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Comúnmente se suele decir que hay gente para todo. Algo que es verdad, tal como en seguida se verá. Aunque habría que modificar esa afirmación, añadiéndole que no solo es así, sino que dentro de ese extensísimo espectro, se encuentra una variedad especial; muchos que parecen vivir, y lo mejor del caso es hay razones válidas para suponer que efectivamente lo hacen, en otro mundo.

Se trata de una situación que es a la vez difícil y fácil de explicar. Máxime partiendo del presupuesto de que los hombres (y las mujeres también, sobre todo en momentos en que ellas dan toda la impresión de que están decididas a hacer rancho aparte) son seres problemáticos, o sea no solo seres con problemas, sino que permanentemente se los plantean – algo encomiable ya que de no ser así viviríamos todavía en la Edad de la pre-piedra- y que cuando no los tienen se los crean.

De allí que en una forma de expresar una sana envidia no es raro escuchar a alguien dirigiéndose a otro con la afirmación nunca del todo correcta de “vos sí que no tenés problemas”.

Aunque seguramente los tenga, dado que por algo está el dicho de que la procesión va por dentro.
Pero que de cualquier manera, existe la válida impresión que a medida que las necesidades de cada quien se ven sucesivamente satisfechas, comenzando por las que les son vitales, siguiendo por las útiles, para después entrar en las arenas movedizas de lo superfluo se va haciendo cada vez más liviana su carga, independientemente del hecho que la vida humana es un drama que siempre de una manera, y en ocasiones permanentemente, se hace presente.

Y es aquí cuando Armin Capaul, un granjero suizo que ve transcurrir su placida existencia en un escondido valle del Cantón de Jura, en el norte de ese Estado, entra en escena.

Como es sabido las vacas suizas tienen cuernos, y algunas que van munidas invariablemente de cencerros que con su sonar nocturno ayudan al buen dormir, son allí casi un símbolo. Incluso alguna vez se las pudo ver ilustrando el envase de papel de una tableta de chocolate, para quien ha tenido la fortuna de probarlo.

Pero lo que sucede es que esas vacas, con sus importantes cuernos por su tamaño y por su valor simbólico corren peligro de desaparecer. Se ha llegado así a una situación en la que tres de cada cuatro ejemplares de ese país parten sin cuerno, ya porque han nacido sin ellos o porque se los han serruchado.

Y esa situación se convirtió en el gran problema de Monsieur Armin. Máxime teniendo en cuenta que su valle es una veraz leyenda, que él de tarde en tarde, va al establo donde están sus vacas a dialogar con ellas, y es cuando éstas le hablan de lo acomplejadas que están por tener que mostrarse sin cornamenta.

Fue así como haciendo suya la vacuna preocupación inició un largo peregrinaje burocrático en el que no solo supo de sucesivos rechazos, sino que los mismos en ocasiones vinieron acompañados de sonrisas que en un momento dado se transformaron en risotadas. Circunstancia que no lo desanimó, por lo que continuó su brega y promovió la firma de adherentes a una iniciativa popular, mecanismo propio de la democracia semidirecta suiza, que permite recurrir a ese procedimiento, para obligar a las autoridades que sometan la cuestión a la consulta popular mediante un referéndum.

Tan disparatado no debe haber sido el reclamo del granjero amigo – sostener lo contrario significa dar a entender que en Suiza también existe un gran número de “chiflados”- ya su pedido de consulta popular contó con el apoyo de 119.626 ciudadanos de su Cantón y dentro de muy poco se sabrá el resultado de la consulta popular, algo que ignoramos si llegaremos a enterarnos.

Lo que sucede en el Cantón de Jura, sirve también para mostrarnos como a la corta o a la larga todos los problemas terminan vinculados a ese poderoso caballero que es don Dinero, ya que en esferas vinculadas al Gobierno Federal se argumenta que “incentivar” a los ganaderos para que tengan vacas con los cuernos bien puestos les significa un costo de entre 8 y 25 millones de euros. De donde lo que aparece para el gobierno un “capricho” de Armin saldría bastante caro, ya que por vaca que conserve los cuernos, sus propietarios cobrarán por año una suma no pequeña de dinero.

Eso es algo que ha llevado a los detractores de la iniciativa a poner en duda el verdadero objetivo de los propulsores de la difusión de las vacas con cuernos. No se debe dejar de tener en cuenta que los partidarios de “respetar lo que la naturaleza dio” afirman, según lo reproduce una nota periodística, que los animales pueden sufrir dolores crónicos tras el desmoche o descorne —los veterinarios sedan a las vacas o terneros, y queman y cauterizan la zona de la que salen los cuernos—, mientras los detractores de la propuesta comparan la operación a las castraciones de gatos o perros.

Pero lo único cierto, y es en lo que todos coinciden en ese país, que nunca antes las vacas dieron tanto que hablar, como en este momento. Una reflexión en apariencia correcta, porque da la impresión que ocuparse de este tipo de cuestiones viene a hablar de la ausencia de problemas graves de los que preocuparse. De donde, como más arriba lo sugeríamos, los suizos serían habitantes de otro mundo ubicado en una lejana galaxia.

Aunque miradas bien las cosas, de tan distintos que somos terminamos siendo nosotros muy parecidos a los suizos; o sea, también en nuestro caso para dar la impresión de ser habitantes de otro planeta.

Lo que queda bien en claro, si se atiende al hecho de que la opinión pública mundial se muestra impotente a la hora de querer entendernos, ante la forma, la mayor de las veces incomprensible, como procedemos y nos manejamos.

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