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Quien lo hizo el pasado domingo por la mañana deberá señalar, en primer lugar, el esplendor de un día soleado, en el que el río parecía un espejo y reflejaba un cielo a ese momento sin nubes. El trayecto recorrido, en este caso habría sido desde el Balneario Piedras Coloradas, hasta la desembocadura del arroyo Artalaz, donde buscan refugio, el que tanto molesta a algunos concejales, un grupo de embarcaciones.

Justo en el mismísimo lugar en que hubo de iniciase la construcción de un canal que unía el arroyo con el lagunón artificial que se hizo al sur del arroyo, y que tanto dinero nos costó. Las observaciones que nuestro paseante -del todo imaginario- pudo haber hecho son varias.

La primera es la cantidad de “comederos”, algunos precarios y otros hasta paquetes, que en algunos de los casos están aposentados con la clara intención de no moverse nunca. Seguramente lo mismo le ha de pasar al monolito convertido en el pedestal de un busto estatua de don Herminio Quirós, siempre flanqueado por ese despacho motorizado de bebidas y alguna cosa para comer de preparación rápida, al que le gusta hacerle compañía. Lo que todavía no conoce el paseante, por discordancias horarias, es la manera como hace para subir a la vereda. Alguna vez hablamos de la existencia de un camión preparado con el mismo objeto, estacionado permanentemente un poco más cerca del balneario, que por lo visto no piensa en moverse, o ser movido de allí.

Luego de pasar sin detenerse por un grupo de mesas que daba la impresión de estar invadiendo la Plazoleta de la Memoria -nada extraño eso de una invasión de calles, porque es esa una de las prácticas habituales en Colón, y mejor no entrar en detalles-; hagamos un paréntesis.

Para advertir que en nuestro caso, como en el del paseante imaginario, que en ese cuestionamiento no da cuenta de “nada personal” por ser consciente de lo difícil que es hoy hacerse de un peso trabajando. De lo que se trata es de la necesidad de que sea planificado todo lo vinculado con esos “comederos” para después adjudicarlos por licitación.

Seguimos avanzando. Llegó así el callejero imaginario a ese inigualablemente, espléndido y prolijamente mantenido murallón -aquí la sorpresa es por encontrarse con una excepción-; aunque no sería inverosímil que a otro gastrónomo de “fast food” se le ocurriera instalar un puesto en el lugar para que le hiciera compañía a la imagen de Stella Maris. Porque cabe argumentar que, si la tiene don Herminio… ¿ella por qué no? De cualquier manera, lo destacable es como, poco a poco, se ve el resultado de la puesta en valor -así es como ahora se dice- del viejo murallón.

Llegó nuestro caminante a la altura de la caleta -otro espectáculo en sí mismo, como está poblada de todo tipo de lustrosas embarcaciones- y allí, viendo pasar los vehículos en lo que se ha transformado el carril bajo de la calle Alejo Peyret, no pudo menos que decirse que por qué no le dan la dignidad de una calle verdadera, a lo que ahora da la impresión de ser no otra cosa que un sendero ampliado, parecido a uno de esos estrechos corredores por los que se ingresa en algunos edificios de departamentos, por la “puerta de servicio”.

Siempre avanzando, pasó dejando atrás ese descalificado sector, por dos grandes terrenos, con la superficie de casi una manzana, y allí se le hizo presente un dilema: ¿rellenar lo que no son sino restos de un viejo humedal, o mantenerlos tal como están, nada más que lo más prolijamente que se pueda preservarlo?

De allí en más, todos fueron elogios hasta llegar al molesto embarcadero al que nos referíamos al principio, sin dejar de asombrarse por la cantidad de vehículos de quienes disfrutan de las termas que casi llenan la playa de estacionamiento del “bajo termas”. Algo que le hizo reflexionar, ¿si son tantos los autos, cuántos más serán los bañistas y cuántos lo que ingresa en el día a día en concepto de entradas? Algo que lleva a preguntarse si no estaría demás que la concesionaria controlara con toda estrictez, si se tiene en cuenta que vivimos en una época de atajos y desvíos.

Fue allí cuando nuestro paseante, que por lo visto era más que imaginario, se percató que lo que con más exactitud es el tramo bajo de la calle Alejo Peyret: un mero “atajo” -no el carril de una calle- de una sola dirección.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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