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¿Qué es esto?
Con esa pregunta, tituló Ezequiel Martínez Estrada, un pensador ya casi olvidado y bien nuestro, un libro por el que se lo definió, junto a su actuación y escritos, como un “Catilina criollo”. Algo distinto a Arturo Jauretche, quien vestía cosas serias mostrándolas casi como ocurrencias, sino como el Catilina original, el de Roma, que apostrofaba grave y obsesivamente, machacando con aquello de que había que destruir a Cartago.

Por Rocinante

Es que, Martínez Estrada, nuestro Catilina, para apostrofar, comenzaba por describir el objeto de su ira, como lo hizo en la obra así titulada. Algo que me ha llevado a pensar que deberíamos envidiarlo, ya que él tenía, al menos por vez, una sola pregunta que formularse y contestar, mientras que nosotros estamos tapados de una infinidad abrumadora de interrogantes acerca de lo que es esto y…una seguidilla de aquéllos.
De organizaciones desorganizadas
El "qué es esto" de la ocasión, o sea el que acabo de mencionar como las organizaciones desorganizadas, problema que por otra parte no es solo nuestro sino de carácter mundial, pero el que en nuestro caso presenta características peculiares, en la medida en que es un caso local de un fenómeno general.

A la vez en ese estado de desorganización endémica en que pareciera se está por transformar nuestro entorno, pondré el foco de la atención en dos casos que por muchos motivos resultan emblemáticos, como son el de los partidos políticos y el de los sindicatos.

Es que ambos núcleos sociales, de importancia principalísima para nuestra vida y destino, muestran rasgos de descomposición similares, aunque aparecen más ostensibles en el caso de los primeros. Aunque, dicho esto con el mayor de los respetos, en tanto me duele decirlo, se tiene la impresión (la que admito puede ser equivocada) que unos y otros, aunque en medidas distintas, se han convertido en carcasas vacías, en las que ocasionalmente, aunque de una manera utilitaria, se asoma la vida, en cuanto aparece como conveniente aprovecharse de ellas.

Algo que es notorio en el caso de los dos grandes partidos políticos históricos (aunque en el caso de los dos hubo quienes preferían hablar de movimientos) que se tienen por supervivientes cuales son el radicalismo y el peronismo, secuencia que no significa una prioridad valorativa, sino tan solo la adecuación a una secuencia cronológica.

No es mi intención dar nombres ni formular juicios de valor, sino apuntar a lo que tengo por hechos notorios, o al menos así los interpreto.

Comenzando por el peronismo, el que al menos desde un punto de vista numérico es mayor y, atendiendo al hecho de ser el que más tiempo ha gobernado en las últimas décadas resulta claro que vive en lo que, de una manera benévola, cabría determinarlo como un estado de asamblea inconsistente. Es que si no se han arriado las banderas, no está claro quiénes son sus portadores, en ese ir y venir continuo y hasta alocado de quienes se arrogan esa pretensión.

Se da así el caso de secesionistas que ya se los ha visto hacer rancho aparte; de secesionistas a medias ya que alternativamente van y vuelven, o lo que es lo mismo no terminan de irse y tampoco de volver, y hasta actúan entretanto con nombres diversos al del PJ; e incluso se dan el lujo de contar con una intervención que por lo visto interviene poco y nada, ya que en lo único en que coinciden los intervenidos dispersos es en desconocer su existencia, y hasta se dan el lujo algunos de ellos de convocar a congresos inválidos, dada la existencia de una intervención que implícitamente impide su funcionamiento, y que de cualquier manera al funcionar muestra su orfandad. Prescindo de hacer una descripción de la actualidad radical, la que independientemente de exhibir rasgos distintos, propios de su origen y tradiciones y de la diferencia de la extracción social de gran parte de su dirigencia, es pasible de una caracterización similar.

Y en cuanto a la carcasa, no es más que la portación de un nombre, a lo que se conoce con la presencia territorial y la subsistencia de un aparato que sirve a los fines electorales, y que en ambos casos muestra una presencia clientelar, más notoria y por razones obvias en el caso del peronismo.

Paralelamente a lo cual se da la caída del número de seguidores fieles a una divisa política, y la existencia de un cada vez mayor cantidad de votantes que no se sienten encasillados de una manera rígida y por consiguiente están en estado de disponibilidad.

Aunque es menos notorio, en una situación igual se vive en el ámbito sindical, donde si el fenómeno no es del todo ostensible es consecuencia del encorsetamiento que significa el reconocimiento por ley de un sindicato único con personería gremial, y el manejo disciplinante y a la vez cuenta-cajista que significa contar con la gestión de una obra social. No es cuestión de poner a toda esa dirigencia en una misma bolsa, pero no hay duda que el sindicalismo da muestras de una tendencia que apunta a convertirlo en una oligarquía gerentocrática o cuando menos egoísta, que en algunos caso llega a ser corrupta. En contraste con lo cual se asiste a la presencia, a nivel de empresas, de delegados sindicales que en forma creciente se muestran como contestatarios en general y críticos en cuanto a la conducción sindical actual, lo que no es sin embargo garantía de que, de acceder a los cuadros sindicales directivos, no se los vea travestidos en lo que representa la fosilizada dirigencia actual.
Un paréntesis: los maquiavelistas, las élites y la ley de hierro de la oligarquía
Quien más, quien menos, todos hemos oído hablar de Maquiavelo y de su obra más famosa cual es El Príncipe. Inclusive la palabra maquiavelismo es una palabra que suena mal, y nos lleva a errar acerca de quién fue Maquiavelo. Ya que se trataba de un patriota florentino, que pretendía lograr la unidad de Italia de una manera autónoma, y que en su obra aludida en realidad no hizo otra cosa que efectuar una descarnada descripción de lo que es, el no tan infrecuente, mal uso del poder.

