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Existen quienes lo hacen, como una comprensible manera de eludir las angustias del presente. Una postura que no es la nuestra ya que, por nuestra parte consideramos que las cosas que nos ocurren son tan espantosas, que esa característica supera todo aquello de ridículo y disparatado que pueda encontrarse en ellas. Es que no puede dejar de advertirse que las cosas ocurren de ese modo no solo en las altas esferas, sino también en las periferias rastreras en las que a las personas de a pie nos toca movernos. Existe a ese respecto un detalle sintomático, cual es la reiteración que se observa en la presencia de ciertos hechos, que ocupan como si fueran un calco el uno del otro en forma sucesiva, las pantallas de las plataformas digitales.

Dejemos de lado esa aberrante circunstancia que constituyen los delitos de género, que inclusive llevan a interrogarse acerca de si ese comportamiento serial, no es alimentado por la profusa difusión que se le da a su ocurrencia, en la medida incierta que su relato pueda llevar inducir a su imitación. Para pasar a señalar la esporádica noticia de la desaparición de menores adultos, en especial de jóvenes mujeres, las que en todos los casos –por otra parte un temor lógico- se hace presente el pensamiento de que dichos secuestros o captaciones, serían obra de organizaciones de trata de blancas y sus víctimas suelen regresar a sus casas luego de unos días, mientras se guarda silencio acerca de la causa de lo ocurrido en esas oportunidades. Una muestra de discreción no solo explicable, sino válida, en cuanto tiene que ver con el derecho de cada cual a que se respete su esfera de privacidad, pero que su sola mención debería, de cualquier manera, ser materia de la preocupación colectiva, por cuanto detrás de las mismas encontramos, cuando no familias en crisis, una excesiva permisividad de los padres hacia los hijos, que demuestra no su incapacidad de “ponerles límites”, sino de educarlos para que ellos mismos se "auto limiten".

Se hace aquí presente un estado de cosas curiosamente contradictorio, ya que por una parte vemos a los adolescentes reclamar no ya la autonomía que merecen, sino su total “independencia”, en momentos que existen opiniones autorizadas de reconocidos especialistas, que afirman que en la actualidad la adolescencia es una etapa de la vida que puede llegar a extenderse, incluso más allá de los veinticinco abriles. No puede a la vez extrañarse que en esa misma sociedad exista otro nuevo tipo de comportamiento al que se los ve sucumbir a nuestros alcaldes. Es que, si no era imposible tampoco era de sorprender que, de vez en cuando se viera a un Intendente consumar la tentación que significa el manejo de fondos públicos, aunque durante décadas no se habló nunca de que a algunos de ellos se los viera mezclado en lo que ahora se conoce como “un abuso de género”. La explicación conjetural que queda sin respuesta, es que se asiste a la ruptura en un sistema de conductas en la que primaba el respeto, o que se tratara de una situación que se habría dado siempre y que ahora ha aflorado como consecuencia de la positiva y cada vez mayor equiparación de los “géneros”.

Mientras en otro ámbito de caminos y de conductores de vehículos, siempre hubo cuestiones que lo común era que no se tomaran en serio. De no ser así, no habrían desaparecido las balanzas en las rutas, que funcionaban con eficacia, de manera de controlar el sobrepeso en la carga transportada por los equipos camioneros. Aunque somos conscientes qué, frente a un reclamo de este tipo, quienes conducen estos vehículos, podrían argumentar falseando las cosas, que la culpa la tienen las concesionarias de las autovías, que no mantienen las mismas como corresponde, y que no toman en serio las multas que el ente regulador les aplica por la circunstancia antedicha. En tanto resulta novedosa la producción de accidentes de tránsito, los que con mayor frecuencia y gravedad se los ve ocurrir en los caminos rurales. La explicación de lo sucedido, a ciencia cierta se ignora, ¿es consecuencia del habitual mal estado de ellos, o de la imprudente conducta de los conductores, que tantas veces no chocan contra nada, sino que “auto colisionan” frecuentemente en las autovías, se haya extendido a algunos de los que utilizan aquellos caminos?

El recuento podría hacerse más largo. Y hasta cabría que alguien dijera que se trata de situaciones que se producen en todas partes. Lo cual es en el mejor de los casos una verdad a medias, ya que esa “irrelevancia” como país en la que hemos caído, tiene que ver, aunque más sea en una medida mínima, pero que no deja de ser lo suficientemente expresiva, en esta seguidilla de hechos que hemos entresacado de una miríada de ellos.

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