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Luego de casi dos años en los cuales en la práctica quedaron cerradas las fronteras con nuestros vecinos orientales, se esperaba que de un modo coherente, con la “finalización de la pandemia por decreto”, al menos en el caso de nuestro gobierno, liberaran el ingreso y egreso de personas, vehículos y mercaderías a través de los tres puentes internacionales sobre el río Uruguay.

Es decir que, como consecuencia de la pandemia así cancelada, la salida a través de ellos por parte de los habitantes de nuestro país no exigiera cumplir con más requisitos que los legalmente contemplados para el tránsito interprovincial en nuestro territorio nacional.

Mientras que para el ingreso a nuestro país por los mismos se exigiera una suerte de “pase sanitario” – nos resistimos en este caso para los habitantes de los dos países a emplear la palabra “pasaporte”-, o sea, una certificación por parte de un funcionario sanitario competente del gobierno uruguayo de que su portador ha completado su vacunación contra el virus.

La información disponible significa una frustración frente a lo esperado, ya que de ella resulta que, a partir del primer viernes de octubre, –ignoramos si asesorado por el gobernador formoseño Gildo Insfrán-, nuestro gobierno empezaría, “de forma paulatina”, a liberar las fronteras para el ingreso de extranjeros de países vecinos que quieran ingresar al nuestro. Así, en el caso de los uruguayos, podrán viajar, exclusivamente, desde Montevideo o Colonia en barco a Buenos Aires, y desde el Aeropuerto Internacional de Canelones a Aeroparque, manteniéndose vigente la posibilidad de que nuestros compatriotas salgan –pero no que regresen, a través del Puente Fray Bentos-Puerto Unzué.

No es extraño entonces que se hagan presentes frente a ese estado de cosas, sospechas varias. Las que nada tienen que ver con el verdadero castigo gubernamental, que como consecuencia de una intempestiva y desafortunada decisión oficial hizo que quedaran “varados en el extranjero varios millares de compatriotas, los que a la angustia que ello les provocaba, sumaban la incertidumbre acerca del tiempo por el que se iba a extender su extrañamiento, y como consecuencia de ello poder regresar.

Y las sospechas a que aludimos –que no son nuestras, aunque entre nosotros, en los tiempos que corren es frecuente que a los que se tiene por mal pensados en un principio, terminan no siéndolo-, son consecuencia de percibir un tufillo raro, en el hecho que da la impresión que, con la excusa de la pandemia, se hace pasar a los que entran y salen por una especie de “brete” virtual, cual es la obligada utilización de aviones y transbordadores, para salir y volver del país.

Más explicable, aunque igualmente irrazonable, es el dilema que enfrentan distintos segmentos del gobierno oriental. Ya que por una parte están los claros intereses de los gobiernos municipales de la costa atlántica, con la esperanza –por lo demás, que tiene mucho de ilusión poco probable- que desde nuestro territorio se produzca un aluvión de argentinos ansiosos de “vacacionar”, tal como de un tiempo a esta parte se ha comenzado a escuchar incurriendo en una falta.

Un sentimiento igual al que impera de una manera inversa en nuestras propias localidades fronterizas, y que inquieta casi hasta el temblor, a autoridades y comerciantes de la otra orilla del río, las que barajan la posibilidad de instaurar barreras aduaneras, disfrazadas de exigencias sanitarias.

Si se tiene en cuenta, según se ha dicho, que en las relaciones entre países los intereses están por encima de los afectos, precisamente esa circunstancia nos lleva a pensar que nos encontramos ante un problema que exige su solución fruto de un acuerdo, más que de medidas unilaterales, como aquéllas que se han comenzado a adoptar, a las que se las ve costosas, sin que sirvan demasiado.

Es por ello que en la situación, encontramos una oportunidad para convertir las ciudades hermanadas –cuando menos por su cercanía- de ambas riberas del río común en territorios que pasen a ser “zonas francas binacionales”, con las adecuaciones que las diferencien de las que habitualmente se tienen por tales, hoy existentes tanto en nuestro país como el vecino.

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