creo que para Sarmiento, esa almidonada blancura, era un homenaje mucho mayor que loores y glorias.

La vida de Sarmiento tiene algo de milagro, laico ciertamente, pero milagro al fin. Muy joven sufre una conversión: vástago de una familia de federales viejos, se vuelve unitario. Hubo una circunstancia decisiva: la montonera: “que iba a correr La Pampa, incendiar los pajonales para trazar un horizonte de llamas y humos que avanzase con él tierra adentro... La montonera, como avalancha de hombres desalmados, se desplomaba sobre las villas de las campañas argentinas, degollaba los rebaños, saqueaba las habitaciones y robaba las mujeres; y de la orgía del festín que iluminaba los campos y las techumbres incendiadas, partían vencedores y vencidos, hombres y mujeres poseídos del mismo vértigo del pillaje y de sangre de que acababan los unos de ser víctimas".

Su padre, el apuesto tarambana Clemente Quiroga Sarmiento, le advirtió tempranamente: “los unitarios son más ilustrados, pero los federales ganaremos pues somos más numerosos".

Toda la vida de Sarmiento fue una prolongada batalla para revertir esa advertencia, y para ahogar lo que dentro de sí tenía algo de federal y montonero. Su arma sería empaparse de conocimientos: una prolongada e incesante instrucción, y volcar multiplicado lo aprendido para mejorar el diario vivir de las gentes. La pasión que tenían los montoneros en destruir, fue invertida por él para crear. Y no desechó una ceremonia casi mágica como fue su invocación a la sombra terrible de Facundo para “que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes para explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo" (cuando niño había conocido viejas con fama de brujas).

¿Qué espectro podríamos invocar ahora? ¿La plaza del Congreso lapidada? O los escándalos y latrocinios que llevan al umbral de la cárcel a los que fueron las autoridades y funcionarios más encumbrados, y a los ejecutivos de empresas poderosas, sumados a un enjambre de ladronzuelos, no demuestran todo esto un comportamiento similar al de la antigua montonera, más refinados solo en apariencia, pero dejando igual tierra arrasada.

La instrucción es a veces impotente. Incluso en los más doctos y en todos, hay una raíz obscura e irredenta que puede destruir la honradez, la compasión y la decencia más elemental. Y que debe ser sabia y rígidamente controlada. ¿Esas virtudes no serían más valiosas para nuestra sociedad que muchos conocimientos, informaciones superfluas, entretenimientos, que juegan el rol de los collares de cuentas de colores a los ojos de los indios? Una sociedad, la nuestra, ebria de idioteces y odios, ociosa y ladrona, sin valores morales. Envidiosa.

En su capítulo sobre "Los huarpes" de "Recuerdos de provincia", Sarmiento nos advierte: "¡Ay de los pueblos que no marchan! ¡Si solo se quedaran atrás! Tres siglos han bastado para que sean borrados del catálogo de las naciones huarpes. ¡Ay de vosotros, colonos, españoles rezagados! Menos tiempo se necesita para que hayáis descendido de provincia confederada a aldea, de aldea a pago, de pago a bosque inhabitado... ¡Ahora son pobres todos!, hoy ya no tenéis ni escuelas siquiera, y el nivel de la barbarie lo pasean a su altura los mismos que os gobiernan. De la ignorancia general hay otro paso, la pobreza de todos, y ya lo habéis dado. ¡El paso que sigue es el de la obscuridad, y desaparecen enseguida los pueblos, sin que se sepa adónde ni cuando se fueron!".

“¡Sed virtuosos, si os atrevéis!". Todo un desafío.

Los trozos entre comillas fueron tomados de Domingo Faustino Sarmiento: "Recuerdos de provincia" Editorial Sur 1962.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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