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Escuchamos en una ocasión hablar de los sentimientos encontrados que le provocaba a un vecino dos formas parecidas, aunque dispares, de circular en moto vehículos por las calles de Colón. La comparación iba más allá del hecho de que se ven claramente diferentes una motocicleta en comparación con un cuatriciclo, por más que en los dos casos se trata de vehículos cuyo empleo en el tránsito cuenta con regulaciones estrictas y diferentes a los casos de los automóviles y vehículos similares.

Se podría inclusive ir más allá, por razones que suenan convincentes, en el caso de los cuatriciclos, mientras que en el de las motos, su uso está sobre todo condicionado a exigencias que tienen que ver con la seguridad de las personas que transportan. Y lo que molestaba a nuestro interlocutor era, en el caso de los cuatriciclos no precisamente la inestabilidad, que según decía, puede darse en su marcha; sino el osado desparpajo de su conductor, que aferrado a su manubrio, las más de las veces daba la impresión de sentirse al frente de un tanque de guerra.

El sentimiento de molestia que rondaba la antipatía, en ese caso, no era diferente al que le provocaba el andar zigzagueante de los motociclistas, que dejan de una manera que la sorpresa llega hasta el susto, cuando desde un automóvil se los ve pasar a su lado con la velocidad y el estruendo de un refucilo. Es que no se refería a ninguno de ellos, sino a los sentimientos encontrados que le provocaba ver a una moto sobre la que iban montados, aparte obviamente de su conductor, su mujer con la carga sobreañadida de sus hijos pequeños, con el agregado que a esa circunstancia se sumaba el hecho de que, aparte de sobrecargar la motocicleta, amontonaban al circular otro sinnúmero de transgresiones a las normas de tránsito.

Y es allí donde se hacían presentes esos sentimientos encontrados a los que hicimos referencia. Porque, por una parte, consideraba extremadamente riesgoso, y por eso inexplicable, que se permitiese transitar en esas condiciones. Y, por la otra, sentía una comprensión cargada de afectiva compasión, ante el hecho de que ese grupo familiar no contase de otra forma para desplazarse junto de un lugar a otro.

Volvió, quien así reflexionaba, a hacerse presente en nuestra redacción, días pasados, para mostrarnos una foto que acentuaba su dilema. La había tomado valiéndose de su celular -en estos tiempos que el mundo se ha llenado de fotógrafos, precisamente casi sobre un portón de Avenida Urquiza de Colón, el que permite el acceso a la Dirección de Tránsito de la municipalidad. Y en ella se mostraba al conductor de la moto llevando a un niño en el espacio que dejaban sus brazos al empuñar el manubrio, y detrás una mujer que, mientras sostenía otro niño con un brazo, con el otro aferraba un termo blanco.

A lo que habría que agregar que, de todos ellos, la criatura que iba adelante era la única que llevaba casco. Lo que sigue es la pregunta nuestra, para la cual no hemos podido encontrar respuesta: ¿cuál sería la mejor manera de conciliar esos sentimientos encontrados?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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