Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Desde la ira y la indignación hasta el odio

Cuestiones de este tipo son, en apariencia, completamente distantes de las que suelo ocuparme, y que tienen una vinculación en mayor o menor medida con mi empeño humildísimo y de fecundidad al menos dudosa, de contribuir a la institucionalización de la república democrática entre nosotros.

Por Rocinante

Pero sigo de cualquier forma consecuente con ese propósito, cuando me sumo y difundo las reflexiones, que no considero de mi autoría, de quienes contribuyen a tratar de hallar una explicación a la pavorosa situación en que nos encontramos de ver el mundo en llamas con focos de incendios por doquier, en la que se mezcla una violencia desatada con un vandalismo que no respeta ni siquiera a los templos.

Claro está, como no podía ser de otro modo, que hay excepciones, entre la que es destacable el caso de nuestro pueblo hermano del Uruguay, que acaba de darnos un encomiable ejemplo de cultura cívica y de una respetuosamente civilizada interrelación social, la que, en el caso nuestro, con un estado de cosas infinitamente mucho más frágil, deberíamos esmerarnos en imitar.

¿Por qué precisamente ahora y en todas partes?, es la pregunta que se suele escuchar, y la que también debo admitirlo, es motivo de mi inquietud. Porque desigualdades e injusticias sociales ha habido siempre, las diferencias, inclusive muchas de una envergadura mayor han existido y nunca hemos dejado de exhibir cualidades y maneras de pensar confrontadas, de esas que despiertan el espíritu de facción.

Dado lo cual se me ocurre que ni la crisis de representatividad de la que tanto se escucha hablar y que parece haberse convertido casi en una moda en la que en los círculos intelectuales no se deja de perorar, mientras que al pueblo llano no le queda en apariencia otra alternativa que soportar; ni las desigualdades sociales cada vez más amplias, independientemente de su existencia, y tan solo para dar un ejemplo de una larga lista, por más que sean verdaderas, no son suficientes para explicar todo lo que nos pasa e inclusive lo peor que nos puede llegar a pasar.
Un aporte más a la explicación del aquelarre
Es en ese contexto, donde tuve la fortuna de encontrar en una revista estadounidense un trabajo de un periodista especializado en temas de importancia política y social, que viene a apuntalar con una mirada diferente, alimentada con la lectura de docentes de disciplinas diversas, la explicación que simultáneamente se está buscando y construyendo como respuesta al interrogante que he dejado planteado.

Documento que comienza con el relato de una fábula que debería llevarnos a comprender lo difícil que es tratar de interpretar el mundo en que vivimos, apelando a patrones que, hasta cierto punto al menos, lo explicaban de una manera comprensible a generaciones no tan lejanas a las nuestras, y que sus creencias y reglas de comportamiento, han quedado golpeadas por las posibilidades que la tecnología en materia de comunicaciones nos abre a quienes vivimos en la actualidad.

El relato a que hago referencia nos invita a suponer que la historia bíblica de la Creación fuera cierta: Dios creó el universo en seis días, incluidas todas las leyes de la física y todas las constantes físicas que se aplican en todo el universo. Después de lo cual se nos pide que imaginemos que un día, a principios del siglo XXI, Dios se aburrió y, por diversión, duplicó la constante presión gravitacional. ¿Cómo sería vivir tal cambio? Todos seríamos arrastrados hacia el piso; muchos edificios colapsarían; los pájaros caerían del cielo; la Tierra se movería más cerca del sol, restableciendo la órbita en una zona mucho más caliente.

Luego de lo cual el autor del trabajo, recordamos nuevamente que se trata de un periodista norteamericano, nos pide que volvamos a ejecutar este experimento mental en el mundo social y político, en lugar del físico. Y es allí donde destaca que la Constitución de los Estados Unidos fue un notable ejercicio de diseño inteligente. Es que según su interpretación, los Padres Fundadores sabían que la mayoría de las democracias anteriores habían sido inestables y de corta duración. Pero eran excelentes psicólogos, y se esforzaron por crear instituciones y procedimientos que trabajarían con la naturaleza humana para resistir las fuerzas que habían desgarrado tantos otros intentos de autogobierno.

