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A Nahir Galarza la conoce todo el mundo. Y cuando digo todo el mundo, digo más allá de nuestras fronteras. Porque hasta allá han llegado no solo sus mentas sino la imagen de niña de rubia cabellera lacia, que en ocasiones servía para ocultar su rostro.

Y digo pobre, porque no soy de los que hasta se regodean voceando que personas como ella, lo mejor es que se pudran entre rejas. Digo en cambio, por mi parte, que mejor hubiera sido que la pobre pasara por el mundo sin haber hecho lo que ha hecho y sin, a la vez, haber provocado tanto aspaviento. Digo pobre dos veces, y lo repito una tercera. Porque ese tipo de pobres, en definitiva, deberían sobre todo inspirar lástima. O misericordia, como dice mi tío.

Algo que me incomoda, es que mientras tanto se hace tanta alharaca por Nahir, de un nombre tan extraño que hasta me resulta inexplicable, cargado sobre las espaldas de un apellido tan entrañable como es el de Galarza, nadie se acuerda del mucho más pobre Fernando Pastorizzo.

Lo digo a sabiendas de que parezco errado, en cuanto paso por alto a sus padres y a todos los que lo han querido en vida, entre los que no se si incluir o no a Nahir que supongo lo malquería, y que guarda con seguridad su recuerdo.

Es que se me ocurre que para el resto del mundo, lo único que queda no es siquiera su nombre, sino tan solo haber sido ultimado por Nahir. De nuevo, recuerdo lo que dijo mi tío, que parece que tenemos más presente el nombre de los asesinos que de sus víctimas.

Y mientras he sabido que alguna feminista de una manera rebuscada ha venido a expresar un vago sentimiento, no sé de qué, respecto a Galarza y no he podido menos que preguntarme si Fernando Pastorizzo no fue víctima de lo que cabría considerar un “machicidio”.

Porque eso es lo que fue. Aunque no se lo mencione de esa forma. Por más que sea cierto eso de que hay más mujeres asesinadas que varones. Y que está bien eso de empoderar a las mujeres, como ahora se dice. Pero no es cuestión de que eso signifique desempoderar a los varones. Porque eso no sería otra cosa que dar vuelta a la tortilla. Olvidando así que la única razón de la existencia de éstas es que pueda comérselas.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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