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Seamos claros, opulencia no siempre significa riqueza. Significa exceso de algo, y como el dinero es nuestra mayor obsesión, pasamos derecho a una enorme cantidad de bienes o dinero. Pero, un trasero puede ser opulento, así los pechos de esa señorita que recordamos todos. Vivimos en opulencia de leyes violadas, de jueces timoratos o venales que parecen tener códigos propios, de delitos mayores y menores. Buenos Aires tiene lugares de pasada opulencia, en algunos está descolorida, en otros es espectral, algunos nuevos barrios quieren ser opulentos, pero se necesita algo más que dinero para parecerlo.

Gran parte de esa querida ciudad no lo es, aunque sí es modesta, monótona, triste cuando no hay árboles: "Calles excepcionales, calles privilegiadas/ son estas muchedumbres de calles arboladas" nos dijo Baldomero Fernández Moreno. He aquí un poeta que cantó a Buenos Aires como pocos, pese a llamarse Fernández, para quién la opulencia de Buenos Aires era su vegetación.

Fue un triste discurso, el del Presidente, cuando arrebató a Buenos Aires, que es de todos los argentinos, no sólo de los porteños, una millonada, en un vértigo de millones que se reparten aquí y allá. No sé por qué recordé la frase de Cortázar cuando analizaba la degradación del tango, de Gardel a Castillo: "delectación en el mal gusto y canallería resentida". Fue así. Y vale la comparación, recordando tangos. "Alguien me ha contado que estás floreciente/ y un juego de calles se da en diagonal". Ya no florecemos, Mudo.

Creo que uno de los primeros que llamó casi opulenta a Buenos Aires, fue Rubén Darío (1867-1916) "...del regio Buenos Aires/quedaron allá lejos el fuego y el hervor". Regio se relaciona a real, y en aquellos días Rubén se deleitaba con marquesas imaginarias y escribía sonetos en los abanicos de las bellas porteñas. Pero el fuego y el hervor parecían ya no estar. No mucho tiempo atrás, en 1895, había llegado de Córdoba, Leopoldo Lugones, con once pesos y algunos centavos en el bolsillo, y recaló en una pieza en la calle Balcarce, al final. Escribió así:

"Odia, pueblo! La fuerza se hermosea/cuando hay fiebres de odio en el pecho/como barra de hierro candente/que doran las bravas injurias del fuego". No creo que nuestros gobernantes leyeran a Lugones, pero algunas cosas del hidalgo pobre podrían gustarles. Eso fue antes que "el corralón seguro ya opinaba Irigoyen/algún piano mandaba tangos de Saborido". Borges cantó los barrios humildes de Buenos Aires, con espléndidos atardeceres. "Yuyo verde, Barrio de tango, Sur, Tinta roja" vinieron después. La Buenos Aires de los poetas, de los tangueros y de los otros no es opulenta: "Vieja recova, si vieras cuánto dolor".

Volvamos a Baldomero Fernández Moreno (1886-1950),y leamos despacio, toda ésta instantánea de la Avenida de Mayo: “A pesar de la lluvia, yo he salido/ a tomar un café, estoy sentado bajo el toldo tirante y empapado/ de este viejo Tortoni conocido/ ¡Cúantas veces, oh padre, habrás venido/ de tus graves negocios fatigado/ a fumar un habano perfumado/ y a jugar el tresillo consabido./ Melancólico, pobre, descubierto/ tu hijo te repite, padre muerto/ suena la lluvia, núblanse mis ojos/ sale del subterráneo algún gentío/ pregona diarios una voz doliente/ ruedan los grandes autobuses rojos.”

También está aquel reproche "Setenta balcones hay en esta casa/setenta balcones y ninguna flor/a sus habitantes, Señor:.. "Parece que no abundaban entonces los helechos y tampoco estos florecen. Pero por sobre todo deseó descansar así: “Piedra, madera, asfalto/si me enterraran bajo el pavimento!/ Piedra, madera, asfalto/y en una calle del centro!/ Piedra, madera y asfalto/ Casi no estaría muerto".

Un poeta puede con un golpe cambiar la imagen de algo. Así Bettina Edelberg (1921-2010): "Buenos Aires me canta y ríe/con su gran colmillo blanco/mientras camino por los hervideros de Corrientes". Cierto que en Corrientes, que nunca dormía, tampoco hay hervideros y ahora duerme mucho, pero el gran colmillo blanco, en algunos pocos días, y por un par de horas, ríe y canta. Pero con mucha más frecuencia hace lo que todo colmillo: amenazar.
Fuente: El Entre Ríos

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