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Lo primero que me recordaron las primeras imágenes de la multitud que protestaba en las calles de Santiago de Chile fue la del hormiguero que destruí de una patada cuando era chico. Asomaron pues las hormigas que corrían atontadas, sin rumbo, chocando unas con otras, acarreando a alguna herida, buscando en vano la entrada que solían usar. Así me pareció, pero mostrando una agresión ausente en las hormigas, esa multitud gris y airada, donde no se distinguían líderes ni pedidos explicitados en forma coherente. Cierto que mis conclusiones pueden ser apresuradas: no estuve largo rato ante el televisor, y siempre le escapo un tanto a aquello que entra en uno de mis futuros posibles. De nuestros futuros.

Pero tomé de la biblioteca el libro de Elías Canetti (Nobel de literatura 1981) "Masa y poder”, publicado en 1960, del que copiaré algunos párrafos.

Una aparición tan enigmática como universal es la de la masa que aparece donde antes no había nada: puede que unas pocas personas hayan estado juntas, cinco, diez o doce, solamente. Nada se había anunciado, nada se esperaba. De pronto, todo está lleno de gente. De todos lados afluyen personas como si las calles tuviesen solo una dirección. Muchos no saben qué ocurrió, no pueden responder a ninguna pregunta; sin embargo, tienen prisa de estar allí donde se encuentra la mayoría (...) Se piensa que el movimiento de unos contagia a los otros, pero no es solo eso, falta algo más: tienen una meta. Antes de que hayan encontrado palabras para ello, la meta pasa a ser la zona de mayor densidad, el lugar donde hay más gente reunida.

Desde el momento en que se hace consistente, desea aumentar su consistencia. El ansia de crecimiento es la primera y suprema característica de la masa. Quiere integrar en ella todo aquel que se pone a su alcance. Todo ser con forma humana puede ser parte de ella. La masa natural es la masa abierta, su crecimiento no tiene límites prefijados (...), lo es por todas partes y en cualquier dirección: la masa abierta existe mientras crece; su desintegración comienza cuando apenas ha dejado de crecer. Porque con la misma rapidez con la que se constituyó, la masa se desintegra.

En oposición a la masa abierta está la masa cerrada. Se establece, se crea limitándose (...) El límite impide un aumento desordenado pero dificulta y retarda su desintegración.

El acontecimiento más importante que se desarrolla en el interior de la masa es la descarga. Antes de esto, a decir verdad, la masa no existe hasta que la descarga la integra realmente. Se trata del instante en el que todos los que pertenecen a ella quedan despojados de sus diferencias y se sienten como iguales. En esta densidad, donde apenas hay un hueco entre ellos, donde un cuerpo se oprime contra otro, uno se encuentra tan cercano al otro como a sí mismo. Así se consigue un enorme alivio. En busca de ese instante feliz, en que ninguno es más, ninguno mejor que otro, los hombres se convierten en masa.

Se habla a menudo del impulso a la destrucción de la masa, es lo primero en ella que salta a la vista (…) Preferiblemente destruye casas y cosas que muchas veces se trata de objetos frágiles, se tiende a creer que sería justamente esta fragilidad de las cosas lo que incita a la masa a la destrucción (…) El ruido que produce la destrucción, el fragor de la vajilla o el de los escaparates hechos añicos, contribuyen en buena medida a su encanto: son los vigorosos vagidos de una nueva criatura. Una particular necesidad de este tipo de estruendo parece existir al comienzo de los acontecimientos, cuando la masa está compuesta por un número bastante reducido de elementos y cuando no ha sucedido aún casi nada.

A la masa desnuda todo le parece la Bastilla. El más impresionante de todos los medios de destrucción es el fuego. Es visible a gran distancia y atrae a otras personas. Destruye de manera irremediable. Nada, después de un incendio, es como fue antes. La masa que incendia se cree irresistible. Se le va incorporando todo mientras el fuego avanza. Todo lo hostil será exterminado por él. Es el símbolo más vigoroso que existe para la masa. Después de toda destrucción, el fuego, como la masa, debe extinguirse.


Confío en que, al terminar de copiar estos párrafos, la masa abierta que vimos por las calles de Santiago de Chile, esté ya contenida. Será la masa contenida la que podrá cambiar leyes o instituciones. También espero que los párrafos mencionados sean una invitación para leer la gran obra de Canetti.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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