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Algunos recuerdos me trajo la foto de los felices pescadores de esa enorme raya que se publicó en este diario hace poco. Me recordó la voz de papá previniéndonos cuando a la siesta partíamos en excursión a los bellísimos bancos de arena. "Entren en el agua chapoteando, hagan mucho ruido, hay que asustar a las rayas... avancen empujando hacia adelante, que si la tocan se va”. Realmente no sé si seguíamos sus consejos, no sé si alguna vez nos libramos de una picadura “el dolor de ésta no es nada, es el tétanos que viene después”. Y conocíamos de lejos a alguno que había sido prestigiado por el silencioso ataque.

El otro recuerdo se refiere a la cocina: la forma de prepararla. Creo que la variedad de recetas disponibles no eran muchas, y triunfó “raya a la manteca negra”, lo cual ya fue suficiente para que no comiera. Ahora se ha enriquecido el recetario.

Lamento que los pescadores no hubieran grabado o filmado las cuatro horas de paciente o impaciente pesca con la cual lograron hacerse del monstruo. Imagino algo como la historia de "El viejo y el mar”, pero los protagonistas distan de ser viejos, y salvo para la raya, el final fue feliz.

Que bicho horrible. Fantasmal, un adjetivo que aparece después de balbucear otros. Son los parientes feos de los tiburones, cuyos rasgos aparecen en la piel, los cartílagos y en los dientes cuando los tiene. Viven en los mares, en toda su extensión y en Sudamérica solo en los ríos que desembocan en el Caribe o en el Atlántico. En Chile no hay rayas, lo que espero no de pié a un conflicto. Tienen un modo de vida "béntico" adaptado al fondo del río o del mar. Allí yacen, escondidas en la arena, usando las aletas para desplazarse. La cola tiene dos aguijones en las hembras y uno en los machos, lo que hasta ahora no ha traído conflictos de género. Si la pisamos, levantan la cola y se clava en la pantorrilla. Una herida muy dolorosa, a veces una úlcera difícil para curar. Cuando el acoplamiento, el macho es muy agresivo y el cuerpo de la hembra queda lleno de heridas, que al cicatrizar le dará a la piel un raro moteado. Son gestados dentro de la madre y el número de crías oscila entre 4 y 7. Los ojos son pequeños, los orificios cercanos son para aspirar agua. La boca está en la cara ventral. Para alimentarse no se guían por la visión, sino por señales eléctricas que reciben en unas papilas que rodean la boca (suena un tanto sofisticado, ¿cómo sería de ocurrirnos lo mismo?). El acto de comer no es tan prolijo: cubren la presa con su cuerpo, soplan un chorro de agua sobre el suelo, succionan el remolino que se produce y engullen en él la víctima. Más tarde expulsarán la arena.

Nosotros también tenemos un modo de vida béntico: adaptados al fondo y al Fondo. A esos habitantes se los llama bentos. Puede que seamos bentos.

Quisiera que este papel al viento se acompañara de la reproducción de una naturaleza muerta. La pintó en 1725 Jean Simón Chardin, un bodegón extraño en el que al fondo cuelga la raya, aquí sí, como un fantasma, o como un miembro del Ku-Klux-Klan, el cuerpo parcialmente abierto, dejando tejidos y vísceras al descubierto. A su lado, un gato erizado parece afilar sus garras. Marcel Proust escribió sobre la belleza de ese monstruo: "su vasta y delicada estructura, teñida de sangre roja, venas azules, y blancos músculos. Como la nave da una catedral gótica”. ¿Demasiada imaginación? Chardin fue el pintor de la vida humilde, cotidiana. Esta pintura, una de sus más preciadas, está en el Louvre.

En la mitología griega también aparece la raya. Nada menos que Ulises, fue la victima de su aguijón. Pero éste fue dirigido por uno de sus hijos: Telégono. En no mucho tiempo el parricida se casó con la viuda de Ulises, Penélope, quien no solo tejía. Es una historia fabulosa para los programas televisivos de la siesta, donde inadvertidamente puede estar creándose una deplorable mitología.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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