De allí que con el nombre de maquiavelistas, se explica el resultado de trasponer la conducta de un príncipe a los que mandan, o sea a los que en la teoría política se conocen como las élites políticas decisoras. Y al apelar en ese sentido al término élite, al que no se puede sino mirar prejuiciosamente, al menos de una manera precavidamente cuidadosa, en una sociedad democrática como hemos sido y aspiramos a reconfigurar.

Es que la verdadera importancia del elitismo clásico estriba, a nuestro entender, en el empeño que pusieron sus principales representantes en sentar las bases de una nueva forma de entender las ciencias sociales en general y, muy en concreto, la ciencia de la política.

Una nueva disciplina en la cual el concepto de élite política o de clase política (según el autor considerado variará la denominación) va a convertirse en el eje central de todo el razonamiento.

Y que de cierta manera queda escuetamente sintetizada en lo que el sociólogo alemán Robert Michels en una famosa obra acerca de los partidos políticos definió como la ley de hierro de la oligarquía. Es cuando señala que ningún partido u organización es democrática porque la organización es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización, dice oligarquía”.
La matización que efectúa J. Shumpeter
Este economista austriaco en su obra Capitalismo, socialismo y democracia viene a atenuar esta presentación conmocionante, independientemente de que sea o no válida, de la realidad política. No es que deje de ser él también crudo, pero lo es de una manera más edulcorada.

Es así que señala que:

- La esencia de la democracia está en la habilidad de los ciudadanos para sustituir un gobierno por otro protegiéndose del riesgo de que los gobernantes se transformen en fuerzas inamovibles.

- Mientras dichos gobernantes puedan cambiarse, y el electorado pueda elegir libremente entre plataformas de partido distintas, la amenaza de la tiranía se puede controlar. De este modo es posible tomar en cuenta los amplios deseos de la gente corriente, a la vez que deja la política en manos de unas élites suficientemente experimentadas y cualificadas.

- Los partidos políticos son maquinarias ideadas con el fin de ganar la lucha competitiva por el poder y no se definen necesariamente por los principios que supuestamente comparten todos sus miembros.

- Las ventajas de este modelo teórico las considera obvias ya que: reconoce el papel central del liderazgo, aclara las relaciones entre democracia y libertad, destaca la naturaleza de los deseos populares sin exagerar su significado, proporciona un criterio para distinguir el gobierno democrático de otros y afirma la importancia de la competencia en política


De allí que termine entendiendo la democracia como un conjunto de reglas que garantizan un arreglo general para generar y legitimar el liderazgo, asegurando un control eficaz sobre el poder político, optimizando tanto los riesgos externos como los costos de las decisiones y manteniendo un respeto estricto a la pluralidad propia de las sociedades desarrolladas.
¿Entonces qué?
Una evaluación crítica de la concepción de los maquivelistas vinculada con las élites y su connotación oligárquica, da para hablar mucho. Máxime en estos momentos, en los que tanto se habla de una democracia participativa y la implementación de los mecanismos que hacen un complemento de la democracia representativa debe considerarse positiva. Ello en la medida en que vengan acompañadas por un verdadero aumento en la cantidad y sobre todo en la calidad del ejercicio responsable de la ciudadanía, y se avente el peligro del enseñoramiento de una agresiva turbamulta, a la que inclusive muchas veces hasta le falta valor para mostrarse de una manera que no sea agazapada hasta el extremo de pretender invisibilizarse.

De cualquier manera es una contribución importante a neutralizar lo que parecería ser la condena oligárquica, consecuencia al parecer inexorable de la necesidad de organización presente en todo grupo humano lo que entre sus creadores (incluso como se acaba de ver el caso de Shumpeter) lo que ellos definen como la imprescindible circulación de las elites.

Algo que trasladado a nuestra realidad actual y concreta exigiría en primer lugar elevar el nivel ético, la formación profesional y la capacidad de gestión de todos aquellos que entre nosotros muestran esa clara vocación de dirigente. Cosa hoy ausente de manera no infrecuente, ya que es observable la chatura intelectual y la cortedad de miras (dejo de lado la cuestión de la honradez, tópico que mejor así hacerlo) presentes en quienes ocupan posiciones de esa naturaleza.

A lo que debe agregarse la necesidad de que en los grupos en los que se ve definida esa pretensión, no solo se haga presente el respeto a la alternancia, sino que se muestre abierta a la renovación de sus cuadros. Todo ello con el apoyo de una ciudadanía interesada por las cosas del común, actitud que se traduce en propuestas y control.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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