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Entre los calificativos que le caben al Presidente de los Estados Unidos está el de extorsionador, para decirlo en la jerga actual un gran “apretador”. Una de las obsesiones suyas es detener la ola de inmigrantes que desde Centro América en andanadas masivas sucesivas – no por un goteo permanente como siempre sucedió- llegan vía Méjico y cruzando el Río Grande, a su país.

Amigo de hacerlo todo espectacular, su primera estrategia para detener esa verdadera avalancha fue intentar emular en pequeño a los chinos con la construcción, en su caso, no de una muralla sino de un muro que seguiría la frontera con Méjico, desde uno a otro océano.

Un proyecto del que no ha desistido como una muestra más de su carácter obsesivo, pero que ahora le parece insuficiente, porque ve que “su” verdadera solución, es detener a los migrantes “lo más lejos posible de casa”, y es por eso que ha concebido la idea de “tercerizar” esa tarea de una manera indirecta, mediante la amenaza de aplicar de una forma creciente mayores impuestos a las importaciones mexicanas a su país, si el presidente López Obrador no toma en sus manos la tarea de detener a la avalancha.

Paralelamente a eso se asiste en nuestro continente a otro caso de emigración masiva –que como en el caso anterior y como lo fue antes en el de la “Cuba castrista” es una forma de votar “moviendo los pies siempre hacia adelante”- cuál es el éxodo provocado en Venezuela como consecuencia de la destrucción de esa nación por parte de Maduro, ya que a esta altura de los tiempos ha llegado la hora de dejar en paz a Hugo Chávez.

Cifras que se barajan y que cabe considerar que suenan exageradas, aunque no alejadas de la realidad, estiman que está llegando a dos millones el número de venezolanos que se ha marchado de su patria. Y que ante las medidas de virtual bloqueo con el que desde fines de junio amenaza el gran Donald al enorme Nicolás, existen analistas de esta temática que como consecuencia, esa potencial situación volverá a Venezuela todavía más invivible de lo que lo es actualmente.

Es que en un momento dado, para el que no habría que esperar mucho, su población quedaría reducida a la mitad de la que en su momento supo y pudo contener.

Inclusive, uno de esos analistas a los que nos hemos referido, dando muestras de una imaginación frondosa, especula afirmando que en el fondo de todo ese revoltijo existe un “plan maestro” de Nicolás Maduro, o de sus asesores cubanos, por el cual busca que abandonen el país todos los que no se sigan sintiendo y actuando “como chavistas de la primera hora, y maduristas de la hora postrera”, en la que se producirá el alumbramiento de una sociedad con una concepción política homogénea y uniforme. De asistirse a semejante tragedia queda pendiente la manera de darle nombre a una situación que no es un “genocidio”… sin dejar de serlo.

Nos encontramos de esa manera en la actualidad ante un fenómeno que no se reduce a nuestro continente, sino al que cabe considerar como de carácter global, si se tiene en cuenta el trágico costo humano y la conmoción social que ha significado la búsqueda de refugio en territorio europeo, de migrantes africanos y del Cercano Oriente.

En todos los tiempos se ha asistido a masivas migraciones, pero lo que queda claro es la diferencia entre los fenómenos de este tipo que se dieron durante el siglo XIX donde muchos de nuestros antepasados “bajaron de los barcos” dentro de un proyecto que no fue fracasado sino desviado en su rumbo.

Es que, como se sabe, la “generación de Mayo” liderada por Esteban Echeverría, que tuvo en Alberdi a su estratega, y en Sarmiento a su hacedor, para mencionar de una manera limitadamente injusta a sus propulsores, concebían como su programa hacer de la nuestra una “sociedad europea trasplantada”, y el desvío al que aludimos ha sido consecuencia de que lo que se conformó fue una sociedad “mestiza”, enriquecida con la convergencia de los recién llegado, los pueblos originarios y los descendientes de los conquistadores y a la que cabe llamar “la primera colonización”.

Es que ese tipo de corrientes migratorias similar a la que, por dar un ejemplo, se dio en los Estados Unidos en los siglos pasados, se trató siempre de migraciones aunque más no fueran informalmente organizadas que, más inclusive que por los gobiernos era – en una aplicación eufemística de alguna ley física- estuvo atada por la inmensidad de territorios vacíos.

Entretanto la categoría de “exiliado político” y el tratamiento que para ellos contempla el derecho internacional, queda “chica” para ser aplicada a la situación que se da en la actualidad.

Es que se puede hacer diferencias entre ellas: el que migra por la persecución a la que es sometido por un régimen autoritario instalado en su país natal; del que lo hace huyendo de la guerra desencadenada en el territorio donde ha vivido siempre o del que tiene que marcharse del lugar donde ha nacido, como consecuencia de la precariedad y vulnerabilidad de la condiciones de vida allí existentes.

Indudablemente objetiva, y hasta aun éticamente, hacer diferencia entre esas tres variantes de una misma y única categoría resulta inadmisible. Dado lo cual hay que buscar la manera de llegar a tratar a todos los migrantes sean por la causa que sean, con la dignidad ecuánime que se debe dispensar a todo ser humano que peregrina en búsqueda de refugio, sin que quepa hacer distingo entre ellos.

Se trata entonces de actualizar y revalorizar el concepto conocido y a la vez utilizado de “refugiado”. De manera de incluir en el mismo no solo al que ha encontrado ya amparo, sino a toda persona “necesitada de refugio y que carece de él”.

Demás está decir que la magnitud del problema, exige un abordaje de características internacionales, en el que se debe hacerse presente no solo el esfuerzo de las organizaciones y organismos de ese carácter, sino también a la acción mancomunada de todos los estados nacionales.

Es que parece no advertirse que el costo que directa o indirectamente estamos pagando todos por la forma, entre caótica y egoísta, con que se enfoca el tema –para decirlo en forma más clara, que deja de hacérselo- es mucho mayor no solo cuantitativamente sino cualitativamente - dicho con crudeza en “plata” y en “dolor humano”- que el que tendría su atención en forma integral y planificada.

Aunque como en tantos otros ámbitos las dificultades se hacen presentes no a la hora de hablar sino a la de hacer. Viene al caso hacer referencia al dicho aquel que “la caridad bien entendida empieza por casa”. Y forzar su aplicación para mostrar lo difícil que es llegar a las acciones concretas, si al mirar a nuestro alrededor no vemos el caso de tanto “próximo” necesitado de refugio.

¿Qué queda entonces para el caso del hondureño o del sudanés?

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