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En realidad, la pregunta debería ser más amplia e incluir a todos los que en pueblos y ciudades hubo un tiempo que se dedicaban a cultivar pequeños trozos de tierra trabajosamente y a cuidar lo cultivado con amor. Dado lo cual, la referencia sería incompleta si dejáramos de lado a quienes se ocupan de que en el fondo de su casa tengan un lugar para una pequeña huerta. Cada vez menos, es cierto. Por lo mismo que se debería persistir el invertir la tendencia, insistiendo en el fomento de la huerta familiar.

Pero nuestra atención hoy la focalizamos en los jardineros. Un trabajo que, convertido en profesión, tiene en común con la del pequeño hortelano, la aptitud para el disfrute de las plantas, sus flores y sus frutos, unido a su disposición a encorvar el lomo para acercarse a la tierra, a la que en algún momento se le hace necesario trabajarla con sus manos, deshaciendo los terrones, por ejemplo. Y que después de ello exige el cuidado constante de lo cultivado contra todo tipo de agresiones, a la vez que no descuidarse en el regado. Mientras tanto, la pregunta es válida, ya que cada vez resulta más difícil sino encontrar, al menos toparse con alguien que se sienta, y que a la vez sea un verdadero jardinero. Hoy lo que abundan son los “cortapasto”, que hace rato han olvidado de lo que es el guadañar y la guadaña y que a veces ni siquiera se ocupan de barrer y de juntar el césped que han cortado. Esperamos que no se entienda esto como una muestra de desafecto a quienes hacen ese trabajo, porque también lo es y respetable el suyo, sino que nos limitamos a señalar un hecho.

Mientras que la ausencia de verdaderos jardineros, se la encuentra en el hecho que algunas ciudades, como es el caso de Colón, las plazas y paseos verdes, no están a cargo de nadie que merezca ese nombre. Es que en ellas se ve el pasto al cuidado de cuadrillas, que son poco más que cortapastos, aunque no debemos olvidar la presencia de barrenderos por lo general descuidando parsimoniosamente su trabajo. Cuadrilllas que vienen y van. Sin que nadie se ocupe del riego de las plantas, cuya periodicidad queda librada a la llegada de la lluvia, ni de la presencia de hormigas y otros agresores, y mucho menos de mantener limpios de yuyos y malezas los caminos de granza que separan los canteros. Parece de esa manera haberse olvidado un hábito ancestral, cual es el que cada plaza contara, al menos, con un jardinero verdadero, a lo que se agregaba cuando el sol caía la presencia diaria de un sereno, tanto más necesario en los tiempos que corren, en los que a veces este tipo de paseos dan la impresión de ser guaridas de ocupantes entretenidos en lo suyo.

Las cosas siendo así, no pueden sus resultados ser de otro modo, ya que a esos trabajadores trashumantes les falta explicablemente el cariño transformado en cuidado que siente un jardinero en contacto con lo que en cierta manera es suyo y motivo de su orgullo.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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