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Termino de leer Miss Marte, de Manuel Jabois. Un descubrimiento, en todo sentido. Desde la forma en que conocí el título y al autor, en un listado de lecturas de verano publicado hace unos meses en El País de España, hasta el contenido, novedoso, inusual, y que vale más que el calificativo de “lectura de verano”.

Por Guzmán Etcheverry

Sobre el final del libro, la documentalista Berta Soneira recuerda la frase de la protagonista del documental que está filmando, Mai Lavinia: “Hemos hecho una cosa muy difícil, que es pasarlo bien. Ahora tenemos que hacer algo que es lo más fácil del mundo, pasarlo mal.”

Durante estos dos años de pandemia, parece que le hemos tomado el gusto a esto de pasarlo mal. De dejar de ser nosotros mismos para convertirnos en lo que otros quieren que seamos. De dejarnos llevar por miedos que, medidos de manera objetiva, son irracionales. De leer reportes diarios y escuchar advertencias que nada nos significan, pero que aumentan el morbo de la situación hasta donde deseemos que aumente.

Quienes objetivamente peor la pasaron durante el período de encierro forzoso fueron los jóvenes. Privados de la presencialidad escolar o universitaria. Con enormes dificultades para conseguir un primer empleo calificado con algo de presencialidad, que, aunque ellos no lo sepan, es un condimento bastante imprescindible para formarse una carrera profesional. Todo pese a que los jóvenes son quienes corren con menor riesgo de contraer una enfermedad severa. La pasaron mal, se acostumbraron a pasarla mal y la vida pasablemente mala les resultó fácil. Ahora, que están vacunados todos lo que quieran estarlo, parece que pasarla mal ya no “les cabe” tanto.

La llegada del verano, sin lluvias y con un clima ideal para vacacionar, trastocó los planes, trastocó las ideas, y puso a los miedos en segundo o tercer plano. Sobran las fotos de amontonamientos en las playas. Sobran las fiestas multitudinarias. Y sobran los contagios, abrumadoramente asintomáticos y leves, que sólo se conocen porque aún queda en los jóvenes la carga del tiempo en que “pasarla mal” incluía testearse. Pero también esto está en extinción. Cada día suena más fuerte la consigna de que “sin test, no hay Covid”. ¿Irresponsabilidad? No: juventud, vacunación y datos objetivos.

La levedad de la ómicron los lleva a considerarla una tercera o cuarta dosis, según sea el caso, masiva. De a cientos de miles por día, que probablemente subestimen por mucho las cantidades reales. Al contrario de lo que ocurría hace dos años, hoy son pocos los que no tienen un caso cercano de contagio. Son aún menos los que están preocupados.

Lo cual es un problema para quienes más se beneficiaron de la pandemia. ¿Qué pueden hacer los gobiernos para asustarnos sin generar una pandemia de rebeliones ciudadanas? ¿Qué pueden hacer los periodistas, que sólo hablan de restricciones en otros lugares y de nuevas cepas, con ratings decrecientes e informaciones que, ahora que se puede viajar a esos otros lugares, se corrobora de inmediato que son falsas? ¿Se espera que creamos ciegamente cuando el CEO de Pfizer o de Moderna nos recomiendan una cuarta dosis para aumentar los anticuerpos? Sí, seguro que todas estas voces científicas, políticas y periodísticas lo hacen por nuestro bien.

Vivir mal es fácil. Basta con hacer nada. Sentarse en casa, mirar la televisión, que nos recomienda quedarnos en casa, jugar en Internet, que nos recomienda una vida irreal en el metaverso y no movernos demasiado, porque si descubrimos la hermosura de la vida real nos quejaremos. Mientras estemos adormecidos, la vida transcurrirá sin penas. También, sin glorias, pero de esto no nos daremos cuenta.

En Miss Marte, un personaje secundario, el Mago Sampedro, dice que “el mundo está lleno de cosas fantásticas que nos pueden parecer perfectamente reales si nos hacen sentir bien”. Sentirse bien y ser felices pueden, a veces, ser dos situaciones bien distintas.

Una vida de verdad es esa en la que hacemos cosas de verdad y corremos el riesgo de estar tristes, felices, lastimarnos, tener miedo, alimentar esperanzas; es una vida más feliz. Por eso, dice Mai Lavinia, es más difícil. Vale más la pena.
Fuente: El Entre Ríos

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