Agustín tenía tres años y vivía con sus padres y sus dos hermanas en Lomas de Zamora. Un día lo acompañó a su papá a comprar una pizza. Esa sería la última vez que su mamá lo vería con vida. Con una sonrisa en la cara, un ladrón le quitó la vida.

Lo más común cuando escuchamos sobre robos que terminan en muerte es creer que la víctima se resistió. "No le quiso dar el auto entonces lo mató". Pero, ¿qué pasa cuando le damos todo, en este caso 200 pesos, y sin embargo nos matan igual? Ya no queda seguridad alguna ante este tipo de hechos. Ni aun entregando todo, nuestra vida sigue en peligro.

No hay que salir a buscar lejos para encontrar a los delincuentes, contrario a lo que uno podría creer. Están a la vuelta de la esquina. En los barrios de la provincia de Buenos Aires los ciudadanos tienen bien ubicados a quienes son sus atacantes ya que son sus propios vecinos.

Es por ello que el brutal y sin sentido asesinato de Agustín los llevó a quemar la casa del presunto autor, un joven de 16 años. Fue una respuesta impulsiva por este chico, fue una forma de decir hay un límite. Aunque en verdad ya hemos perdido conciencia de que el límite se lo traspasó hace mucho tiempo.

No salir a determinado horario de tu casa, organizar grupos grandes para ir y volver del colegio, evitar determinadas zonas, cerrar todo con cincuenta millones de llaves, no usar nada de valor, mirar para todos lados cuando caminas, no tomar colectivos a cierta hora y correr, sí correr, cuando ves un grupo de chicos caminando enfrente tuyo. Todas estas no son actitudes normales, son una forma de ser rehén. Sí, de ser rehén de tus propios vecinos. Y a la vez de perder libertad: la de circular y vivir en paz.

Ese es el límite que hace mucho tiempo perdimos. Nos fuimos aclimatando, nos fuimos resguardando de la mejor forma posible para que no nos maten. No obstante, parecería que ni siquiera esto es suficiente. No hay candado que valga.

La inseguridad no es algo que se resuelve de la noche a la mañana. No se trata de meter a todos presos, es algo mucho más profundo. Ciudades como Nueva York estuvieron años y años para lograr mejorar su situación. Lejos estamos de algún plan para terminar con esta locura.

En verdad, lo que primero tenemos que hacer es verlo como eso: una locura. Tener que poner rejas en cada centímetro de nuestra casa, formar patrullas de vecinos para cuidar a los chicos, no llevar cosas en los asientos porque te pueden romper el vidrio para robártelo, no poder salir a comprar una pizza. Es realmente demente vivir así.

Los vecinos de Agustín manifestaron un enojo con fuego. La violencia no se responde con violencia, eso es claro. En este caso, fue un grito desesperado que necesita respuesta.

Necesita una respuesta porque si no termina pasando esto: cada uno hace su propia justicia y ahí adiós a nuestro sistema de derechos. Dejamos atrás la civilización.

Se necesita un freno y parecería que de forma urgente. El fuego de esa casa dice mucho más que una simple respuesta de un barrio enojada. Lo dice todo.

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