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La amenaza de su destrucción por los avances tecnológicos y la consolidación de “plataformas digitales” que intermedian.

Todo lo que tiene que ver con la posibilidad de trabajo para todos, es una preocupación permanente, la que queda comprobada con nuestra recurrente vuelta sobre el tema.

Es que el trabajar es consubstancial con la humanidad. Ya se lo señalaba en el Libro del Génesis, cuando aparece la admonición divina a la primera pareja humana –varón y mujer, ellos- que les mandaba ganar el pan “con el sudor de su frente”.

Es que el descanso divino del séptimo día, es una forma a la vez real y metafórica –con los periodos de vacaciones incluidos- que un intervalo necesario, en cuanto saludable, entre un antes y un después signados por el trabajo.

Inclusive el “ocio” del que hablaban los antiguos, es -tal como lo hemos repetido en forma recurrente- una forma de trabajar, dado que se aludía con él al trabajo “creativo”, por ende placentero y hasta enriquecedor, en oposición al “negocio” o sea el “no- ocio”, en contraste con el trabajo rutinario que siempre tiene algo de penoso en cuanto tal, aun si no demanda esfuerzo físico alguno.

De donde el que no trabaja por no encontrar dónde hacerlo, o por hacer de su vida un “dulce no hacer nada”, viene a tener recortada la dignidad propia de toda persona, aunque no lo advierta. La autoestima en el primer caso y el hastío que en algún momento llega en el segundo.

Mientras en nuestra pasada edición, en la columna bisemanal “Simplemente de aquí” al ocuparnos de los desocupados, se señalaba que es incomprensible que ellos existan, teniendo el Estado tantas cosas por hacer, y tantos servicios que, si bien se demandan, quedan sin atender(¡!)

Es por eso que no puede menos que provocarnos satisfacción el hecho que, de manera totalmente fortuita, la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal haya coincidido con esa tesitura al anunciar que evalúa la posibilidad de dividir en dos al Astillero Río Santiago. De donde quedaría una parte que continuaría funcionando como astillero, aunque con una dimensión más reducida y otra cuyos trabajadores “pasarán a hacer obra pública, tan necesaria como es para la provincia”.

A la vez el “funcionamiento” –si es que así se lo puede llamar del mencionado Astillero- es un caso sobresaliente y hasta extremo de la “desocupación disfrazada” a la que también se hacía referencia en la nota indicada. Todo ello si se tiene en cuenta, que su planta de personal –muchos de los cuales ocuparon la sede del Ministerio de Economía en La Plata, dando muestras de un accionar claramente delictivo- asciende actualmente a 3200 trabajadores, los que no han construido un solo barco en los últimos diez años (¡!!), a pesar de lo cual para su mantenimiento el gobierno bonaerense tiene que poner anualmente tres mil quinientos millones de pesos, monto que para medir su magnitud, cabe señalar que es equivalente a la suma necesaria para dar almuerzo y merienda a todos –y cuando se dice todos, es porque se trata de todos- los alumnos que en esa provincia concurren a los jardines de infantes y la escuela primaria.

De donde se asiste aquí a una situación que cabe considerar una muestra de corrupción tanto por parte de los gobernantes que durante diez años, fueron sumando déficit tras déficit por la gestión de una empresa que prácticamente no producía nada, y también por parte de los dirigentes sindicales, cómplices de ese estado de cosas. Quienes se hacían los desentendidos en lugar de asumir que debían colaborar con sus reclamos en terminar con una situación que hacía que en algún momento les iba a llegar a ellos y los trabajadores que representaban el agua al cuello, y más arriba aun.

Debiendo admitirse también, que a los trabajadores les cabe una responsabilidad, aunque sea menor en lo ocurrido, ya que si bien ellos podrán pensar que “la cosa es seguir para adelante mientras dure”, también deberían prever, que en algún momento “se iba a acabar la joda”.

Pero la preocupación acerca del trabajo en el presente, debe extenderse –y es necesario machacar sobre ello una y otra vez -al “futuro del trabajo”. Una cuestión sobre la que ha girado una reunión internacional llevada días atrás en Buenos Aires, y que tenía como tema precisamente “El futuro del trabajo y la educación en la era digital”.

En ella se dio muestras del alerta preocupado de los panelistas y el público asistente, por esos dos fenómenos negativos que si bien todavía solo se insinúan, de cualquier manera están entre nosotros, y los que en su convergencia constituyen una mezcla explosiva. Ambos figuran en la agenda de los gobiernos de todo el mundo, y lo seguirán haciendo, no solo en los años sino en las décadas venideras.

Los que no son otros que, por una parte, ello en tanto y en cuanto, se ven a sí mismos como mediadores de trabajadores a los que se suponen independientes, algo que a su vez genera una presión hacia la baja en las remuneraciones de quienes por su nuevo encuadre legal, ven que su estabilidad en el trabajo de esa manera queda flexibilizada al máximo.

De allí también que en la misma conferencia se haya advertido sobre la necesidad de un “nuevo contrato social” que debería incluir tres elementos: inversión en el capital humano de base para todos, primero; la expansión de la red social de contención, después; y ver cómo pagar ambas cosas, por último.

¿Le prestarán tanto el gobierno como los empresarios y sobre todo los sindicalistas la atención que merecen este tipo de cuestiones?