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Si es que la historia se repite, los antecedentes no son precisamente muy buenos

En estos tiempos modernos los mercados no votan pero aun así se las ingenian para poner cualquier país patas para arriba. Sobre todo aquellos que salen de los cánones de la normalidad, como es nuestro caso. Cuando los países no se manejan con un marco de políticas más o menos estables, no importa quién gobierne, termina en una situación parecida a la nuestra o a la de Italia, otro de los considerados chicos malos del concierto internacional de naciones.

La otra peculiaridad es la que se da cuando el gobierno al que quiere el mercado es el que se va, con la expectativa de que el que venga haga las cosas de otra manera; en el mejor de los casos, aquél termina sufriendo en carne propia el repentino desamor de los grandes inversores. Como contracara, cuando el que llega es el supuestamente bueno a los ojos del mercado, el malo o poco querido, que termina su mandato, va a disfrutar en los últimos meses de la luna de miel anticipada que arranca el día después de las elecciones. Le sucedió esto a Cristina Kirchner entonces, sufre Macri el efecto contrario ahora.

Macri, tal vez el presidente con mayor apoyo e inserción internacional de las últimas décadas, está hoy en una situación delicada. El respaldo del mundo que Argentina tuvo hasta el día previo a las PASO? flamea, y la coyuntura se exhibe como delicada, en el mejor de los casos, hasta que Alberto confirme sus pergaminos de candidato más votado, se reciba finalmente de presidente electo y dé precisiones finales respecto al nuevo rumbo, que podría ser el mismo de hoy o no. Hasta entonces, lo más probable es que no diga ni haga nada que le pueda costar un voto en Octubre, ni aun cuando su falta de definición haga que el país se siga hundiendo en las profundidades. Está claro, Alberto no se quiere quedar pegado a la inestabilidad del momento, y prefiere que todo el peso de la historia termine cayéndole a Macri encima. Y esto aun cuando represente tener que levantar a Argentina desde un pozo mucho más profundo sea con? éxito, o incluso con una creciente posibilidad de que el intento se lo lleve puesto.

En un país razonable, como aquellos de los que hablábamos al principio, estas cosas no suceden. Las transiciones son ordenadas y también consensuadas. Esto quiere decir que el que llega, aun cuando aquí es cierto que todavía el kirchnerismo no fue formalmente elegido, se encarga de dar conjuntamente con el que se va un mensaje de tranquilidad y previsibilidad. Un mensaje a los votantes, pero también a los agentes económicos que muchas veces ayudan a construir países pero también otras tantas se ocupan de destruirlos y sin necesitar de la ayuda de nadie.

Se sabe cómo actúa el peronismo. Es de conducta volátil y a veces puede ser despiadado. Ya lo sufrieron Alfonsín y también De la Rúa, cuando el peronismo dejó que sus gobiernos se consumieran en la hoguera. Hoy todavía no está claro cuál va a ser el proceder,? aun cuando parece haber señales de que podría privilegiar preservar su capital político antes que preocuparse por la salud de la Nación. Si el precio que hay que pagar para que Macri quede como único y excluyente culpable es una crisis aún más grave que ésta, para ellos tal vez bien pagado está.

Alberto Fernández fue funcionario de Menem cuando este decidió dejar que Alfonsín y el país se hundieran previo a su asunción y conoce de primera mano el exuberante costo que se pagó.? De hecho le costó más de dos años a Menem, además de un giro copernicano en sus políticas, poder dar vuelta el desastre. Precisamente el conocimiento adquirido en primera persona es el que podría hacer reflexionar al candidato respecto a las ventajas de dejar a Macri totalmente solo. Tal vez también cierto grado de culpa, aunque esto es más difícil de medir, considerando que el kirchnerismo bien puede ser sindicado como coautor de la crisis que estamos viviendo. Aunque hoy parezca fácil echarle toda la culpa a Macri, la realidad es que la situación delicada que vivimos viene de larga data y es resultado de un gasto público enorme y un fiscal déficit descontrolado que ya lleva muchísimos años y que se aceleró promediando el primer mandato de Cristina Kirchner.

Alberto Fernández sabe además que recibe un hierro al rojo vivo, al que el kirchnerismo de paladar negro no le interesa en apariencia tocar, y que las recetas para dar vuelta la situación no son muy diferentes a las que el actual gobierno ha acudido. Mostrarse intolerante, poco cooperativo e indolente frente a la dificultad del momento, podría volvérsele en contra en el eventual día en que hiciera cargo. Es que no se recomienda escupir hacia arriba, y Fernández, experimentado operador político si los hay, bien lo sabe.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa).

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