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Nuestros gobernantes se quejan por el efecto negativo que la guerra entre Rusia y Ucrania tiene sobre los precios de los alimentos y la energía, y culpan al conflicto por la escalada de la inflación. Tienen una pulsión incorregible por descargar sobre factores externos culpas que les competen.

La restricción ideológica impide a la administración sospechar, siquiera, de la existencia de factores exógenos, que podrían estar fuera de su control. Supone que nada puede quedar fuera de su control. Así es que este año debimos importar gas a precios exorbitantes. Los precios, es cierto, están en las nubes por el conflicto bélico. Las cantidades importadas, por el contrario, existen por nuestra imprevisión y nuestra mala política energética.

No sólo pagamos precios astronómicos en el exterior por algo por lo que en el mercado doméstico pagamos poco más del 10% del precio de importación, sino que además quisimos que la gente no notara el problema. Hasta este mes, mantuvimos congeladas las tarifas para el consumo residencial de gas natural y de electricidad (que se produce mayormente con gas natural). Y no sólo este año, sino que las mantuvimos prácticamente congeladas desde 2019.

Los incentivos, claramente, están mal puestos: al precio actual de la luz y el gas, no hay razón alguna para que los hogares usen los recursos de manera racional. Esto sumó al problema del precio internacional el problema del consumo interno excesivo de un recurso escaso, y redundó en que hayamos tenido que importar más de lo que hubiéramos debido importar si el consumo de luz y gas hubiera estado relacionado con su costo de producción.

A nivel macroeconómico, la restricción ideológica nos impide ver el problema y nos hace sostener una política energética ruinosa. No sólo genera resultados externos inferiores a los posibles (balanza comercial, acumulación de reservas), sino que aumenta el costo fiscal que significa importar más de lo necesario (porque no hay incentivos para consumir menos) a un precio mayor (por la guerra), mientras mantenemos el precio al que vendemos lo que importamos congelado en pesos.

Como el déficit fiscal, en Argentina, se financia en gran medida con emisión monetaria, cuando la rueda termina el giro completo tenemos por las peores causas la inflación que quisimos evitar al congelar las tarifas. Subsidiar algo que no producimos, o que para ser producido demanda muchos insumos importados, es un lujo que un país pobre como el nuestro no debería darse.

¿Qué hacen los países ricos en estas circunstancias? Este año, el problema de la energía es un asunto central para Europa. La dependencia del gas de Rusia, que ahora los países de Europa Occidental buscan minimizar como represalia por la guerra, ha demandado creatividad. Europa es un continente rico, pero sus gobiernos y sus poblaciones actúan con previsión y austeridad. La preocupación primera de los gobiernos europeos ha sido garantizarse la provisión de gas. Contra los peores pronósticos, parecen haberlo logrado.

Como nota de color, valga decir que Argentina hizo su aporte: en un alarde de soberbia, terminó el contrato con el barco regasificador Exemplar, que amarraba en Bahía Blanca (¡sólo hay 48 en el mundo!). Parece que el gobierno descuenta que el Gasoducto Néstor Kirchner estará concluido para el invierno que viene. Más vale que no llueva mucho, ni que haya demoras impensadas con los insumos importados, ni una protesta sindical, ni algún otro contratiempo inesperado. Si nada falla en lo más mínimo, quizás, y solo quizás, lleguemos a tiempo.

Volviendo a Europa: además de buscar asegurarse la provisión, los gobiernos realizan campañas de concientización muy fuertes para moderar el uso de un recurso escaso. Educan, entre otras cosas, a los hogares respecto de cuánto varía el costo de la luz durante los distintos momentos del día, e instan a la gente a realizar determinadas tareas hogareñas durante los momentos de menor costo. En oficinas públicas, museos, estaciones de transporte y escuelas, entre otros, hay límites mínimos para la temperatura en verano, y máximos para el invierno. Habrá que estar más abrigado, o más liviano, según la estación.

Tercero, las facturas de gas y luz vienen con aumentos que van mucho más allá de lo que los europeos están acostumbrados a ver. El costo lo pagan los que usan los recursos. Este es sin dudas el factor que más disciplinará el consumo, no sólo de luz y gas, sino también de otros servicios que dependen de la energía, como el transporte público.

Claro que los europeos saben que hay guerra, que los precios de algunos bienes han subido por culpa de esa guerra, y que tienen que adaptarse. Tienen una historia larga de saber adaptarse a guerras y otros males. Si la factura de luz y gas aumenta mucho, la única forma de bajarla será consumiendo menos. ¿Cómo puede ser que no se subsidie el consumo, como hacemos en Argentina? Algunos países subsidiarán el consumo de las empresas manufactureras: buscan proteger la producción y el empleo, en usuarios que consumen lo estrictamente necesario. Los estados europeos son sujetos de crédito confiables, por lo que no deberán financiar los subsidios con emisión que genere inflación.

Al parecer, en Europa tratan a los recursos escasos de una manera completamente contraria a la nuestra. Son países ricos, quizás porque cuidan sus recursos y subsidian a quienes producen riqueza. Nosotros, que somos un país pobre, pretendemos siempre vivir más allá de nuestras posibilidades, haciendo que quienes producen paguen más por su consumo de luz y gas, y quienes malgastan el recurso paguen menos de la mitad de ese costo. Quizás esa sea en parte la razón por la cual cada año nos hacemos un poquito más pobres.
Fuente: El Entre Ríos

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