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Sin que nadie lo tome demasiado en serio, y esto no es porque se dude de la veracidad de la encuesta, sino precisamente por el mismo problema al que ella se refiere, se han conocido las preocupantes cifras acerca de la cantidad de personas que en nuestro país padecen de estrés.

Ellas nos muestran que de esa verdadera enfermedad no son muchos los que se salvan, y que inclusive existe una significativa cantidad de chicos que la padecen.

Es por eso que este domingo queremos efectuar un relato que gira en torno a un acontecimiento cuyo conocimiento, a esta altura está a disposición de todos, y por ende son muchos los que lo saben pero, aún para ellos, seguramente no estará demás pegarle un nuevo vistazo.

Ya que de lo que se trata y puede incluso ser saludable es de, al menos por un momento, atender a una información que aparece como emocionalmente neutra, en el mejor de los casos, si se atiende a la ominosa mezcla que en estos momentos compartimos de noticias malas con noticias falsas.

Lo que viene a continuación es el relato de una proeza de Jaxa, que es el nombre de la agencia espacial japonesa, equivalente a la estadounidense Nasa. Dicho relato demuestra no solo el ingenio y a la vez empeño de los japoneses, sino que sirve para demostrar que lo pequeño puede ser igualmente hermoso y sofisticado, como lo es este caso de Japón que ha logrado posar dos naves en un asteroide por primera vez.

Lo que sucede es que acaba de comprobarse el éxito de una misión espacial encarada por Jaxa, como resultado de la cual dos artefactos, gemelos, Hayabusa 2 y Minerva 2, que vagabundean por el espacio en paralelo, el primero de ellos lo hace desde muy pocos días, depositaron dos pequeños vehículos móviles en la superficie de un asteroide.

Es la primera vez que se consigue algo así, e inclusive se debe destacar que esos vehículos móviles descendieron en la superficie de ese “minimísimo planeta”, si se puede denominar de esa forma a una roca grande y a la vez pequeña. Se trata de un pedrusco de alrededor de un kilómetro de diámetro llamado Ryugu, rotando alrededor del sol, mucho más allá de lo que lo hace nuestro planeta, al que llegaron ambas naves sin necesidad de utilizar paracaídas propio -que por otra parte no necesitaban- ni sistema de frenado para cumplir con su cometido.

Demás está decir que el pedrusco de marras ignoraba y lo sigue haciendo que llevaba ese nombre y que los japoneses son los que se lo dieron. Es que entre ellos Ryugu es un nombre que tiene resonancias mitológicas, ya que es el que lleva el mítico palacio submarino del Dios del mar, cuyas paredes están hechas de coral.

Es por eso que los japoneses, meticulosos como son, han cuidado hasta el último detalle. Y es así como los técnicos encargados de preparar la misión cambiaron el color de fondo del escudo de la misión: del azul original al rojo coral.

Hayabusa, orbitaba a unos 20 kilómetros del asteroide, una distancia que según se señala es perfecta para ofrecer detalladas vistas. Lo hacía hasta el momento en que desde Japón se le ordenó descender hasta solo 50 metros del suelo, soltar sus dos móviles en caída libre y volver a elevarse.

No es ocioso hacer un paréntesis para señalar que ambos móviles tienen el aspecto y tamaño de unas latas de conserva cilíndricas cubiertas de células fotoeléctricas para alimentar a sus equipos, principalmente, cámaras de televisión y medidores de temperatura.

Y si se pegunta acerca de por qué no necesitan paracaídas ni sistema de frenado, la explicación reside en el hecho que la gravedad de Ryugu es tan débil que les llevó un cuarto de hora recorrer los 50 metros. Durante su caída aún tuvieron tiempo de fotografiar la nave nodriza, que remontaba el vuelo.

Se ha señalado que al llegar al suelo, ambos artefactos rebotaron y acabaron descansando a pocos metros de distancia uno de otro. Es cierto que tal como se ha visto no tienen ruedas ni patas, pero pueden desplazarse.

Es que en su interior llevan un contrapeso accionado por un motor eléctrico. Cuando éste gira, se desequilibran y dan una pequeña voltereta. Así, golpe a golpe, pueden ir de un lugar a otro. Un andar cansino el suyo, diríamos.

Hayabusa aloja tres móviles más, de los que también se desprenderá en las próximas semanas. El mayor, de construcción alemana, va provisto de equipos que analizan la composición química del suelo.

¿Cómo lo hace? Nada más sencillamente complicado. Es que para poder acceder a capas más profundas, que jamás han sido alteradas por la radiación solar, el Hayabusa lleva a bordo una bala de cobre de un par de kilos de peso. Llegado el momento, la disparará contra el suelo, donde impactará a más de 2 kilómetros por segundo. El choque deberá poner al descubierto una cantidad numerosa de rocas, que se marcharán al espacio como una nube.

Se advierte que no se ha dejado nada sin prever, ya que se ha programado una maniobra para que la sonda, una vez eyectado el proyectil, busque refugio rápidamente al otro lado del asteroide para evitar el impacto de esa metralla cósmica.

Después de lo cual está previsto que la propia Hayabusa descienda una vez más hasta rozar el suelo con uno de sus sensores. Y en la ocasión de todo salir bien otro proyectil -esta vez mucho más pequeño- hará saltar esquirlas que serán recogidas por el propio dispositivo e introducidas en una pequeña cápsula.

Y de seguir todo bien, una vez recogida su carga, abandonando en el lugar a sus móviles, Hayabusa emprenderá regreso a la Tierra adonde, si todo va bien, deberá llegar el año 2020. La cápsula caerá con paracaídas en los desiertos de Australia, donde los técnicos japoneses estarán esperando su llegada.

Mientras tanto nos hicimos la misma pregunta que seguramente se están haciendo nuestros lectores. ¿Para qué estaba allí Minerva?

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