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Saqueados por la corrupción
Saqueados por la corrupción
Saqueados por la corrupción
¿Hasta qué punto no nos seguimos comiendo a nosotros mismos?

El Salvador, país centroamericano con una superficie equivalente a la de nuestra hermana provincia de Tucumán, es el Estado más pequeño de América. A la vez, con sus más de siete millones de habitantes es el que cuenta con la mayor densidad por habitante de todo el continente, de prescindir de Barbados, un estado isleño liliputiense, que por ser “Maduro-dependiente” en materia de combustible le paga con su voto en la OEA.

Demás está decir, y una vez más nos referimos a El Salvador, que la situación social en ese país es calamitosa, de lo que ya da una idea el hecho que a esos siete millones que viven en su tierra, haya que sumar más de tres millones que ha expulsado y que viven en los Estados Unidos, no precisamente como turistas; a lo que debe agregarse que es el reino en el que medran las pandillas –“maras” que le dicen- y que también allí, aunque de una forma más acentuada todavía, un pequeño número de ricos convive con una multitud de pobres, y con una clase media invisibilizada.

Escrito lo cual, viene al caso hacer referencia a que el expresidente salvadoreño Elías Antonio Saca, que gobernó entre 2004 y 2009, estaba el último sábado celebrando la boda de uno de sus hijos en el club “La Hacienda de los Miranda”, un club de élite de la capital, cuando lo sorprendió un inmenso operativo en el que fue arrestado por presunta grave corrupción: peculado, lavado de dinero y pertenencia a agrupaciones ilícitas, según la Fiscalía General de la República (FGR). Junto a él fueron detenidos seis de sus exfuncionarios, tres de ellos de gran reconocimiento en el mundo político y empresarial: un ex presidente de la agencia gestora del agua, su ex vocero presidencial y su secretario privado, todos acusados de los mismos delitos.

Saca, desde el año pasado, estaba procesado en un tribunal civil por enriquecimiento ilícito al no poder justificar cuatro millones de dólares en su patrimonio luego de haber abandonado la Presidencia, en 2009. Su ex secretario privado se presentó voluntariamente a la justicia para “entregarse”, a pesar de que no existía orden de captura en su contra (¡¡!!)

A la vez es interesante destacar que durante los últimos tres años fueron procesados por corrupción tres expresidentes salvadoreños: el fallecido Francisco Flores, que precisamente por esa circunstancias no llegó a ser condenado, (1999-2004); Elías Antonio Saca (2004-2009) y Mauricio Funes (2009-2014), mientras que este último, que fuera el primer presidente de izquierda de El Salvador, huyó este año a Nicaragua, donde el Gobierno de Daniel Ortega le concedió asilo al considerar que se trataba de un perseguido político, pese a que los señalamientos que imputa la FGR son por enriquecimiento ilícito al no poder justificar más de 700 mil dólares en su patrimonio al terminar su gestión presidencial en junio de 2014.

Cabría agregar que Flores, quien como se ha visto llegó a ser condenado, al momento de su fallecimiento el 31 de enero del presente año era procesado por peculado de 10 millones de dólares de una donación que el gobierno de Taiwán habría otorgado para los damnificados de los terremotos de enero y febrero de 2001 que devastaron a El Salvador.

Todo lo cual lleva a pensar que, por lo menos desde 1999 hasta casi la fecha –se debe esperar la suerte que corre el presidente actual- El Salvador ha estado gobernado por ladrones, sin tener en cuenta cómo se portaron los integrantes de la larga lista de los anteriores, respecto a los cuales la extendida distancia temporal y geográfica que nos separa de ellos, hace que con mucho resquemor por nuestra explicable ignorancia acerca de su conducta, le concedamos el beneficio de la duda.

Y si nos hemos detenido en el caso salvadoreño, ha sido por el impacto provocado por la inmediatez y circunstancias que rodearon la noticia – parece tan solo “cosa de película” que a cualquiera le caigan policías a apresarlo en la fiesta de casamiento de uno de sus hijos- ya que situaciones de este tipo se han vuelto frecuentes en esta parte del Continente.

¿No tiene acaso el Perú tres de sus ex presidentes entre presos, medio presos y procesados? ¿Y qué en el caso de Brasil donde parece que no se salva nadie, ni siquiera el presidente actual y una mayoría de los congresales? ¡Y de Maduro y sus acólitos mejor no hablar! Se puede alargar la lista.

Aunque queda un consuelo -el que en realidad no es tal- cuál es el hecho que la situación de estas repúblicas, es mucho mejor, en este aspecto, de la que han vivido, y viven, las democracias africanas más jóvenes que las nuestras, con poblaciones más pobres todavía y con gobernantes más corruptos que los nuestros.

De cualquier manera, no puede ser ignorado que ese ha sido nuestro “pecado original”, dicho esto remedando a Murena, aunque dándole otro sentido a esa calificación. Porque no se puede olvidar que los conquistadores españoles ya vinieron con el propósito no de “hacer a América” sino “de hacerse la América”, lo mismo que soñaron no pocos de los que vinieron después.

De esa manera, todos ellos fueron a la vez y al mismo tiempo “saqueadores” y “saqueados”. Situación que cabe preguntarse si con sus altos y sus bajos no ha continuado hasta la actualidad. En la que no parecemos advertir hasta qué punto “nos seguimos comiendo a nosotros mismos”.

Todo ello como consecuencia de pretender vivir en un eterno presente, al mismo tiempo que se vocea la consigna del “sálvese quien pueda”, versión moderna de aquel “después de mí, el diluvio” atribuida a un monarca de los tiempos del absolutismo europeo.

Una manera miope de pensar, o de no hacerlo, dado que “el día a día” encarado de esa forma, no solo se muestra como la ausencia suicida de toda proyección del futuro, sino que al mismo tiempo hace que ese día a día se vea empequeñecido, y que ya habiéndonos desprendido de “las joyas de la abuela”, nos resulte cada vez más difícil encontrar “donde rascar” para poder “ seguir tirando” en un día a día cada vez con más estrecheces, y por ende insoportable hasta el punto de volverse explosivo.

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