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Mientras en el conurbano capitalino, tanto en comedores escolares como de barrios populares, se escuchan quejas tanto por lo magro de las raciones como de su calidad; el Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales (CNCPS) junto a gobiernos provinciales, municipales y productores y productoras locales, ha puesto en ejecución ese programa que en nuestra provincia se viene instrumentando con el nombre de “Mercado de Sabores”.

Una denominación acertada, aunque en principio no viene en realidad a decir nada, porque la población ha dejado de confiar en la creatividad puesta de manifiesto por el gobierno a todos sus niveles a asignar un nombre a sus ministerios, secretarías o reparticiones, así como al de los programas que los mismos lanzan en medio de grandes campañas publicitarias, las que no siempre se compadecen con sus escasos resultados. Así fue un gesto de sinceramiento -en realidad fallido la circunstancia que se cambiara años el nombre al “Ministerio de “Bien-estar” –que en un momento dado comenzó a mostrarse ante el escaso, por no decir nulo, cumplimiento de los objetivos que hacían a su razón de ser- no por el de “Ministerio del Mal-estar”; sino por el de “Ministerio de Desarrollo Social”.

En lo que resultó un intento fallido de mejorar las cosas, algo que está a la vista que tampoco ha servido para cumplir con sus objetivos; en una sociedad en la que cada día que pasa hay más pobres, un ejemplo de lo cual se lo encuentra en el hecho de la existencia de un número mayor de “planeros” y de trabajadores informales. De lo cual es una prueba -e en lo que respecta al quehacer gubernamental- que ni los nombres son mágicas, ni las palabras bastan a la hora de mejorar la realidad. De cualquier manera la iniciativa a que nos referimos aparece, al menos en cuanto su denominación, más serio que algún programa municipal, que con olor a chiste de humor negro, hizo que en un barrio de personas vulnerables se dictara un curso de alimentación…saludable.

Distinto es el caso del programa que nos ocupa, encaminado a la venta de productos naturales – suponemos que en especial frutas y verduras- a “precios accesibles”, tal como sucedía en su momento –ignoramos si todavía existen- en la ciudad de Buenos Aires. En tanto, y sin explicar nada, dado que no es necesario ser explícito al respecto- deberían las autoridades municipales permanecer lejos de llevar a cabo en esos mercados todo tipo de inspecciones, salvo aquellas que se ocupan de la salubridad e higiene. Por su parte, el que se llegue a contar con mercados con “precios accesibles”, no significa una solución integral del problema, ya que para aquellos que según dice la leyenda urbana, se habrían convertido en más o menos habituales comedores de “embutidos de polenta, resulta notorio que ningún precio de la mayoría de los alimentos, les resulta accesible.

De allí que se ha señalado que en este caso, aquello que se hace indispensable es promover la “autoproducción comunitaria de alimentos”. Es por eso que en los barrios en los que viven esas personas que se las designa como “vulnerables”, se debe promover a la creación de huertas familiares o comunitarias; y promover que cada familia elabore el pan que consume, cocinado en “hornos comunitarios” instalados por las municipalidades. Nos encontraríamos en este caso, a una ejemplo concreto de “la economía social” en acción.

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