Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Existe en los ámbitos forenses una afirmación, escuchada no demasiadas veces, de verificación posiblemente incomprobable, y por ende de verdad incierta, según la cual en muchas oportunidades la prueba del acierto del juez en la sentencia que ha dictado, cabe explicarla en el hecho de no dejar conforme a ninguna de las partes.

Reservando en la ocasión nuestra propia valoración en relación a las elecciones del pasado domingo, coherente con nuestra postura que los actuales son momentos en los que corresponde mirar hacia adelante, deshaciéndose de la mochila, a la vez pesada e insalubre, que significa en todo momento estar mirando hacia atrás; y no solo a los recientes años que hemos ido dejando atrás, sino remontándonos, cuando menos al descubrimiento de América; ya que sería mucho más complicado hacerlo hasta el momento en que el primer hombre -–y también la primeras mujer- llegaron desde el norte del continente asiático, hasta el nuestro todavía deshabitado, pasando por ese terreno que quedó sepultado por las aguas, que todavía no eran las del Estrecho de Bhering; debemos advertir, sino con satisfacción, al menos con un honesto y saludable alivio, que sus resultados han dejado con similar, aunque de signo contrario, contento a la mayoría de las agrupaciones partidistas, que en ellos participaron.

Y no con el enojo, casi siempre sordamente rabioso, que viene a afectar a los medios perdidosos, con la sentencia referida al principio.

Ello así, es algo que parece haber ocurrido en las presentes elecciones, no solo en el caso de las dos “grandes coaliciones”, sino también, tanto en el caso de la “derecha dura” como su hermana enemistada de la “izquierda”.

Algo que puede entenderse, como consecuencia –aunque no necesariamente cierta- del mensaje de la ciudadanía, según el cual no sería otra que mirar a esos resultados como un complicado “empate”; reclamando a nuestra dirigencia social – incluyendo sobre todo a la política- que “dejen de pelearse” entre ellos, haciendo así posible consumar una “política de acuerdos”, como los que con suerte diversa, hemos los argentinos intentado, con suerte por lo general esquiva, a lo largo de la historia.

Y referirnos a ellas, no está en contradicción con lo que hemos sostenido más arriba, en el sentido que nuestro principal deber es mirar no hacia atrás, sino hacia adelante, de manera que veamos a una gran mayoría de nosotros –las “unanimidades” sino peligrosas, son al menos sospechosas de no ser auténticas- empeñados en ser partícipes de una empresa común.

Es que hay dos maneras de ese mirar “hacia atrás”, al que hemos señalado, una de las cuales es usar el pasado como instrumento de agresión, y la otra atender a las “experiencias”, tanto exitosas como desastradas, que cabe encontrar en esa mirada retrospectiva.

Todo ello con el objeto de no volver a “tropezar con la misma piedra”, en el caso de la primera, mientras que en el otro caso, para poder obtener resultados fructíferos, atendiendo a formas de comportarse que llevaron –hay que sincerarse diciendo que estas últimas son mucho más escasas que las primeras- a tornarse, de esa manera en exitosas.

En tanto, como el presupuesto de comenzar a recorrer juntos, y despojados del espíritu de facción, de aquí en más el camino que nos llevaría a ese resultado exitoso, es el “llamar las cosas por su nombre”, o lo que es lo mismo “no guardarse nada”, ello nos lleva a no dejar de considerar en principio una torpeza la convocatoria –o cuando menos la conformidad con ella- del Presidente de la Nación a un acto público en la ciudad de Buenos Aires que será –o que razonablemente pretende serlo – multitudinario, para el próximo miércoles.

Es que estamos convencidos, atento a su comportamiento en estos dos años ya transcurridos de su mandato –los cuales no han sido precisamente un ejemplo de búsqueda de fraternidad- que Alberto Fernández con esa convocatoria a celebrar un triunfo cuando menos problemático, está poniendo sobre la mesa, de una manera poco responsable, la suerte de los otros dos años finales de su gobierno.

De allí, cuando llega inclusive en su torpe imprudencia, a dar la impresión de celebrar como un triunfo personal – “su” triunfo- el que debería ser tenido más adecuadamente como el de la totalidad del pueblo.

De allí que la inquietud que nos provoca la incertidumbre acerca del contenido de su discurso en ese acto, teniendo en cuenta, muchos de sus anteriores mensajes en los que en tantas ocasiones estaban presentes las contradicciones dentro de la misma pieza oratoria, contrastándola con otras suyas anteriores o posteriores, llenas de chispazos que no eran, precisamente, “prendas de paz” ofrecidas a sus opositores.

Algo que se vio confirmado peligrosamente con su último discurso dirigido a la Nación, luego de conocidos los resultados electorales, en el que hubo para todos los gustos, o sea para interpretaciones distintas acerca del sentido de sus palabras.

Es así como esa circunstancia nos provoca desazón, ya que no es fácil de percibir hasta qué punto nuestro Presidente es consciente de la importancia que –sobre todo de aquí en más- tendrán el sentido de sus palabras. Cuando ellas , en primer lugar, deberían dar el primer paso, no ya tan solo para recuperar su deteriorada imagen -fruto de errores no forzados- sino por sobre todo la confianza por él perdida, en una porción mayoritaria de la sociedad.

Enviá tu comentario