Y es allí, donde presenta el ejemplo de uno de una serie de artículos que los que en los Estados Unidos se conocen como Padres Fundadores reunidos en un volumen bajo el nombre de El Federalista.

Considero útil abrir un paréntesis, para antes de proseguir, hacer referencia a esos hombres y remarcar lo que doy por sabido. Es así como cabe indicar que se consideran Padres Fundadores de los Estados Unidos de América a aquellos personajes destacados que lideraron la Revolución de las Trece Colonias contra la autoridad de la corona británica y participaron en la fundación de la nueva nación. Mientras que El Federalista, es una colección de 85 artículos y ensayos escritos y publicados originariamente en diarios entre octubre de 1787 y agosto de 1788.

Continuando con la relación, debe señalarse que nuestro autor destaca que en el Federalista N° 10, “James Madison, uno de los indicados Padres Fundadores, escribió acerca de su miedo al poder de la "facción", con lo que se refería a un fuerte partidismo o interés grupal que "inflamó [a los hombres]con animosidad mutua" y los hizo olvidar el bien común.

Algo que no le impidió estar convencido que la inmensidad de los Estados Unidos podría ofrecer cierta protección contra los estragos del faccionalismo, porque sería difícil para cualquiera extender la indignación a una distancia tan grande. Madison presumió que los líderes factos o divisivos pueden encender una llama dentro de sus Estados particulares, pero no podrán difundir una conflagración general a través de los otros Estados.

Nuestro articulista, agrega que El diseño de Madison ha demostrado ser duradero. Y en cierta forma lo fue, si hacemos abstracción de la celebérrima guerra del Norte contra el Sur, donde los esclavistas sureños fueron derrotados por sus oponentes liderados por el presidente Abraham Lincoln. Aunque ese diseño inteligente se puede decir que fue imitado entre nosotros de una manera todavía más imperfecta, si se tiene en cuenta que el espíritu de facción, ha sido una constante que, en medida diversa, se ha dado en nuestra historia, ya desde la época de la Colonia.

Dado lo cual, solo en forma relativa podemos hacer nuestras las preguntas siguientes que él se formula. En el sentido de ¿qué pasaría con la democracia estadounidense si, un día a principios del siglo XXI, apareciera una tecnología que, en el transcurso de una década, cambiara varios parámetros fundamentales de la vida social y política?

A lo que añade otra, ¿qué es lo que pasaría si esta tecnología aumentara en gran medida la cantidad de "animosidad mutua" y la velocidad a la que se propaga la indignación? ¿Podríamos presenciar el equivalente político de edificios derrumbándose, pájaros cayendo del cielo y la Tierra acercándose al sol?
Cuando la revolución tecnológica en materia de comunicaciones hace la diferencia
El fenómeno de la conectividad comunicacional cada vez mayor, traducido sobre todo en la explosión de las redes sociales, es lo que ha venido a trastrocar las cosas. Se debe tener aquí en cuenta, que no se trata en este caso de la innovación tecnológica que trajo la vinculación satelital, ni la emergencia de Internet y la larga serie de innovaciones que son su consecuencia, dado que a lo que aquí se asiste es a una avance mayúsculo de carácter instrumental. Y como se sabe desde una perspectiva ético social los instrumentos pasan por ser neutros, ya que todo depende de la manera en que a los mismos se los utiliza.

Nuestro periodista ilustra esa característica, apelando a lo que sucede con Facebook, cuya misión inicial fue hacer que el mundo sea más abierto y conectado, y en los primeros días de las redes sociales, muchas personas asumieron que un gran aumento global en la conectividad sería bueno para la democracia.

