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Cabría hablar de la “doctrina Vallejos” como consecuencia de ciertas declaraciones de la diputada nacional Fernanda Vallejos, aunque en ella no se hace otra cosa que formular una síntesis clara y escuetísima –que únicamente desde su perspectiva y de quienes con ella coinciden, puede llegar a entenderse como coherente- de la concepción económica, y hasta cierto punto económica y social, del “cristinismo”. Absteniéndonos de incluir en esa categoría, en segundo término, a un conjetural “albertismo”, ya que dadas las idas, vueltas y contradicciones constantes, en las que lo ve incurrir a quien sería su mentor, resulta imposible su inclusión en la designación de esa concepción.

En tanto para la mencionada diputada nacional, uno de los pilares del “cristinismo” dentro y fuera de Congreso de la Nación, el hecho de que el nuestro sea fundamentalmente un país exportador de alimentos de la Argentina es “una desgracia” y hasta “una maldición”, dado el impacto que tienen en el ámbito local los movimientos de los precios internacionales de esos productos.

Es por considerar que, lo que para cualquier país sería envidiable – es decir, tener alimentos para venderle en enormes volúmenes y por miles de millones de moneda dura- al resto del mundo tiene, según su manera de ver las cosas, una cara absolutamente negativa.

Por lo mismo, es que ella apunta de una manera literal, al hecho de que “tengamos la maldición de exportar alimentos, de modo que los precios internos son tensionados por la dinámica internacional. ”Como resulta de lo cual, pasa a señalar que resulta “imperioso desacoplar” precios internacionales y domésticos, ya que los domésticos “deben regirse por la capacidad de compra (en pesos) de los argentinos”.

No desconoce Vallejos, en tanto, que en situaciones de crisis como las que vivimos, donde el comercio internacional se desploma, “mal que bien la demanda por alimentos siempre se mantiene, es lo último que cualquier sociedad abandona, lo último que se deja es de comer. Siempre hay demanda de los productos que la Argentina le vende al resto del mundo”. Pero ello no la hace feliz y desea apartarse de esa “doctrina” sobre la que no deja de machacar. O sea, insistiendo y repitiendo, que “la maldición de todo esto es que los precios de los productos indispensables que tenemos que consumir los argentinos terminan muy tensionados por la dinámica de lo que ocurre con el comercio internacional.” Es que los precios domésticos, a diferencia de los internacionales “deben regirse por la capacidad de compra de los argentinos”.

Y redondea su doctrina señalando que “como bien explicó Cristina, necesitamos alinear los salarios y las jubilaciones los ingresos de los argentinos con los bienes y servicios sensibles para la vida misma. Hablamos de alimentos pero también de medicamentos y tarifas de servicios públicos, todo lo que necesita cualquier familia argentina para vivir dignamente”.

Una postura con la que pareciera coincidir nuestro gobernador, si se recuerda que en una entrevista efectuada recientemente al Gustavo Bordet por nuestro Secretario General de Redacción -al hacer éste mención de la supuesta anomalía–aunque cabe señalar que nuestro periodista no la calificó de ese modo- que los salarios promedios de los trabajadores de la actividad privada son en la actualidad inferiores a los que perciben los servidores públicos provinciales, señaló el funcionario que, de lo que se trata –no citamos textualmente- es qué “los empresarios hagan el esfuerzo”, para “alinear” las remuneraciones que pagan el Estado a sus funcionarios y empleados.

Desde una perspectiva crítica –la nuestra, totalmente profana en materia económica, que solo de esa manera intentamos aplicar de una manera que suponemos correcta desde el punto de vista del sentido común- vemos como apropiada una solución inversa a la “doctrina Vallejos”: lo que deberíamos hacer,no estaría en buscar “desacoplar” precios domésticos de los internacionales, sino buscar la manera de “acoplarlos”, inclusive en el caso del “precio del trabajo”.

Aunque somos conscientes que ello significará un “esfuerzo” indispensable por parte del Estado, a todos sus niveles, de poner sus cuentas en caja. Todo ello, atento al indicio importante que encontramos en el hecho que en la actualidad la tasa inflacionaria en el resto del mundo es cuando no reducidísima al menos manejable, mientras que nuestro país se encuentra ubicada en primer lugar entre los cuatro países “de la cola”, según una estadística recientemente dada a conocer.

Al aludir, por nuestra parte, a la necesidad principalísima de que el Estado ponga en orden sus cuentas, haciendo un esfuerzo que por su magnitud es indecible – y demás está decir que debe venir acompañado equitativamente por todos- no puede dejar de advertirse, que cuando un empresario no se desenvuelve manteniendo sus cuentas en caja, se funde. Mientras que en principio y desde la perspectiva de esa doctrina eso no pasa, ya que tiene siempre la posibilidad de aumentar la presión tributaria hasta un extremo que significa casi asfixiar a los contribuyentes, y de no alcanzase con eso, obtener préstamos en el extranjero –los que se logra? intenta pagar invariablemente con moneda de quiebra-; y de no ser así, siempre le queda la posibilidad de imprimir billetes echando mano de la maquinita impresora.

Dejando de lado la sensación de alivio que se observó presente en algunos sectores gubernamentales al originarse la trepada en los precios internacionales de la soja y del maíz –explicable en su caso por la esperanza de aumentar el monto de la recaudación estatal en concepto de retenciones a las exportaciones- que es manifiestamente contradictoria con esa doctrina, la pregunta es: ¿de dónde sacaríamos las divisas necesarias para adquirir aquello que necesitamos y no producimos, de no contar con los ingresos en moneda dura que son la contraprestación de nuestras exportaciones, originadas principalmente, aunque no exclusivamente, en las de carácter agropecuario?

No podemos concluir, sin destacar el tono medido con el que la diputada Vallejos expuso con claridad lo que hemos dado en llamar su doctrina. Es que cuando los intercambios de posturas enfrentadas se hacen conservando ese nivel, se da el presupuesto que hace posible avanzar en la búsqueda de soluciones que lleguen a ser tales en la medida que resultan consensuadas.

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