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Por no saber cómo salir, o por haberse enamorado de su imagen, sigue una cuarentena que nos encamina hacia una recesión histórica

Alberto Fernández parece encantado con la cuarentena. Esta idea de que todos nos quedemos encerrados le viene al pelo. Mantiene al Congreso a raya: propios y opositores, a cual más molesto. Retiene en el sur a esa aliada incómoda que por suerte zumba cerca de la Corte y lejos de Olivos. Evita esos desagradables piquetes, disuade a los ruidosos manifestantes y pone a dormir a los caceroleros. Y sobre todo, mantiene vacíos los hospitales: no vaya a ser que la gente descubra que años de más y más estado no fue capaz de proveernos un sistema de salud mínimamente confiable.

Frente a una sociedad miedosa, Alberto se siente el paladín justiciero que en esta guerra nos defiende del enemigo invisible. Un papel que además de cómodo las encuestas le sugieren que lo favorecen políticamente. Este estado de cosas sugiere que no hay motivos para que Fernández se sienta tentado a relajar la cuarentena, poniendo a prueba al sistema de salud pública. El otro motivo es que no hay un plan de salida desde un punto de partida que parece exagerado. En Argentina la cuenta es elocuente: 3.607 contagios y 176 muertes. Tanto se aplanó la curva que el famoso pico queda cada vez más lejos.

Cuando en una semana haya que pagar los sueldos de abril, muchas empresas no podrán hacerlo. ¿Seguirá el idilio con la cuarentena y con Fernández cuando eso ocurra? El hartazgo con el encierro empieza a percibirse en algunas encuestas, aunque predomina el desproporcionado miedo a la infección que fomentan el estado y los miedos.

En épocas normales, cada día mueren 940 argentinos, muchos por enfermedades contagiosas a las que no se les presta atención. El Covid, al parecer, vende bien.

El éxito en la contención de los contagios llega al costo de una derrota cada día menos honrosa en la economía

La cadena de causalidades es debatible. Podría ser que los pocos contagios y muertes se deban al éxito de la cuarentena. Pero también podrían deberse a que estábamos esperando a un lobo feroz que nunca llegaría.

Los pronósticos matemáticos no fueron confirmados por la realidad: no murieron millones de personas como preveía el Imperial College, sin importar cuan estricta o laxa hayan sido las cuarentenas en los distintos países. A 100 días del comienzo del asunto, no hubo poblaciones diezmadas sino curvas muy similares en los distintos países, con subas abruptas de los contagios diarios seguidas por caídas igualmente bruscas.

En Argentina, el informe que impulsó a Alberto Fernández a dictar una cuarentena temprana contenía proyecciones que a la luz de los datos duros fueron exageradas, aún para el escenario actual de temprana y estricta cuarentena: tenemos la mitad de los casos proyectados para esta fecha. Y, sin embargo, ya sabemos que la cuarentena se estirará hasta el día 51. Quizás porque con tanto pánico propio e infundido en la población, la política no sabe cómo dar vuelta atrás.

El éxito en la contención de los contagios llega al costo de una derrota cada día menos honrosa en la economía. Con una caída estimada de entre 40% y 50% en la oferta agregada, y una baja estimada en 60% del consumo de los hogares, cada día de cuarentena añade dolor a una recesión inevitable. No parece reparar en esto el Presidente, que supone que apenas estamos hibernando y que cuando salgamos de la cuarentena “el mundo estará igual que antes de hibernar”.

La épica de la guerra al virus promete devenir en la tragedia de la economía

¿Cínico o ignorante? La pregunta compete. Un exSuperintendente de Seguros debe conocer el concepto de prima de seguro. Pues bien: la que el país paga contra esta pandemia parece excesiva: entre 5 y 10 puntos de caída del PBI; 5 puntos de aumento en la tasa de desempleo y un aumento de la pobreza que ninguna limosna de $10.000 podrá compensar. Todo financiado por nuestro único prestamista residual, la emisión del Banco Central, lo que nos augura una inflación que hará historia.

El Covid-19 le dio protagonismo a la política y sacó a la economía de los titulares, pero nada es eterno. La respuesta sanitaria exagerada aceleró los tiempos. La épica de la guerra al virus promete devenir en la tragedia de la economía, que a ritmo acelerado marcha hacia otro 2002. Sólo falta el default, aunque estamos dando pasos para lograrlo.

Con una mirada enfocada en un horizonte demasiado corto, el Presidente decidió extender la cuarentena, a nombre de un lobo sanitario que cuesta creer que vaya a llegar y al costo de otro lobo económico, peor, que ya está entre nosotros.
Fuente: El Entre Ríos

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