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Esa es la reflexión atribuida a una turista- y que ha sido el enterarnos de ella, un regalo para nuestros oídos- que en estos tiempos invernales acaba de visitar la ciudad, luego de más de dos años de hacerlo con anterioridad. Un regreso deseado y que se habría ido postergando una y otra vez por motivos varios, y sufrió una nueva postergación como consecuencia de la pandemia.

La mayoría de los colonenses desde siempre han pensado igual, independientemente de los flaqueos intermitentes que se han hecho presentes la gestión municipal, los cuales has resultado invariablemente -al menos amortiguados - por el esfuerzo persistente de los empresario volcados al turismo en distintas orientaciones, y las inversiones de todo tipo en unidades habitacionales para los turistas, fruto en gran medida del aporte de modestos inversores locales.

No es de dudar tampoco la influencia que ha tenido en clima –templado, soleado y si vientos- en estos día, ya que el río y sus playas adquirieron por esa circunstancia, unida a una altura del nivel de aquel, que permitió se agigantaran sus playas, convirtió a su zona ribereña en el sector de la ciudad , la misma que desciende hacia sus aguas, en la atracción de grupos numerosos de turistas, se los ve extender el disfrute de ese escenario, en muchos casos hasta después de la caída del sol en el ocaso.

En tanto, en esos mismos atardeceres, el sector del viejo murallón de lo que en su momento fuera el puerto de la ciudad, que esforzadamente se continúa poniendo en valor junto con aquel, permitía ver el cielo en “su hora azul”, como la designan los fotógrafos con nubes coloreadas de un rosado moteado con celeste, que se espejaban en sus aguas mansas. Pero cabe afirmar que esa afirmación admirativa, desplegada en una entusiasta verborragia por nuestra visitante, viene hasta cierto punto a pecar tanto por exceso, como por mengua. Ya que como otros visitantes lo han reconocido – que en la ponderación se suman a aquella de una manera más sobria- están contestes en afirmar que la gestión de la actual administración, de una manera positiva, viene cambiándole “la cara a la ciudad”, No es que todo esté bien –siempre se puede estar mejor, ya que no solo es posible el estar peor- y que pueda hablarse de opinables errores, falencias y hasta torpezas.

Cabría aquí la pregunta: quién no? Pero lo que resulta innegable es que la mencionada se está convirtiendo en una “ciudad prolija”, aprobando de esa manera la primera exigencia que debe satisfacer toda administración municipal. Circunstancia que nos deja una enseñanza, a la que no solo no se le presta la atención debida, sino que existe la inclinación a minimizarla, cual es que con recursos financieros bien aplicados, no resulta nada difícil lograr lo que es la base de la convivencia urbana, cual es esa prolijidad dentro del orden, que no solo ayuda a promover y convocar a los vecinos para se asuman una autodisciplina, sino que viene a dar cuenta del valor que tiene el cuidado de los detalles y las que hemos desde hace tiempo calificar como las “micro/realizaciones”.

Es que también hemos visto siempre en las municipalidades, como una obligación básica, asumir una “suerte de servicio doméstico amplificado”, y en las mucamas y mucamos no hay que pretender encontrar “épica”, sino la autoestima que es deseable observar en el trabajo rutinario, cuando el mismo es llevado a cabo de la mejor forma posible.

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