Con la izquierda sostenía una copa de champagne. En la derecha, la mano temblorosa de Benja. De frente, un televisor encendido con "La Casa de Mickey Mouse" en plena "mouske aventura". Ambos sentados en el piso, sobre un almohadón.
Detalles más, detalles menos, así comencé el Año Nuevo. Se los comparto sin pretender que se involucren en lo que hice en los primeros minutos del 2013, sino con la convicción de que hubo otros "Benjas" que también necesitaron de la compañía de un papá, tío, abuelo, amigo o al menos de Mickey Mouse para pasar los minutos de pirotecnia.
Evitaré ponerme en moralista sobre las motivaciones que llevan a cientos de miles de personas a gastar unos cuantos pesos en artefactos efímeros. Si me permiten la ironía: lanzo una cañita voladora por ustedes. Sólo les pediré, unas horas después que los hicieron estallar, que consideremos al que no le gusta o le hace daño. Escuchémoslos.
La industria dedicada a la fabricación, distribución y venta de pirotecnia crece a la luz de la cantidad de puestos de venta dispuestos para fin de año. Muchos son montados en absoluta precariedad. Por ejemplo: frente al tanque de agua de avenida Eva Perón en Concordia, un cartel con el rostro de "Mandy" Saliva (candidato a Gobernador por el PRO en 2010) hacía de pared.
No obstante, también aumentaron los locales alquilados especialmente para estas fechas y que cuentan con las medidas mínimas de seguridad. Además, nobleza obliga, los fabricantes superan, año a año, los niveles de seguridad y ya casi no se lamentan accidentes o víctimas fatales por la manipulación de un cohete. Salvo, claro, que a usted se le ocurre disparar un "tres tiros", sosteniéndolo con los dientes y apuntándose a la boca.
Les confieso que nunca tuve afinidad con los cohetes y otras yerbas. Desde que tengo memoria preferí, aún en vísperas de fin de año, pasarme horas jugando a la pelota, en la calle o en el club ubicado a la vuelta de casa. Nada mejor que discutir con amigos si la pelota pasó por arriba de la remera que hacía de palo o definitivamente fue gol... golazo.
Les aclaro que eso no me hace ni mejor, ni peor. Es más, tampoco negaré que disfruto mirando el cielo cuando el reloj marca el comienzo de la Navidad o la llegada del Año Nuevo. Aún añoro las fiestas en la casa del campo de mis abuelos maternos donde mirábamos los fuegos en el aire por duplicado: a las 23 la de los salteños y, una hora después, la de los concordienses.
Creo, sinceramente, que otro festejo es posible. Y creo en mi hijo que con 4 años repetía un pedido sincero: "quiero que paren los cohetes. No me gustan". Temía, suplicaba, quería escapar. De algún modo, imagino, le ponía palabras a lo sienten muchos gurises, ancianos y también la mayoría de las mascotas.
Las cacerolas pertenecen a la cocina y su cocinera. Están para llenarlas de comida. De cuando en vez salen a la calle. Son días en que sus dueños no tienen con qué llenarlas. Dejémosla ahí entonces. Pero si tomáramos el instrumento musical que más nos guste y recibiésemos la Navidad o el Año Nuevo tocándolo. ¿Quién no tiene un músico entre sus familiares y amigos? Podríamos preparar o hasta inventar una canción para la ocasión.
O podemos hacer como aquella familia numerosa que vive a una cuadra de mi casa paterna. En cada Año Nuevo, interrumpían el tránsito cruzando un auto y armaban su fiesta en plena calle. "Siga el baile, siga el baile", cantaba Alberto Castillo junto a los Auténticos Decadentes. ¿Imaginan "bailongos" barriales que empezasen justo cuando llegase el nuevo día?
¿Y a ustedes, qué se les ocurre? ¿De qué modo recibieron al Año Nuevo?
 

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