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El tópico de la política puede ser abordado desde diversos niveles. El primero de los cuales es el de las llamadas “ideas elevadas” o simplemente el del “mundo de las ideas”. En el que se movieron en la vieja Grecia personas como Aristóteles y Platón, aunque no se debería incluso olvidar algún trozo suelto de Heráclito y rescatar una bastante posterior y valiosa ocurrencia de Polibio.

Rememoraciones que, a decir verdad, parecen hoy sonar a cuento chino. Por más que, hasta se podría decir que lo que a ese nivel se reescribió después no son, como alguien ha señalado, otra cosa que acotaciones -cuando no enmiendas torpes- a ese pensamiento primigenio de la que, no hace de esto mucho tiempo, se solía mencionar como “civilización occidental”. Omitiendo, a sabiendas, aquello de “cristiana”, incluida otrora en esa caracterización, porque hace ya tiempo sus herederos han prescindido de la final denominación.

Es que ese es el nivel del hombre entrevisto como “animal político” o de las “utopías”, en que se veía a muchos -tanto a grandes de verdad como a pequeños que se tenían a sí mismos por grandes- entretenidos en la mejor manera de concebir una “sociedad perfecta”.

Al mismo tiempo que se hacían esfuerzos para acertar en una taxonomía de los estados y los gobiernos, con las que buscar poner orden en lo que de por sí es confuso. Y en el que ya estaba presente el peligro –más que entrevisto- que los estados y gobiernos con formas “puras” degenerasen convirtiéndose en lo opuesto. De lo cual se derivaba la inquietud acerca de la forma de evitarlo, donde precisamente entra Polibio, con la no novedosa novedad de la posibilidad de introducir una forma “mixta” de gobierno.

Y esos “muchachos” – como ahora no faltaría que unos cuantos así a ellos se refirieran- no estaban mal rumbeados, ya que partiendo de la idea de que el hombre es un animal político, venían a la postre a preocuparse de la cuestión de cómo organizar las cosas para que puedan llegar a funcionar de la mejor manera en la forzada e ineludible convivencia. No hay que olvidar que para Aristóteles únicamente los dioses y no los demás seres vivos, podían sobrevivir en solitario, no reparando ni en hormigas, abejas u otras criaturas a las que también se las debe tener como “sociales, aunque no “pensantes” y era la vida en sociedad la más importante de las situaciones que cualquier ser humano podía llegar a plantearse.

Nada de extrañar entonces, que milenios – y no solo siglos después- a quienes se les asigna la condición de “Padres Fundadores” de la nación americana, proclamaran que entre los derechos fundamentales del hombre junto a la vida, la libertad y la seguridad, se encuentra el de la “búsqueda de la felicidad”. O sea –y es imprescindible atender al matiz- no la felicidad, sino su búsqueda. Algo que no significa otra cosa que el reconocimiento de que todos los que conviven en una sociedad determinada tienen la responsabilidad –que es a la vez un derecho y un deber- de mostrarse aptos y diligentes al momento de contribuir a edificar una entidad mejor.

A la vez, en el otro extremo, y cayéndonos casi sobre el suelo, se encuentra el nivel que designamos de las “patéticas miserabilidades” –pidiendo disculpas por nuestra recurrente predisposición a utilizar palabras prestadas de Hipólito Irigoyen- que es el nuestro, en que hemos visto y vuelto a ver “de todo”, y entre ellas cosas no solo trágicas sino hasta totalmente incomprensibles.

Es por eso que en momentos en los que todos debiéramos estar empeñados – y poniendo en ello el mayor de los esfuerzos y esperanzas – en la construcción de una “república democrática”, no puede sino alarmarnos encontrar a vastos sectores de esa comunidad vapuleada y maltrecha que es la nuestra, que desde vertientes diversas y con finalidades y hasta intereses contrapuestos, constituyendo, desde pequeños grupúsculos, hasta enormes cáscaras vacías ocupadas por gerontes, unidos a otros que aupados en lo que pretende ser una meta común, se esconden detrás de una máscara triste y claramente “antisistema” a la que llaman resistencia. Pasando por alto que en un sistema como el que la mayoría de nosotros aspira a consolidar, cuando más se puede hablar de “gobierno” y “oposición” o mejor dicho de “leal oposición”, como se ha escuchado decir que la llamaban los ingleses.

Y en este nivel existen varios estratos. En el más alto de los cuales, está el de los “pensantes” – o que así se los supone- en el que cabría ubicar, en tren de ejemplificar, a los del colectivo auto-designado como “Carta Abierta” o al profesor penalista, y juez y también exjuez y de nuevo juez, y siempre político Zaffaroni, al mismo en que hay quienes suponen ver un próximo candidato presidencial por. . . “la resistencia”.

En el estrato de los “postulables para gobernar” nos encontramos con personajes conocidos como es el caso de la señora de Kirchner, única a la que se menciona para no alargar la lista. Aunque, según dicen a ella no solo se la nota más callada y, sino ni doblegada ni sumisa, más sensata.

De allí en más se podría ir pasando a otros estratos mucho más bajos, al final de los cuales cabría ubicar no ya el núcleo duro de la militancia, sino a los “resistentes activos”. Así mencionables, ya que por el lugar que ocupan en el campo de la confrontación impiadosa, cabría considerarlos ejemplificados en quienes en la Plaza de los Dos Congresos de la ciudad de Buenos Aires, el 18 de diciembre pasado, cuando se discutió la reforma previsional, hicieron de la suyas.

Y ¿qué es eso de “hacer de las suyas”? Al menos de tratar de responder a la pregunta, se ocupa un fiscal federal, quien en un dictamen acusatorio de dos de los procesados por su participación en los hechos, los encuentra incursos en una conducta delictiva por actuar con inusual virulencia y en un accionar, al que describen como una acción cuasi-militar que buscaba dar un golpe de Estado en esas circunstancias.

Ya que como integrantes de un grupo mayor que “resistía” se los veía en situación de revista como cuadros o tropa de una disciplinada y belicosa milicia dotada de estructura y organización semi-militarizada. Y que en ese carácter se alzaron contra uno de los poderes del Estado para impedir que cumpla su función.

Destacando que grupos como ese, no actúan de manera inconexa ni desordenada, sino que lo hacen desplegando una aceitada gimnasia apta para eludir el accionar policial echando mano a todo un conjunto de elementos de camuflaje y disfraz con el fin de evadir el accionar de las fuerzas del orden. Y por añadidura contando con el auxilio y la participación orgánica de socorristas, profesionales, comunicadores y supuestas 'organizaciones sociales' prevenidas al efecto.

Al mismo tiempo que alerta acerca del hecho que esos “manifestantes” a lo largo de los meses se fueron superando en su capacidad de organización, recursos para eludir a la policía, armamento, auxilio externo, brutalidad y violencia, como si esta facción de agitadores contumaces fuera acumulando aprendizaje y experiencia en cada uno de sus ataques.

Reflexiones todas ellas que parecen no resultar ociosas, atendiendo a lo que puede ocurrir en una marcha a llevarse a cabo mañana en Buenos Aires, y que no tiene, indudablemente, como objeto que nos volvamos “más República”.

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