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Hubo hace tiempo un interventor federal en nuestra provincia -en esa época ya se los mencionaba como gobernadores a ellos también y no solo a los electos por el voto popular- que no tuvo mejor idea que sugerir que en el camino de acceso a cada localidad, se construyera un arco con el nombre de ella, a modo de bienvenida.

De donde cada arcada, de distintas formas y con mayor o menor gusto en la concepción de su estructura -la que en todos los casos no podía dejar de mostrar forzosamente a un adefesio, más o menos prolijo en su mantenimiento- se vieron surgir en muchos lugares como hongos.

Ignoramos si fue antes o poco después que la “bandera federal” -la describimos de ese modo para no entrar a confrontar si era o no la de Artigas o de Ramírez, aunque creemos que no era la bandera que legalmente había hecho suya la provincia- la que contaba con una prolija división en medias franjas azules y con una franja central blanca, en contraste con aquéllas, cruzada con una franja roja -que no es otra cosa que el pabellón nacional, con una franja roja que la corta en diagonal- vino a instalarse entre nosotros oficializada como la bandera de Entre Ríos.

Con un himno y con un escudo propio, vendríamos a completar una trilogía emblemática, que se supone fue ideada con el propósito de consolidar, si es que eso era necesario, nuestra identidad provincial.

Al parecer, las ciudades no quieren quedarse atrás, en parte por la misma motivación y en otra porque los funcionarios electos que las administran, parecen no tener nada más importante ni mejor en que llenar su tiempo y es así como esa fiebre de contar con una bandera “local” viene avanzando en nuestra comarca.

No nos hemos puesto a investigar cuántas de ellas ya la tienen, y a cuántas veremos adoptarla, lo mismo que pasa con el escudo. De donde es válido interrogarse acerca del momento en que en otro rapto de inútil actividad veamos aparecer, con letras y músicas, los himnos de cada ciudad. Pero las cosas podían ser peores de las que se acaban de relatar.

Y no faltará algún empleado municipal que, en ocasión de alguna festividad, ice de mayor a menor en un único mástil, comenzando por la nacional y terminando por la municipal a las que se conoce como banderas “de brisa” o tal como las conocemos nosotros, como banderas de “izar”, no advirtiendo que de ese modo y no empleando un mástil distinto para cada una de ellas, se estaría cometiendo una grave transgresión al protocolo ceremonial.

De cualquier manera, no puede dejarse de señalar que la intención demostrada es encomiable, en cuanto tiende al subsiguiente desarrollo del sentido de comunidad, fuertemente imbricado con el de la propia identidad, aunque se nos ocurre que existen en ese sentido distintas políticas. Necesarias como son en momentos como los actuales en que el mayor contrapeso contra el proceso de globalización que avanza en forma acelerada, es la necesidad del arraigo y adquisición de un fuerte sentido de pertenencia a una comunidad local.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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