La crisis griega tiene similitudes con la que vivió nuestro país, pero hay que distinguir bien quiénes son los culpables

La crisis en Grecia se ha puesto de moda en nuestras playas. No son pocos los economistas que ven en las penurias griegas un reflejo de lo que fueron los pesares argentinos durante la crisis económica que azotó a nuestro país hacia fines de 2001.

De hecho, el camino seguido por Grecia para llegar a esta encrucijada no ha estado demasiado divorciado del que siguió Argentina antes de tener su crisis. La abundancia de liquidez en el mundo permitió a Grecia acceder a enormes cantidades de deuda durante los buenos años de la economía mundial. Sin embargo, la crisis financiera global de 2008 puso en evidencia que había países más competitivos que otros. Grecia caía dentro de los menos competitivos. Sin desarrollo industrial, con deflación, bajo crecimiento, déficits fiscales crecientes, déficit de cuenta corriente y el corsé del euro a cuestas, bastó un mínimo cambio exógeno para que una crisis latente estallara.

El problema para Grecia parece haber sido su pertenencia al Euro le permitió vivir más allá de sus posibilidades durante demasiado tiempo. A un punto tal que, por duradero, los griegos dejaron de pensar en las ventajas como si fueran extraordinarias y pasaron a considerarlas como merecidas, pese a que nada estructural había cambiado en el país.

Lo que hizo posible esa forma de vida en una economía estancada y deficitaria fue el crecimiento de la deuda. Hasta que se hizo impagable y el mercado financiero le dejó de prestar. Al rescate vino el FMI, con sus ortodoxas recetas de ajuste a cuestas.

En 2012, los acreedores del sector privado aceptaron una quita de capital del 75%. Pese a ello, como la economía griega se contrajo 25% en los últimos cuatro años, la razón de endeudamiento es hoy mayor que la que existía antes de esa quita. Hoy, el 84% de la deuda griega está en manos de los acreedores multilaterales y parece claro que si éstos no aceptan una quita, no hay para Grecia otra puerta de escape que la salida del Euro.

El hecho es que en enero de este año, Grecia eligió un nuevo gobierno, comandado por Alexis Tsipras, que en su campaña había prometido rechazar los ajustes que imponen los acreedores. Claro que apenas asumió debió volver en parte sobre sus palabras, pues el electorado (siempre caprichoso) descubrió que le encantaría no pagar, pero no aceptaría que ello afectara su forma de vida.

Ante la encrucijada, la semana pasada Tsipras convocó a un referéndum, que se llevaba a cabo hoy, para que el pueblo decida si acepta o no las condiciones de los acreedores. En forma preventiva, el Banco Central Europeo dejó de fondear a los bancos griegos, forzando al gobierno helénico a imponer un corralito para los depósitos. Está claro que si hoy triunfa el “no”, los bancos no podrán abrir y la salida de Grecia del Euro será inminente. Económicamente podría ser un buen negocio de largo plazo, como lo fue para Argentina salir de la Convertibilidad. Políticamente podría ser desastroso: ¿la conversión de los depósitos de euros a dracmas será aceptada mansamente, o generará una crisis como la que llevó al fin de De La Rua y de otros tres presidentes en pocos días?

Cualquier similitud de este lamento griego con la crisis argentina de 2001 no es una mera coincidencia. El candidato del Frente Para la Victoria, Daniel Scioli, tomó nota y sentenció que “lo que acaba de ocurrir en Grecia nos tiene que abrir bien los ojos”, aludiendo, en línea con el pensamiento de la Presidenta, a una conspiración del “capitalismo salvaje expresado por los fondos buitre”.

No entendió bien la cuestión: no es de los acreedores la culpa de lo que pasa en Grecia. El dinero gratis no existe. Bien lo sabe el gobierno argentino, que en sus postrimerías le ha encontrado el gustito a la deuda y acepta pagar tasas de 30% anual para gastar los fondos no en aumentar la productividad del país sino en un consumo derrochador que genera la ilusión de un bienestar que no es sostenible.

Parafraseando a Sor Juana Inés de la Cruz: ¿quién tiene más la culpa? ¿El que presta por la paga o los que pagan por fondos que dilapidan en gasto populista?

Tiene razón Scioli: debemos andar con los ojos abiertos. Con calculado cinismo se reprocha a quienes prestaron, mientras que hoy y aquí el gobierno toma deuda sin medida y sólo en beneficio propio. Debemos andar con los ojos bien abiertos para no repetir los errores que en el pasado, como a Grecia ahora, nos llevaron a una crisis.

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