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Estaba terminando de almorzar, disfrutando de una rica compota de orejones comprados en una dietética, claro está, porque como dice mi tío no son nada comparados a los que hacía su abuela, poniendo a secar trozos de durazno encima de una chapa, en el campo en que vivía. Riquísimos, agregó. Aunque en seguida se puso a rezongar consigo mismo, por no acordarse bien si a los orejones se los espolvoreaba con harina, cosa que según él ocurría con los higos para convertirlos en pasas.

Concluido el rezongo, la conversación tomó por otros rumbos. Es que por alguna extraña asociación de ideas, después de comer y hablar de orejones terminamos hablando de orejudos.

Allí se lo vio a mi tío tomar la parada y, exagerado como es, afirmar que todos los hombres con orejas grandes no solo tienen una afinidad fisonómica -es insoportable cuando se las da por hablar en difícil- con los conejos, sino una inclinación notoria a convertirse en delincuentes.
Lo miré y no dije nada, como hago siempre cuando lo escucho hablando estupideces. Eso le dio oportunidad para seguir con la perorata. Puso sobre la mesa -es que cuando habla así da la impresión que lo avasalla todo- y se puso a parlotear sobre alguien que mencionó como “el petiso orejudo”, un asesino serial, afirmando que fue el primero y que vivió no sé cuándo y que terminó muy mal, como casi siempre les sucede. Como seguía callado y con cara de no estar convencido, se las tomó con un tal Alejandro Rodríguez de Armas, lindo nombre pensé por mi parte para un delincuente de esos. Conocido por “El Oreja”, que se escapó de la cárcel de Gualeguaychú tras saltar un muro perimetral de dos metros y medio de altura. Allí llevaba preso hacía casi un año, luego de ser detenido en un operativo de opereta. Y por si fuera poco me refregó en la cara que no se trataba de un preso cualquiera, ya que en tierras uruguayas era jefe de una banda, que por mera coincidencia era conocida como “la banda del oriental”, y que preso y fugado de una cárcel uruguaya, antes de caer allí detenido había logrado la jefatura de la asociación ilícita -frase que dicho sea de paso se ha puesto últimamente de moda, sin referencia alguna a los orejudos o cosa que se parezca- por mérito propio, ya que como es sabido en esa clase de sociedades no se llega a tomar la manija por el voto de los cofrades, sino matando hasta quien en ese momento era el jefe.

Lo que hizo “El Oreja” con el suyo de la banda, que también por mera casualidad se conocía como “Rambo”, aunque a aquéllas cosas le salieron mal porque no era Stallone, sino que se apellidaba Peña Orero, con dos apellidos como usan los uruguayos.

Lo único que acerté a contestarle, aprovechando mis conocimientos de historia por mi paso por la secundaria, que así fueron conocidos en otros tiempos a los incas más encumbrados, que se hacían las orejas grandes a fuerza de perforarlas, como señal de nobleza.

Pero no pude más y exploté viéndolo sonreír, diciendo que “El Oreja” no era tan vivo, ya que para un preso VIP no hay nada mejor que estar preso, ya que puede seguir mandado a sus compinches desde dentro de la cárcel, donde además de vivir como rey, cuenta con seguridad gratis.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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