Sin embargo, a medida que las redes sociales han envejecido, el optimismo se ha desvanecido y la lista de daños conocidos o sospechosos ha crecido: las discusiones políticas en línea (a menudo entre desconocidos anónimos) se experimentan como más enojadas y menos civilizadas, cuando no como signos de una barbarie resucitada.

Es lo que muestra la vida real; redes de pequeños ideólogos belicosos co-crean cosmovisiones que pueden volverse cada vez más extremas; florecen las campañas de desinformación; las ideologías violentas atraen a los reclutas.

Todo ello es consecuencia de que las redes sociales convierten a la comunicación en una actuación pública. Con el agravante que el sentimiento de autoestima, cuya presencia en cada uno de nosotros en niveles adecuados es indispensable para nuestra salud mental y nuestro comportamiento adecuado frente a los demás, está siendo reemplazado por una suerte de indicador social diferente, centrado en cómo somos y nos está yendo a los ojos de los demás.

Es a ese respecto que un psicólogo social señala que las redes sociales, con sus pantallas de me gusta, amigos, seguidores y retweets, han llevado a un cambio radical de los parámetros que utilizamos para medirnos ya que, conviene recalcarlo, más que el valor que nos asignamos a nosotros mismos, siendo lo más objetivos posibles a la hora de efectuar ese autoanálisis, le damos por sobre todo importancia “a cuanto gustamos a los demás”.

Así, existen estudios que señalan, en primer lugar, que a quien constantemente expresa enojo en sus conversaciones privadas, es probable que sus amigos lo encuentren fastidioso o aburrido. En cambio cuando hay una audiencia, los beneficios son diferentes ya que la indignación puede aumentar su estado. Se señala así que cada palabra moral o emocional utilizada en un tweet aumentaba su capacidad de viralizarse en un 20 por ciento, en promedio a lo largo de su difusión.

Y que publicaciones que exhibían un "desacuerdo indignado" recibieron casi el doble de participación, incluidos los "me gusta" y las compartidas, que otros tipos de contenido en Facebook.

En ese mismo sentido se ha dicho también que las fuerzas normales que podrían impedir que nos unamos a una multitud indignada, como el tiempo para reflexionar y refrescarnos, o los sentimientos de empatía por una persona humillada, se atenúan cuando no podemos ver la cara de la persona, y cuando se nos pide, muchas veces al día, que tomemos un lado al "agrandar" públicamente la condena.

Es por eso que volviendo al autor de la nota que al comienzo hicimos referencia, no resulta extraño que para el mismo las redes sociales convierten a muchos de nuestros ciudadanos más comprometidos políticamente en la pesadilla de Madison: pirómanos que compiten para crear las publicaciones e imágenes más incendiarias, que pueden distribuir en todo el país en un instante, mientras que su alcance público muestra cuán lejos alcanzan sus creaciones viajando.
Al momento de una evaluación imposible de este estado de cosas
Cabe que primero señale el aspecto positivo de estas novísimas interconexiones, en el caso por supuesto que sea correctamente utilizada, ya que puede llegar a transformar en el Ágora de la antigua Atenas implementado de una manera virtual.

Una manera diferente a la que desgraciadamente se encuentra al uno, cuando en sus formas en apariencia más inocentes se valen de lo que ya no es novedad, lo que los españoles llaman cotilleo, y que nosotros conocemos como matar el tiempo intercambiando chismes.

Inclusive, siempre bien utilizada, puede convertirse en un instrumento demoledor de las estructuras oligárquicas que padecemos, a través de la movilización digital. E inclusive con las convocatorias a movilizaciones pacíficas, en las cuales habría que buscar por parte de sus participantes igualmente pacíficos, que ellos mismos encuentren y apliquen de manera efectiva, la forma de neutralizar a los infiltrados violentos que buscan la manera de mimetizarse en ellos.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

Enviá tu comentario