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Ir al estadio pierde su sentido en un fútbol cada vez más dominado por la televisión

Por Pier Vlater

En el fútbol, es una frase hecha que los tiempos pasados fueron mejores. Después de ver casi todos los partidos de la Copa del Mundo de Rusia 2018, no puedo evitar sentirme así.

Muchas veces me pregunto cómo se explican los valores que se pagan en el fútbol europeo por jugadores que parecen del montón. Dilucidar el origen de la inflación de las cotizaciones de los futbolistas no es una cuestión científica. El negocio del fútbol ya no pasa por las entradas (al menos en las mejores ligas europeas), sino por los derechos de merchandising y, sobre todo, por la televisión. En ocasiones pareciera que el monto mismo de las transacciones explica más de las nuevas formas del deporte que lo que ocurra en el campo.

La FIFA lo entendió mejor que nadie y llevó su fiesta máxima, el Mundial, a una expresión acabada de esta nueva forma del deporte. El fútbol de hoy es aséptico en todo sentido: jugadores, árbitros, tecnología y espectadores deben estar enfocados en el negocio.

La distancia y el precio de las entradas al Mundial garantizan que sólo los espectadores deseables irán a los estadios. No van quienes cada domingo trajinan el Gran Buenos Aires, o su equivalente en otras latitudes, para apoyar al equipo de sus amores. El espectáculo debe verse bien en la pantalla. A tal punto que en Rusia las butacas estaban pintadas de tal forma que diera la sensación de que los estadios estaban completos, aunque hubiera butacas desocupadas. Una ambientación que se complementaba con la música ambiental que sonaba después de cada gol. ¿Sería para ocultar la falta de cancha de los asistentes? Sea como fuere, los estadios componían una puesta en escena muy lejana de la noción de cancha a la que estamos acostumbrados por estas latitudes.

Semejante ambientación también pareció aplicar para el juego, adaptado a los requerimientos teatrales de la FIFA: mucha tecnología y poco arte, mucha Europa y poco Tercer Mundo, mucho juego mecanizado y poca inspiración, pocos empates que no se dirimieran en una definición por penales (apenas 9) y un único cero a cero, resultado mortal para la audiencia televisiva. El fútbol ganó en dinamismo y precisión, pero perdió romanticismo. En el césped y en las tribunas.

La tecnología no sólo copó las decisiones arbitrales a través del VAR, sino también la forma de jugar. Casi el 40% de los goles provinieron de una pelota parada. Y muchos de los que no lo fueron provinieron de la aplicación perfecta de un plan más que de un rapto de inspiración de algún jugador. Tengo una teoría para explicar por qué muchos jóvenes en el mundo prefieren a Ronaldo antes que a Messi: las habilidades de CR7 son más replicables en la PlayStation, donde sin dudas es mejor jugador que Messi. La velocidad, la potencia del remate, el cabezazo, pueden programarse. Pero en la Play, las habilidades de Messi, su gambeta en una baldosa, no son replicables. El segundo gol de Diego a los ingleses sería imposible.

Los jugadores súper-atléticos van camino de dominar el juego y a cambiar para siempre el deporte. La nueva generación de futbolistas, con varias figuras de la Copa como Mbappé, Kane o Lukaku a la cabeza, pertenece más al mundo de la Play que al del potrero. El rigor táctico minimiza los riesgos, al costo de minimizar, también, la toma de riesgos en el uno contra uno. Hay estadísticas sobre kilómetros recorridos, pero no sobre gambetas concretadas.

Son recurrentes las discusiones respecto de quién es el mejor jugador de la historia ¿Di Stéfano o Pelé, o Cruyff, o Maradona o Messi o Ronaldo? Es una discusión no sólo banal, sino también injusta. Se comparan figuras míticas, más conocidas por referencia y unas pocas jugadas seleccionadas que por constatación empírica, con jugadores archiexhibidos, puestos a prueba cada semana.

Ver a Maradona en vivo requería el esfuerzo de acercarse al estadio. Mi padre me llevó a la cancha de Vélez en 1980 para ver a Diego en un Argentinos 3 vs. San Lorenzo 0. En aquel momento, si no era en el estadio, sus malabares sólo podíamos imaginarlo a través de la transmisión radial. Lo mismo cuenta para la mayoría de las leyendas del deporte.

No se puede volver el tiempo atrás, ni se debe vivir de nostalgias. Sin embargo, si me preguntan por qué jugador pagaría una entrada no dudo: por Diego o por Messi. Los demás me parecen parecidos entre sí. Es probable que me esté oxidando de manera acelerada. Sigo prefiriendo una gambeta a la exuberancia física. Y sigo prefiriendo ver el fútbol en el estadio antes que por televisión. Aunque las nuevas formas del Mundial sugieran para mí un estado avanzado de obsolescencia.
Fuente: El Entre Ríos

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