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Dicen que dicen, y es por lo demás cierto, que no hay lugar del mundo donde no se sepa quién es Diego Maradona y el país donde nació. Algo parecido ha de suceder con Messi. Y en círculos más reducidos podrá llegar a darse en el caso de Del Potro. Pero resulta hasta casi imperdonable lo poco y nada que sabemos de Pedro Opeka, un compatriota nuestro, del que seguramente seguiríamos sabiendo poco y nada, hasta el punto de ignorar su mismísima existencia, de no haber regresado a nuestra tierra, para celebrar aquí el cumplir setenta años y los noventa de su padre.

No es habitual que esta columna editorial se convierta en una narración biográfica, y en el caso excepcionalísimo que nos hubiéramos apartado de esa línea haya sido para valorar en su justa medida la ejemplar vida de un muerto, pero no creemos haber hecho nada parecido con quien todavía estuviera vivo.

Pedro Pablo Opeka nació en el partido de San Martín, en el conurbano, de padres eslovenos. Muy temprano como un niño, desde la edad de nueve años, trabajó con su padre como albañil. A los quince años, dudó entre convertirse en un profesional del fútbol o en un sacerdote.

Finalmente decidió convertirse en sacerdote e ingresar al seminario de los Lazaristas en Buenos Aires. A los 20 años marchó a Eslovenia -que entonces era una parte de Yugoeslavia- para continuar sus estudios y, dos años más tarde, en 1970, se fue a Madagascar, donde trabajó como albañil en las parroquias de los Lazaristas. De allí vuelve a Paris, regresando a Buenos Aires en 1975 para ordenarse sacerdote. En ese momento fue nombrado responsable de una parroquia rural en el sureste de Madagascar, Vangaindrano.

Su designación como director del seminario lazarista en la capital de Madagascar fue un punto de inflexión en su vida. Fue cuando se encontró con el más grande de los basureros de la isla. Donde descubrió que la gente hurgaba entre la basura para encontrar algo para comer y dormía en cabañas hechas de cáñamo entre montañas de desechos.

Pedro Opeka comenzó a hablar con ellos, para convencerlos de que podían dejar esa miseria y abuso para sus hijos. Con el equipo de jóvenes que él había entrenado en Vangaindrano, escribió después de largas discusiones los artículos y los estatutos de Akamasoa ("buenos amigos" en el idioma local) en diciembre de 1989. Su objetivo era dar apoyo continuo a los pobres.

Hoy en día, Akamasoa – su organización de “buenos amigos”- lleva fundadas dieciocho aldeas donde viven treinta mil personas, entre ellas diez mil niños que van a las escuelas que su organización también ha levantado.

Además casi un millón de personas de la isla han sido apoyadas por un día o tres semanas en los "centros de acogida", ofreciéndoles arroz, una cubierta, algo de tela y un paquete pequeño para 'nacer de nuevo' a la vida.

Llevando la albañilería en su alma, donde la había insertado su padre, enseñó a los jóvenes de su organización a construir casas, la mayoría de ellas sólidas, donde han ido a vivir personas que lo hacían en cobijos construidos sobre la tierra desnuda con paredes y techos de cartón.

Dice el padre: Fui criticado porque las casas que construíamos para los pobres eran lindas, grandes, con detalles muy cuidados. Cada casa nos cuesta cuatro mil euros. ¿Por qué los pobres tienen que vivir en casas feas?

Todo ello mientras su organización sigue construyendo cada año nuevas escuelas, clínicas y centros de capacitación y producción. Las comunidades de la organización se han vuelto en gran parte autosuficientes gracias a la apertura de canteras de piedra y grava, a los talleres de artesanía y bordado y a un centro de abono al lado del basural público.

El padre Pedro Opeka enseñó a los habitantes de las aldeas de la organización desde cómo dividir y clasificar la basura, transportando el compost logrado a través de ella hasta crear pequeñas granjas de agricultura. Su organización también está entrenando a los artesanos de la construcción (albañiles, carpinteros, ebanistas, operadores y pavimentadores de calles) que han construido o reconstruido carreteras y puentes para ayudar a las comunidades de todos los pueblos y el país...

No es de extrañar entonces que haya el padre Pedro sido distinguido con numerosos premios. En 2007, Opeka fue nombrado un caballero de la Legión de Honor. El laudo, decretado el 12 de octubre por el Presidente de Francia, reconoce sus 20 años de servicio público a los pobres en Antananarivo. Este premio reconoce la pelea en curso dirigida aquí contra la pobreza por este hombre de fe y sus 412 compañeros de trabajo: médicos, parteras, maestros, ingenieros, técnicos y trabajadores sociales, todos ellos de Madagascar. A ello se sumó en 2009, Opeka real Golden Order for Services , que es la condecoración nacional más alta de Eslovenia y la que fuera nominado el año 2012.

Se relata que Jean Cocteau filmó un documental sobre su obra y en Europa circulan dos libros sobre su vida. Y no resulta extraño que se vea en él a la versión masculina de la madre Teresa de Calcuta.

Después de lo cual no podía faltar la pregunta, que también cabe que nos hagamos todos: ¿Qué lo llevó a abandonar todo en la Argentina y cambiar de vida?

El “padre Pedro”, como se lo conoce en África y Europa, sonríe. Y dice, “todo hombre es mi hermano. ¿Cómo no lo voy a ayudar?”

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