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No estamos refiriendo a esa situación ominosa que se da entre nosotros, en la que existen tantos que se entretienen con hacer referencia “al odio”, como si fuera no otra cosa que de un “juego”. Sin advertir que así como no es recomendable jugar con armas de fuego, a las cuales según la sabiduría “las carga el diablo”.

Y es de creer que es él mismo diablo el cual alimenta en “odio” que existe todavía en mínimas cantidades en nuestra sociedad –aunque esa insignificancia no la hace menos grave, porque es una semilla a la que se la puede regar de diversas maneras para procurar hacerla crecer, en lo que sería el opuesto al “grano de mostaza” del que nos hablan los Evangelios- y del cual existen personas y grupos a los que se los ve a su respecto magnificar. Una manera de hacerlo que se encuentra en las amenazas de sancionar leyes que “castigan el odio”, en cuanto manifiesto. Es decir, el explicitado en forma pública- de una manera que vienen por lo menos a expresar su ignorancia en la materia al invocar para hacerlo, una interpretación completamente desmesurada de las normas en la materia que existen en el derecho comparado; en el cual dicen los que saben al hablarse de odio y de las mal llamadas leyes para perseguirlo, se lo hace en relación a actitudes y acciones que personas o grupos de ella manifiestan contra minorías étnicas, religiosas o de extranjeros residentes en una determinada sociedad.

Es que según el diccionario por odio ha de ser entendido “el sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o de que le ocurra alguna desgracia”, y nos resistimos a creer que ese sea un sentimiento ni generalizado, ni nada que se parezca a mayoritarios entre los integrantes de nuestra sociedad. De donde, los erróneamente fundamentados proyectos de leyes de ese tipo, lo que en realidad buscan en realidad es un “disciplinamiento forzado de la sociedad, en procura de la instalación en ella de un “pensamiento único”.

Una situación en el cual una persona solo puede ser castigada por el hecho de pensar distinto y así ponerlo de manifiesto en forma pública. Dentro de ese contexto, cabe reparo hace alusión a esa dupla de contrapuestos que es la del “amor-odio”. Porque no se trata en nuestra situación de lograr que, como se dice en una de sus estrofas un cántico religioso, “que donde existe el odio, haya amor”, sino que desde una perspectiva más modesta, tener como suficiente para ver erradicado el odio, que se reconozca al “otro” como un igual, y que como tal, se vea en ese otro una persona a quien se deber respetar, e inclusive contribuir a preserva la dignidad que ella tiene y de la que es una grave falta tratar de privar. Y es aquí donde queda de manifiesto que avanzamos en la dirección equivocada, dado que en nuestra sociedad existen personas o grupos que alientan la convicción de que serían para aquella mejor las cosas, de poder aplicar una metodología de “descarte”, sea cual sea los alcances que se pretenda asignarle a ese concepto; demostrando de esa manera falta de comprensión al hecho que “aquí no sobra nadie” y que podemos hacer de nuestra convivencia inevitable una realidad a la vez amigable y provechosa.

El atentado afortunadamente fallido de la que fue víctima la vicepresidenta de la Nación, resulta una prueba acabada de cómo las brisas de odio, pueden llegar a convertirse en huracán. En tanto, habiendo concluido lo que suena como un alegato en procura que la del odio, no es un sentimiento y a la vez una actitud que pueda “tomarse a risa” como si se tratara de un juego; nos queda por referirnos a otra inscripta dentro del mismo contexto, que también seria para reír, en el caso que no fuéramos conscientes de su gravedad.

Es que si bien pueda hacer sonreír los celos que les provoca, según se escucha, a muchos hombres públicos la circunstancia de no haber sido amenazados (¡), y que inclusive en alguno de ellos, según también se afirma los ha llevado a hacer circular falsas versiones afirmativas al respecto (?), no debería dejarnos de provocar alarma e inquietud el peligro de que el atentad llevado a cabo por personas que no están del todo en sus cabales, sea el nuevo paso a la disociación, a la que venimos instalando a fuerza de escraches y vituperios.

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