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La mediocridad intelectual y la falta de visión estratégica condicionan la capacidad de nuestros dirigentes para pensar algo nuevo, superador de lo viejo que no funciona. No se cae una idea acerca de cómo hacer para que crezcan las inversiones, para que la economía privada genere empleo, para que aumenten las exportaciones; en síntesis, para generar las condiciones de un crecimiento sostenido, superador de los efímeros espasmos de reactivación que siempre terminan por depositarnos en un coma más profundo que el que se pretendió curar.

Como en una calesita, tras algunos meses vuelven los mismos viejos anuncios, celebrados como victorias épicas de la justicia social. Es así que la Vicepresidente celebró con un tuit el aumento de 60% logrado por La Bancaria, que la directora del PAMI nombró 682 nuevos cargos y que la directora de ANSES festejó los 30 años del organismo con un bono de $20.000 a 13000 empleados, y con 1000 incorporaciones a la planta permanente. Digresión: ¿recordará Fernanda Raverta que ANSES fue creada durante el neoliberalismo menemista? Alguien debería avisarle, porque corre el riesgo de que se le atragante el festejo.

La cereza del postre es el nuevo IFE de $18.000 que se pagará en dos cuotas iguales, en mayo y junio, a jubilados, monotributistas y trabajadores informales. Promete llegar a 13 millones de beneficiarios. Su nombre, Ingreso Familiar de Emergencia, parece una confesión de partes respecto del fracaso de las políticas económicas y sociales aplicadas.

Es una verdad inobjetable que el estado maneja una masa de recursos finita. Gastar más requiere generar más ingresos o conseguir más financiamiento. O la peor alternativa: tener más inflación, el impuesto a los pobres. La inflación amenaza con hacer piso en niveles de 6% mensual. Les damos ayuda monetaria a quienes menos se pueden defender de la pérdida de poder de compra de esa ayuda. No se ve la salida de este círculo vicioso: cada aumento del gasto demanda un nivel de inflación mayor para que sea sostenible. En el mismo anuncio del gasto social radica el germen de su ineficacia, y en la necesaria disminución del valor del siguiente anuncio.

La política de estado se ha reducido a la dación de dádivas de supervivencia. “Administración de la pobreza” parecería un nombre más acertado de denominar a un estado que no imagina otra manera de paliar la pobreza que aquella que él mismo provoca. Lastima admitir que desde hace años la pobreza es el único indicador que crece de manera sostenida.

Esta semana, un abnegado sacerdote trazó una analogía esclarecedora: la gente, sin oportunidades de encontrar un trabajo formal que le permita seguir viviendo con el fruto de su actividad, se asemeja a un pájaro que, capturado y puesto en cautiverio, se limita a sobrevivir gracias al agua, el alpiste, y alguna lechuga o zanahoria que su captor deja en su jaula. Se acostumbra a la jaula y se olvida de volar.

Como el ave, la gente pierde la esperanza, ya no sabe cómo explotar sus talentos para progresar y se convierte en esclava de un plan, un IFE, un bono, o un cargo público para hacer nada a cambio de un salario de supervivencia. Pierde la capacidad de reacción y se adormece a la espera de ese alpiste, esa lechuga o esa zanahoria que el estado le provee con cuentagotas.

La mala administración de la cosa pública, que no hace más que aumentar el número de pájaros depositados en la misma jaula, deriva en que cada día haya menos recursos para cada uno. Es así que un día perdemos la lechuga, y al siguiente la zanahoria. Nos queda apenas un poco de agua, y porciones declinantes de alpiste. El IFE refleja de manera cabal la emergencia de la situación, contenida en el nombre mismo de ese beneficio, que no más que un espejismo. A esta altura, el IFE ya no atiende una emergencia económica, ni una emergencia sanitaria: atiende la emergencia de la política por contener el declive que su mismo andar causa.

Llama la atención que los pájaros no se rebelen. ¿Por qué? Tienen miedo a perder lo poco que les queda: el agua, el poco de alpiste, la seguridad de su jaula. Olvidaron la bronca que les provocó perder todo, incluso la esperanza, cuando fueron enjaulados. Ya no saben cómo vivir en libertad. No quieren salir de la jaula en la cual los han puesto sus captores.
Fuente: El Entre Ríos

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