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Ignoramos si a alguien se le habrá ocurrido que le prestarían atención muchos medios de comunicación social, el día en que el virus deje de ser noticia, en el caso que esperemos que así suceda. Mientras llegue ese día, esos mismos medios tienen “noticias livianas”, con las que entretenerse y entretenernos, sin necesidad de empezar a circular por otro carril.

Un primer ejemplo de lo indicado lo tenemos en el caso de un aviso hecho público por un “hisopador”, profesión novedosa ya que, hasta donde sepamos, era hasta ahora desconocida. Es quien, dice en el aviso, sino ostenta ese título, al menos desarrolla esa actividad, convoca a los potenciales demandantes de ese servicio señalando además de su condición de hisopador, que va a domicilio, da el resultado en el acto del hisopado y del PCR al día siguiente. Además, da su número telefónico y asegura que el arancel por el servicio es muy inferior al que se cobra en plaza.

Como no podía ser de otra manera, hubo quien en las redes sociales al hablar del tema y efectuar los consabidos comentarios, que no fueron en este caso ni malévolos, ni injuriosos como suele suceder. Uno de ellos destacaba aquello de “la creatividad del argentino al palo, siempre tan emprendedores”. Algo que suena muy irónico. Sobre todo en un país como el nuestro, en que una de las explicaciones que se dan para no serlo es que estamos asfixiados, como resultas de cargar en nuestras espaldas el peso del Estado, algo que por otra parte, es cierto.

Pero se nos ocurre que esa novísima profesión -a la que por otra parte no le vemos mucho futuro- no es la única que se hizo presente en estos tiempos que anticipan “la nueva normalidad” -una manera incorrecta de designarla, porque los tiempos que precedieron a la pandemia, lejos están de ser normales los que se anuncian-.

Es que ha pasado inexplicablemente desapercibida otra, cual es la de “redactor de protocolos”. Una variedad de las instrucciones que acompañan a las grandes cajas que contienen todo lo necesario para ese “hágalo usted mismo”. Una profesión que cabría suponer que no desaparecerá, ya que al paso que vamos, se nos ocurre que si viviéramos en los tiempos en que “el correo” lo era de verdad, no resultaría extraño que se diera la necesidad de repartir entre muchos empleados, de esos que llegan a ingresar en la administración pública en función de ese callado pero real “programa de distribución de cargo” no sería descabellado pensar que hubiera hecho falta “un protocolo” que indicara los pasos a cumplir, para pegar una estampilla en el sobre utilizado para el envío de una simple nota.

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