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En esta época de confusiones en que vivimos, no resulta extraño que la misma haya llegado también al significado de las palabras, lo que se hace extensivo a la confusión de los conceptos.

De allí que se haya vuelto frecuente, hasta el punto que es presumible que a esta altura se tenga por naturalizada, la distinción entre “municipalidad” y “municipio”, conceptos hermanados en la medida en que “una municipalidad es un una institución pública de autarquía variable, la que tiene como objeto la administración de un municipio”.

Esa aclaración tiene un propósito docente, siempre de utilidad, ya que a los fines de esta nota, lo que realmente importa es procurar dejar en claro la diferencia entre límite y frontera, conceptos también hermanados, aunque en una medida variable mayor que la del caso mencionado.

Es que de acuerdo a una explicación que se la ve repetida en diversos textos, con palabras no siempre iguales pero con un sentido coincidente, “la frontera es la franja territorial de tránsito social entre dos culturas o estados, o en sentido general y amplio, es un espacio contiguo de una parcela o un predio; mientras que el límite, es una línea imaginaria que marca el fin, en nuestro caso del territorio de un estado, de esa manera configurado.

Y es precisamente nuestra intención referirnos una vez más al “problema de las fronteras” vinculado con la preocupante circunstancia que las mismas se vuelven porosas, es decir que dan pie a la posibilidad de que se circule en un continuado ir y venir por ellas, aun en el caso no siempre presente que las mismas coincidan con un accidente geográfico, que viene en la práctica a desdibujar su concepto como línea imaginaria.

Una situación que se da en el caso del río internacional, nuestro río, compartido con ellos, que nos separa por el Uruguay, al que tomamos como límite, cuando en realidad es también aquí una línea zigzagueante aplicada de una manera ideal sobre su cauce, de esa manera jurisdiccionalmente referida.

Sin embargo, todas estas aparentes elucubraciones sobreabundantes, resultan útiles para dejar en claro que a los efectos prácticos, lo que interesa más que la integridad de nuestro territorio y el resguardo de la soberanía es que quede obturada hasta el máximo posible la porosidad de nuestras fronteras, evitando que cualquiera, salga de donde salga, o venga de donde venga, se mueva en nuestra zona fronteriza sin cumplir con las exigencias legales que lo habilitan para hacerlo, es decir que, como comúnmente se dice, salga o entre como “Pancho por su casa”.

Se da, mientras tanto, el caso que el progreso técnico y los instrumentos cuya utilización el mismo habilita, ha traído como consecuencia que quede facilitada la intrusión o la salida a través de ella, de no contarse con las herramientas legales o los instrumentos materiales con los que se pueda enfrentar y contrarrestar exitosamente, el accionar de quienes aparecen transgrediendo nuestras fronteras.

A lo que se agrega que, a su vez, ello implica la necesidad de llegar a acuerdos internacionales con los gobiernos de Estados vecinos, incluso aquéllos que no son necesariamente limítrofes, con el objeto de que resulten erradicados esos “santuarios”, o simbólicas “cuevas en las que se gestan los huevos de la serpiente”.

Cabría todavía añadir que esa porosidad que se ha señalado puede darse y se da en nuestro caso en las fronteras, puede llegar a constituirse en una acción de peligrosidad sobreañadida en el caso que lo sea la naturaleza de la mercadería involucrada en el tránsito, o la “profesión” manifiestamente delictiva de quienes hacen uso de ese recurso para evitar que el paso de la ley caiga sobre sus espaldas.

Dicho todo lo cual, se hace necesario señalar que la gravedad del paso fronterizo de personas o cosas en la actualidad tiene una relevancia especial en el caso de su porosidad en la frontera nuestra en parte “frontera seca” y en parte “frontera fluvial” y en el límite –ya que aquí en puridad no puede hablarse de frontera, porque se trata de una zona en la que nuestro “territorio” o se encuentra bajo el mar o es solo una “zona de administración exclusiva” como es la extensión del límite estricto por 200 millas más- que se da en el Atlántico que baña las costas patagónicas.

A su vez, en el caso de las fronteras con el Brasil –la que cabría considerarse norteña en el extremo este del territorio brasileño- se dan, salvo este caso, las mismas características que tiene el tránsito fronterizo con el Uruguay. O sea que las transgresiones observables son en la mayoría de los casos, inclusive las de la frontera seca con el Brasil, de naturaleza aduanera, es decir fiscal; ya que las mismas son inducidas por las diferencias cambiarias de carácter monetario, y no por la peligrosidad de lo transportado, y reveladoras de un Estado que no está tan presente como se lo proclama. Todo lo cual no quita que en este caso haya que “bajar la guardia”, ya que aparece como omnipresente el peligro de tránsitos vinculados con narcóticos o trata de personas.

Mientras tanto, en el caso específico de la frontera norte, se hace necesario lograr una acción “coordinada” –la que consideramos que más que ello debe ser “conjunta” con los gobiernos boliviano, paraguayo e incluso el brasileño- que se debería no solo a la exportación ilegal de armas desde nuestro país al Paraguay para terminar en manos de los “comandos brasileños” del crimen organizado, sino que el caso del narcotráfico además de aplicar eficazmente los métodos tradicionales de vigilancia, intercepción o registro, debería tener como objetivo principalísimo la erradicación del “santuario” en que se ha convertido el territorio del departamento noreste paraguayo de Amambay y su cabecera en la ciudad de Pedro Juan Caballero, en el que tiene su origen la mayor parte de la marihuana que se introduce en nuestro país por territorio misionero, circunstancia de la que ya nos hemos ocupado.

En cuanto, a lo que respecta a la actividad depredatoria que llevan a cabo pesqueros extranjeros en nuestro mar patagónico, si bien resulta alentador que se haya incrementado la estructura logística con la que está en condiciones de actuar la Prefectura Naval de nuestro país, y el apoyo que le presta la Armada nacional, la cuestión es de mayor complejidad, ya que nuestro país se puede encontrar en medio de una puja de alta envergadura internacional, atento a la atención que viene mostrando Estados Unidos ante la creciente presencia china, de cuya bandera son un gran número de los pesqueros.

Es por eso que se debe considerar insólitamente sensata la decisión de nuestro gobierno, de desvincularse totalmente del paso por esta parte del Océano de un navío de guerra estadounidense en un viaje de observación.

Y es precisamente por esa circunstancia, que no deja de ser una propuesta audaz, la de un internacionalista de nuestra nacionalidad, indicando que una manera elíptica de neutralizar esa invasión estaría en llenar de pesqueros de nuestra bandera el mar libre en que están más “afincados” más allá de nuestra zona de explotación exclusiva, a la que entran y salen dando la impresión que lo hacen imitando “el juego del gato y del ratón”. Aunque no está claro de qué es lo que jugamos, en este caso, por nuestra parte.

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