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Según lo relata un colega nuestro, “estudiantes de la escuela Centenario de Paraná criticaron la presencia de una virgen y una cruz en la escuela pública”. Y esa fue la razón por la que colocaron a la imagen, “adornando” su cuello, un pañuelo verde, con el que -como es sabido- se distingue a quienes se pronuncian a favor de la despenalización del aborto.

A ello agregaron, según se señala como explicación primera de ese proceder, que la presencia de la estatua de la Virgen María en una escuela pública es inadmisible.

Argumento con el que no se puede coincidir, dada su evidente mala fe, lo que lo torna agraviante, dado que esa “molestia” al parecer había emergido de súbito, ya que la escultura había estado en el lugar desde hacía mucho tiempo, sin que ello –en apariencia al menos- molestase a nadie, ni siquiera a ese grupo de estudiantes distinguidas por sus pañuelos verdes, las que se sepa, no habían hecho en forma debida, lo que debía ser un respetuoso reclamo.

Es que para ello habría que haber recurrido a los canales institucionales adecuados que existen para hacer una solicitud, en procura sea retirada esa imagen del lugar, en lugar de proceder a mancillarla.

Cabe agregar que el mismo grupo de alumnos expresó igual molestia por la presencia de una gran cruz en otro edificio de la misma escuela, al que señalaron como “el viejo”, a pesar de que en este caso no se pasó de la queja, y se omitió de adornarla en la misma forma que a la estatua.

Mientras tanto, nos encontramos ante un planteo consistente, malogrado por la manera inadecuada en que se lo expresa, y que debería ser materia de un análisis profundo.

Algo, de toda forma, muy distinto al de un comportamiento que de una manera eufemística cabría describir como “salir con el hacha presta y comenzar a cortar cabezas”.

Es que la cuestión correctamente planteada, se puede resumir en la pregunta hasta qué punto es “laico” nuestro Estado. Un interrogante que así planteado, debe comenzar por dejar en claro qué es lo que se entiende por laico, prescindiendo claro está de la denominación que se da a alguien que, perteneciente a la Iglesia Católica, no forma parte del clero.

Hecha esta salvedad, nos encontramos con que con el término laico o laica se puede hacer referencia a tres cosas diferente. La primera, al Estado laico, considerando como tal al independiente de cualquier organización o confesión religiosa. Además, si se habla de “laicidad”, se está haciendo referencia a la defensa y el ejercicio de la separación Iglesia-Estado, es decir, entre la sociedad civil y las instituciones religiosas. Por último con el término, “laicismo”, se hace referencia a la corriente de pensamiento que defiende la existencia de una sociedad organizada de forma independiente a cualquier confesión religiosa.

Mientras tanto, nuestra Constitución Nacional adopta con respecto a la relación entre Iglesia Católica y Estado una postura ambigua, ya que si bien no hace de la confesión católica una “religión de estado” y reconoce y ampara la libertad de cultos, al mismo tiempo dispone que el gobierno federal sostiene el culto católico, y le daba potestad para ejercer lo que se conoce como “derecho del patronato” en lo que respecta a la designación de Obispos y al conceder el pase o retener la posibilidad de que se apliquen en nuestro país decisiones diversas adoptadas por el Papa o los Concilios.

Estado de cosas que fue modificado en atención al Concordato suscripto por el Estado argentino y el Vaticano.

Esa situación que calificamos como ambigua, tiene su explicación en la circunstancia que la nuestra fue en su momento una sociedad mayoritariamente católica de manera abrumadora, tanto en lo que respecto a su fe como a su cosmovisión, que a la vez respetaba la libertad en materia religiosa.

De allí que se diera la situación en la que a pesar de la inexistencia de una religión de estado, fuera un ritual que cabría considerar republicano la participación de nuestros gobernantes en ceremonias como los Tedeum, a la vez que la presencia de crucifijos e imágenes en oficinas y lugares públicos, lo que si bien puede válidamente considerarse como una transgresión al principio de laicidad del Estado, era socialmente aceptado y transformó esos usos y costumbres en una suerte de norma consuetudinaria.

Desde entonces hasta el presente se ha asistido a un cambio social, que ha convertido a la nuestra en una sociedad crecientemente plural y por consiguiente cada vez, de una manera positiva, más abierta y tolerante.

De allí que puede llegar, o no, el día en que la pluralidad socio cultural lleve a la aplicación estricta de normas que de una manera coherente se ajusten al carácter laico de nuestro Estado.

Un proceso que debe llevarse, si se quiere llegar a buen puerto, con respetuosa prudencia y hasta con delicadeza, teniendo en cuenta la larga vigencia de prácticas como las que en este caso aparecen cuestionadas, ya que debe tenerse presente que actuar de otro modo, implica afectar convicciones acendradas, las que en su caso, y de así ser entendido, deben ser notificadas acudiendo al diálogo y a la posibilidad de persuasión y consensos.

Y que de no ser así se debe proceder, como más arriba indicamos, apelando a los canales institucionales correspondientes.

Es que proceder en la forma groseramente agraviante utilizada por estudiantes en los hechos a los que nos hemos referido, ni siquiera es excusable por su juventud, y habla no precisamente bien ni de ellos, ni de sus padres y maestros, a cuyo cargo estaba la tarea de que internalizaran otros procederes.

Ya que con la generalización de estas maneras de comportarse –de lo cual lo ocurrido es un mero ejemplo y ni siquiera el de mayor entidad- estamos echando más leña, en esa hoguera que pareciera, en ocasiones, en que quisiéramos transformar a nuestra sociedad, ahondado un sinnúmero de grietas, al mismo tiempo con el peligro de convertirla en un “gran piquete” en el que no solo se nos vea entreverados, sino enfrentados de la peor manera todos contra todos.

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