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En poco menos de dos semanas seguramente sepamos con certeza quién será el próximo presidente de la Argentina. Todo hace suponer, salvo que surja un gran imponderable, que esa persona debería ser Alberto Fernández. Pero aun cuando se diera un batacazo, y Macri ganara su reelección, todo indica que el panorama económico que tenemos por delante sería igual de oscuro.

A un sinnúmero de problemas estructurales, que sufrimos como país hace más de 50 años, hay que sumarle una serie de problemas coyunturales que hoy nos permiten hablar de una concurrencia de factores. En el caso de Alberto, y a contramano de lo que sucedería con Mauricio Macri si fuera electo, el escenario luce más complejo en el sentido de que su electorado va a requerirle una respuesta?casi inmediata a sus problemas. Con paciencia escasa, si no hay resultados concretos y rápidos,?la luna de miel de este kirchnerismo remozado podría ser de cortísima duración. Quienes han decidido votarlos no quieren recuperar la república ni curar la epidemia de la corrupción, sino que alguien les abulte la billetera de manera rápida y contundente.

Pero para esa gente, y para todos los argentinos en general, lo que venga resulte probablemente muy frustrante.? Alberto Fernández podrá contar con una buena base de apoyo político pero en el plano económico solo dispondrá de una caja de herramientas muy limitada.? El estado nacional no dispone de recursos fiscales extra mientras la presión tributaria está casi en su límite, casi 45 puntos del producto. Esto hace que, en el medio de una crisis de deuda, sin acceso a crédito, y con una inflación de más del 50%, las posibilidades de disparar una nueva revolución del consumo son casi nulas. Salvo claro que se decida tomar el camino de una nueva ronda de emisión monetaria. Esto es que se haga de pesos abusando de la maquinita.

"Una complejidad adicional para Alberto, que Macri no tiene, es que sus votantes van a exigirle resultados de manera casi inmediata. Esta vez no habrá pedido de gracia"

Esta solución, casi mágica, es particularmente peligrosa considerando que la actual demanda de pesos está en uno de los niveles más bajos desde la hiperinflación vivida en los tiempos de Alfonsín. De aquella experiencia muy pocos se acuerdan, la mayoría lo ha sabido a través de los libros de historia, pero fue tal vez una de las más traumáticas de la historia económica argentina. La demanda de pesos era casi nula, exclusivamente transaccional, ya que ningún argentino -como ahora- creía en su moneda, y la falta de instrumentos para encarar la solución llevó al gobierno radical de ese momento a emitir para sobrevivir. Hoy, esa chance, parece algo remota pero la probabilidad de ocurrencia ha venido aumentando de la mano de ciertas declaraciones de quienes se supone podrían dirigir la gestión económica en la próxima administración.

Además de la gente inquieta por soluciones, y esto de ahora no es soplar y hacer botellas, inflación altísima y emisión en camino, el próximo gobierno va a tener que ocuparse de la deuda, abultada tanto en dólares como en pesos. En otro momento podríamos haber hablado de un mero problema de liquidez, pero hoy, producto de la desconfianza generalizada acecha la posibilidad de una catástrofe mayor. No parece haber otra alternativa que la de reestructurar, esto es pedir quita de capital e intereses, pero, además -para que los acreedores tomen en serio a lo que el enviado gubernamental les diga-, será necesario dejar de pagar los intereses por un tiempo, es decir entrar en default. Ese tiempo, que no se sabe si esta vez será largo o corto pero que a posteriori de la crisis del 2002 duró unos tres años, será determinante en cuanto a la velocidad de recuperación de la economía.

"Alta inflación de base, falta de recursos fiscales, deuda al borde del default, y la tentación de emitir pesos como una salida fácil a la crisis nos coloca en un rumbo de colisión con un proceso hiperinflacionario"

Pero en definitiva, con obstáculos -sino insalvables- casi tan altos como el Aconcagua, el próximo presidente habrá de enfrentarse a un desafío descomunal. Cumplir con expectativas altísimas mientras mágicamente da vuelta una ecuación económica que se presenta altamente esquiva. La imposibilidad de mostrar resultados en el corto plazo, que en este punto muchos analistas ven como casi una certeza, hace que muchos entendidos piensen que para estar mejor vamos a tener que estar peor. Nos guste o no, el ajuste que Macri empezó después del pedido de ayuda al FMI tal vez no esté muerto sino que solo haya entrado en una zona de letargo. Es que las soluciones mágicas no existen, y el continuo fracaso de décadas se explica por una sempiterna resistencia de nuestra parte a creer que eso no es cierto, que si existen y que nosotros -los argentinos-? somos los dueños excluyentes de dichas soluciones.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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