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Hemos informado e ilustrado acerca del esforzado empeño puesto en buscar la supervivencia de dos palmeras yatay existente en el Balneario Inkier de Colón, caídas como consecuencia de la actual inundación, ayudada con una inesperada y desafortunada acción humana. Se trataba, y es de toda justicia remarcarlo, no de ejemplares plantados en las épocas en que Colón era gestionada por “comisionados municipales” - como eran conocidos antaño los intendentes “de facto”- porque de ser así debió haberlo sido aproximadamente en el año 1944 -si no durante la gestión del doctor Roberto Girard-. Mandato en el que también se construyó, en el mismo balneario, el símil de cemento de una casa alpina y en el Parque Quirós un edificio bautizado como La Lindera, o sea hace poco menos de medio siglo atrás.

Se trata la efectuada una aclaración cuya única importancia es que de cualquier manera se trata de ejemplares de más de cuatro décadas. Un detalle casi sin importancia, frente al milagro de su supervivencia en una ciudad huérfana de árboles centenarios, a lo que se debe agregar el prodigio que significara su supervivencia a un trasplante cuando eran jóvenes palmeras, circunstancia que lleva a valorar los cuidados extremos que se pusieron al efectuarlo.

Pero no se trata tan solo de señalar ambas circunstancias, aunque son detalles que hacen a nuestro temporal recorrido lugareño, sino por el hecho de que estamos esperanzados en que el intento descripto, se constituya en un punto de inflexión en la manera en que, a lo largo de muchísimos años, se ha asistido a una maltrato persistente de nuestro arbolado urbano, facilitado por la difusión de las motosierras, que facilitaban este tipo de atentados, hasta llegarse en numerosísimas ocasiones al arboricidio, consecuencia indirecta de una poda asesina. Cuando no a haberse cortado los árboles prácticamente de cuajo. Y al hablar de un punto de inflexión, queremos con ello significar que dejar sentado ese precedente, de aquí en más no se volverá a dar el caso de un árbol maltratado, ni menos abatido.

Es que el esfuerzo a que hemos hecho mención resulta totalmente devaluado si volvemos a desentendernos de su cuidado, o sea de efectuarles podas adecuadas, preservarlos de parásitos y enfermedades en el caso de los ejemplares añosos, al mismo tiempo que asegurarse de la supervivencia de los recién plantados, atendiendo a que esa operación respete las reglas del caso, como también a su riego, a la amenaza siempre presente de las hormigas, y de no perder de vista la necesidad de que cada uno de ellos cuente con su correspondiente tutor. Minuciosidad que parece obvia, pero no lo es en atención a lo que en la materia estamos acostumbrados.

No podemos dejar pasar la oportunidad para destacar el accionar de la Comisión de Arbolado, a la que a pesar de esa humilde prudencia en la que se invisibiliza estamos convencidos que tiene mucho que ver con que se haya producido ese punto de inflexión al que nos venimos refiriendo, y que ya se venía insinuando en una serie de pequeñas acciones, que quisiéramos que sean dejadas atrás por grandes pasos.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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