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Macri con Dujovne y Caputo
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El tipo de cambio parece haber excedido su nivel de equilibrio, pero necesita más certezas para calmarse

El ministro Dujovne afirmó que la suma de los cambios en el Gabinete económico y en el BCRA, las medidas tomadas, y el respaldo financiero del FMI, hacen “evidente que vamos a ir bajando la volatilidad del tipo de cambio”. Una frase cuenta con los condimentos necesarios para convertirse en una de las tantas frases célebres que recordamos de nuestra historia.

Es que el Gobierno no parece haberle encontrado la solución a esta volatilidad, sugestivo eufemismo para calificar algo que para la mayoría no es otra cosa que una gran devaluación del peso.

Hubo intervenciones en el mercado de cambios, recortes del gasto público, una renovación exitosa del vencimiento de Lebacs, bonos a largo plazo en pesos con una tasa de interés baja, y un acuerdo con el FMI que inyectará unos US$ 50 mil millones. El jueves se dio un paso más con la salida de Sturzenegger y su reemplazo al frente del BCRA por Luis Caputo.

Ninguna de estas iniciativas logró calmar al mercado de cambios por más de dos o tres días consecutivos. No sólo el dólar se movió en este lapso, sino que las acciones se desplomaron (el Merval cayó 16% desde su máximo de mediados de enero; 42% en dólares) y el riesgo-país se disparó.

La política se espanta con el dólar: cada peso que sube el tipo de cambio significa un nuevo esmeril en el Índice de Confianza en el Gobierno

El caso es que cuesta entender cómo es posible que, con US$ 50 mil millones de dólares en las reservas y otros US$ 50 mil millones del FMI en camino, no se haya podido parar la debacle del peso, aún después de haber (mal)gastado US$ 12 mil millones en el intento infructuoso de contener la caída. Fue este combo de reservas perdidas y, sobre todo, el paso de $20 a $28 en la cotización del dólar, lo que acabó por costarle el puesto a Sturzenegger.

La cuestión es que nunca estará muy claro si Sturzenegger fue el único culpable o si las erráticas intervenciones del BCRA en el mercado cambiario fueron incitadas desde el ala política del Gobierno. La política se espanta con el dólar: cada peso que sube el tipo de cambio significa un nuevo esmeril en el Índice de Confianza en el Gobierno.

Luis Caputo asume una responsabilidad sustantiva. Ciertamente, la credibilidad de Sturzenegger entre los actores del mercado financiero se había desplomado. Pero hay problemas objetivos que van más allá de la credibilidad para la corrida contra el dólar. No es un mero cambio de nombres lo que logrará restituirla. La entrada de un operador de mercado en reemplazo de un experto en teoría monetaria quizás sirva para que en el corto plazo el mercado cambiario se estabilice con un costo que, en términos de reservas, no sea tan elevado. Pero esta cualidad de gran trader no resolverá los desafíos de mediano plazo.

Desafíos que tienen que ver más con la necesidad de contar con un programa económico integral. Volver a juntar Hacienda y Finanzas parece una movida correcta; la multiplicación de gerencias independientes no está funcionando para conformar una política económica entendible.

Estamos presenciando más que una depreciación del peso. Estamos viviendo el ajuste en tiempo real. Ese que el Gobierno se había propuesto encarar de manera gradual, y que ahora el mercado financiero aceleró. Porque este movimiento en el tipo de cambio hace más caros los bienes transables, y en especial los alimentos y los combustibles, a la vez que reduce el valor en dólares de los salarios. En términos macroeconómicos, corrige el déficit de cuenta corriente. A $28 habrá menos viajes al exterior y dejará de ser cierto eso de que “afuera todo es más barato”.

No ha sido, sin embargo, suficiente para sedar a los mercados. El nuevo nivel del tipo de cambio quizás equilibre la macroeconomía, pero no es suficiente para estabilizar al dólar, los bonos o las acciones. Sólo un tipo de cambio estable podrá hacer que la tasa de interés del 40% vuelva a ser un imán para los inversores. Quizás esa estabilidad se encuentre en un valor mayor al del nivel de equilibrio macro.

El gradualismo no es un plan. Ahora, el gradualismo murió. Se han gastado tiempo y reservas en los intereses cortoplacistas de la política y en decir sólo lo políticamente correcto. Ahora, cuando algunos economistas vuelven a recomendar aumentar las retenciones, poner impuestos al turismo o revisar los contratos de servicios públicos fijados en dólares, es necesario saber dónde estamos.

Es un tiempo en que no sólo el mercado, sino sobre todo los argentinos, necesitamos saber qué plan tiene el Gobierno.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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