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No cuenten conmigo en ningún caso, sean los apuntados con el dedo acusador jóvenes o viejos, peronistas, macristas, socialistas, radicales, judíos, católicos, ateos, ricos, pobres, varones, mujeres, laburantes, empresarios y un interminable etcétera que incluya a todas las expresiones posibles de la condición humana.

¿En qué momento hemos incorporado que está bien, que es “correcto” andar despellejando personas en las redes sociales, sembrando odio, etiquetando, condenando? ¿Cuándo fue que nos erigimos todos en jueces supremos, dispuestos a repartir penas de “muerte social”, cual moderna inquisición?

El Entre Ríos reveló que un grupo de jóvenes, varios de ellos funcionarios, quebrantaron la cuarentena al juntarse a celebrar un cumpleaños. La decisión de publicar fue adoptada después de confirmar que el hecho efectivamente había acontecido –paso elemental e imprescindible-, y no sin antes haber evaluado su relevancia, en este contexto tan excepcional, en el que se ha vuelto un “delito” algo tan humano como una fiesta de amigos.

¿Se equivocaron esos jóvenes? Claro que sí. ¿Es un agravante que varios tengan responsabilidades públicas? Por supuesto. ¿Es por lo tanto coherente la decisión que adoptó el intendente Alfredo Francolini? Sí, aunque de aquí en más su coherencia se pondrá a prueba toda vez que trasciendan comportamientos de otros funcionarios que se aparten de las leyes. ¿Debería intervenir de oficio la Justicia, estando en juego el incumplimiento de una norma? Suena lógico.

Pero nada, absolutamente nada de lo anteriormente dicho, da derecho a despellejarlos como lo han estado haciendo algunos desde las redes sociales. Del mismo modo que tampoco hay derecho a despellejar a ningún otro ser humano, esté acusado de lo que esté acusado. Salvo que en algún momento de este tercer milenio hayamos resuelto desandar siglos de civilización y volver a la venganza como sistema de vida… o de muerte…

Las redes sociales en sí mismas no tienen nada de malo. Son una herramienta, que se vuelve maravillosa cuando personas generosas y creativas la usan para grandes cosas, desde impulsar campañas solidarias hasta instalar causas justas que contribuyan al bien común. O simplemente para informar con veracidad. Pero que se vuelve una cloaca cuando otros prefieren emplearla para vomitar en sus posteos un nivel de impiedad que nos devuelve a la selva.

Tal vez esto último ocurra porque todos, aun inconscientemente, nos creemos en condiciones de “medir” a los demás, sin entender que cada ser humano es infinitamente más que su instante presente e infinitamente más que su último acto, haya sido este bueno o malo. Medimos al otro, lo encerramos en un juicio moralista, pero en el fondo no sabemos nada de nada de él. Es tan insondable, tan sin medida cada persona, que ni siquiera alcanzamos a conocernos del todo a nosotros mismos. ¿Por qué atrevernos a dictar sentencias absolutas sobre otros si ni siquiera sabemos quiénes somos ni por qué se nos dio la oportunidad de existir?

Una cosa es la condena a conductas erradas. Otra la lapidación al errado. Cómo se nota que nada aprendimos del pasaje bíblico de la mujer a la que todos querían apedrear… Andamos por la vida arrojando ya no piedras sino pesadas lápidas virtuales para enterrar a los demás, cuando, a decir verdad, hoy como entonces, nadie está libre de pecados como para tirar ni siquiera una tiza.

Tal vez en los diarios deberíamos incluir algo así como una aclaración, donde diga que las noticias se limitan a describir hechos aislados, protagonizados por personas en un momento exacto, preciso, de su trayectoria vital. Poco y nada dicen esas noticias sobre lo sucedido antes –salvo algún párrafo que intente contextualizar- y poco y nada dirán de lo que ocurrirá después, en especial cuando se vayan apagando los ecos del suceso en cuestión.

En fin, lo publicado tampoco develará las intenciones, los agravantes de las conductas, los atenuantes, las excusas, los justificativos. Lo publicado mucho menos aún podrá penetrar en las conciencias, en ese lugar recóndito donde, en soledad, afloran las preguntas, los miedos, las vulnerabilidades y los deseos más profundos. A ese nivel de hondura, no llegan siquiera los magistrados por más rigurosos que sean sus procedimientos y contundentes las pruebas que colectan.

Ya lo decía Chesterton, con su inigualable ironía: “El periodismo consiste esencialmente en decir 'lord Jones ha muerto' a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo”.

Y como si ya no fuera una limitación importante esta mirada acotada que ofrecemos, parecida a la de quien observa la realidad a través del estrecho círculo de una cerradura, encima hoy por hoy hacemos de la noticia un insumo para abalanzarnos con saña a dictar implacables sentencias. No tenemos ni idea de cómo fue la vida de Lord Jones pero, con cuatro datos googleados o extraídos del grupo de WhatsApp de papis de la escuela, ya nos sentimos habilitados para salir a dictaminar y fulminar, cuchillo en mano, a lo Rambo. A la inmediatez de las comunicaciones le hemos adosado la inmediatez de la condena.

No tengo dudas de que el periodismo cumple un rol clave en sacar a la luz todo aquello que se intenta ocultar. Es una noble tarea de la que no debe apartarse. Pero cuidado, que una cosa es publicar hechos, identificar presuntos autores para que sean juzgados por conductas puntuales y en base a los procedimientos que dicta y garantiza la Constitución Nacional, y otra muy distinta erigirnos en deidades, con el presuntuoso papel de actualizar a diario el inventario de los buenos definitivamente buenos y de los malos definitivamente malos, creyéndonos en condiciones -nosotros, tan limitados como los que más- de decidir sobre quiénes debería seguir saliendo el sol…

Viendo tanto revuelo, tanta condena exagerada, tanta cloaca en las redes y en los medios, viendo cómo de todo lo sucedido se hace un circo, con TN, C5N, Crónica y vaya a saberse cuántos más llenando espacios de informativos que se supone deberían ocuparse de asuntos más relevantes, me vinieron a la memoria los desafiantes versos de Pedro Guerra:

En el circo de la realidad
Solo hay reflejos de la realidad
Se desinforma de la realidad
Todo se compra, en realidad
Hay un verso de la realidad
Que no es verso ni es realidad
Un guiñapo de la realidad
Apenas

En el circo de la realidad
La gente piensa que la realidad
Es el deseo de la realidad
Y todo vale, en realidad
Hay un trozo de la realidad
Hay un juego de parcialidad
Un impulso de perversidad
Obscena
Fuente: El Entre Ríos