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La afirmación precedente es prejuiciosa, ya que debe ser ubicada en un determinado contexto.

Desde siempre nos resultó hasta casi graciosa, la suficiencia de ciertos municipalólogos, que enuncian como regla que en cada municipalidad debería haber una planta de personal equivalente a un porcentaje “equis” de la población.

Una manera de ver las cosas en forma amigable, porque ninguno de esos entendidos, consultados al respecto, me supo dar razón de por qué precisamente ese “equis”, y no uno mayor o uno menor.

La explicación de esa inconsistencia en la “equis” es consecuencia de lo que se señaló precedentemente: todo depende de la cantidad mínima de personal que cada municipalidad -como cualquier organización- necesita para funcionar en forma eficaz. Y ese es precisamente el “contexto” al que hacíamos referencia.

Y a ese respecto, mirada como una empresa, toda municipalidad -que no es lo mismo que municipio, identificación en la que frecuentemente se incurre en estos tiempos de “barbarización” creciente- es dable considerarla como una organización prestataria de “servicios múltiples”.

De donde esa “equis” debe vincularse necesariamente con la cantidad de servicios que una municipalidad ha decidido asumir, con la obligación y la responsabilidad de prestarlos en forma eficaz. Es por eso que cuando se tiene la impresión cierta, en cuanto comprobada y comprobable, de que existe personal municipal sobrante en todas partes, y que hasta parece brotar de las orejas y narices de intendentes y concejales, es porque se asiste a una superpoblación de la planta de personal.

Ello ocurre por la conjunción de dos factores, el primero es que las municipalidades no encaran (dentro de una gama infinita de ellos) la prestación de servicios en beneficio del vecindario de una forma mucho más amplia, de manera de hacer su vida más plena y placentera. Ya que existe al respecto una falta de imaginación por parte de los que se supone deben gobernar, y están convencidos, por lo menos erróneamente, de que lo hacen.

El otro factor es la incapacidad de encontrar y ubicar nuevos “nichos” y, sobre todo la necesidad de asumir la responsabilidad de capacitar a ese personal, que ahora se ve como “sobrante”, de manera que esté en condiciones de incorporarse y cumplir las exigencias necesarias del caso, a las nueva líneas de servicios que a nivel local se empiecen a prestar.

Un enfoque -el precedente- que pasa de mirar a lo que ahora se conoce como “desocupación disfrazada”, cuando inclusive no habría que agregarle a ella el aditamento de “privilegiada” a observar a ese conjunto de personal municipal “sobrante” en la medida que se lo ve trabajar “poco y nada”, como mano de obra “a capacitar para prestar eficazmente líneas nuevas de servicio a crearse”.

Es que con la enorme cantidad de cosas que en cualquier comunidad quedan por hacer y servicios a los vecinos que esperan ser prestados, lógicamente de una manera eficaz, resulta inadmisible hablar de “desocupados disfrazados de trabajadores”, o lisa y llanamente de “desocupados”, cuando de lo que se trata es de formular proyectos -para eso están precisa y fundamentalmente los que se supone nos gobiernan- y para su implementación y ejecución asignar el personal correspondiente, previamente su capacitación.

De donde en una comunidad bien organizada los únicos que deberían sobrar son aquellos que “no quieren trabajar”.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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