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Por lo que he escuchado, por más que la verdad sea que trato de mantenerme alejado del mundanal ruido como alguien dijo alguna vez con acertadas y envidiables palabras, refiriéndose a ese gozoso y a la vez imposible anhelo de lograr la felicidad; por lo que he escuchado, digo, las administraciones de la provincia y de las municipalidades están cumpliendo o gozando -dejo que cada uno elija la palabra que considere apropiada- de receso administrativo.

Información, la que viene con el agregado a modo de advertencia que “guardias especiales asegurarán la prestación de los servicios esenciales”, una afirmación que de volverse cierta en el plano de las realidades concretas resultaría verdaderamente milagrosa, por eso de que “permanecen asegurados los servicios esenciales” no es una cosa frecuente, ya que de vez en cuando o habitualmente -otra vez dejo a elegir la palabra que se considere adecuada- se asiste a la presencia, o mejor dicho a la ausencia, de un servicio que se preste como se debe.

Como nunca puedo olvidarme de mi tío, ese sí que vive zambullido en el mundanal ruido, y lo más alarmante es que parece gustarle estar en una especie de guerra perpetua con el mundo.

Un ejemplo para muestra son sus entreveros con la dueña del perro, quien lo lleva a hacer sus necesidades más substanciosas y menos líquidas -el pobre no tiene la culpa de que allí lo lleven- en el lugar donde está el único árbol de la cuadra, justo frente a la casa de mi tío. Con el añadido, según él, que se lamenta con enojo, que para colmo de desvergüenza, una vez cumplido satisfactoriamente con el rito, se marchan dueña y perro o mejor dicho perrito -porque es de esa clase que permite llevarlos colocados en un brazo como si fuera un termo- dejando el recuerdo, para que lo pise nadie o sirva de atracción para las moscas.

La verdad es que me hizo perder el hilo, el recuerdo de la bronca reprimida -la procesión se rumiaba por dentro- con la mujer dueña del perro, ya que lo que quería decir que el enojo era con la administración pública, y no el primero, porque al parecer lo mismo sucede a cada rato. Porque un día fue a una oficina y una señorita que lo atendió muy amable, y eso mi tío dijo es destacable, ya que no solo lo miró a la cara sino que se anticipó a darle los buenos días, rompió el encantamiento al decirle que el empleado que estaba a cargo de ese tipo de trámites no había concurrido a trabajar ese día por una causa de fuerza mayor, ya que había marchado a “la Capi” a recibir a River, y que ella ni nadie en la oficina podía hacer nada para ocuparse de lo que él pedía, ya que el hincha de River era el único que sabía del tema en la oficina, y además ella era de Boca.

Como a veces parezco bobo, porque me paso la vida atragantándome de información para después rumiarla, no me costó combinar la noticia del receso con el intento de completar el trámite de mi tío de un saque -pobrecito él, siempre tan iluso- y fue entonces cuando me pregunté si no habría algún sindicalista inteligente, no importa que sea de la ATE o de la UPCN o de cualquier otro que represente a trabajadores que tengan al Estado como patrón, y que se apiolara de los peligrosos que son esos recesos.

Porque podría darse el caso de que la gente se avivara que en la maquinaria burocrática el que haya o no receso no hace diferencia, o al menos para que las cosas parezcan muy diferentes.

Por eso, para terminar, una perlita; tengo un amigo que no se termina de divorciar, el pobre, porque después de largos meses no acaban de asentar la sentencia de divorcio en el libro en que estaba el acta de su matrimonio para que lo “borre”. Y mientras tanto, estaba desesperado porque en estos tiempos en que todo el mundo parece emparejarse quiere reincidir, y teme perder y no volver a encontrar el anzuelo escondido en la carnada.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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